Gerardo Cornejo Murrieta (1937-2014)
Por Héctor Rodríguez Espinoza/
LOS AMIGOS. A finales de los años 60s, con motivo de mi experiencia como voluntario en la American Friends Service Comitte, ONG de filosofía cuáquera fundada en Filadelfia EE.UU., Premio Nobel de la Paz por su papel en la guerra de Corea y cuyos representantes en Hermosillo eran Norman y Exelee Krekler, Norman me regaló un ejemplar de la primera edición de la novela La sierra y el viento de Gerardo Cornejo Murrieta. Gerardo, como otros jóvenes de entonces como Cesar StClair, Raúl Encinas Alcántar, Miguel Ángel Cortés Ibarra y Rubén Díaz Vega, había participado como voluntario en los primeros campamentos de verano en comunidades marginadas del país y del extranjero.
En los años 70s, estando yo como Director de la Escuela de Derecho de la Universidad de Sonora, el Lic. Luis Ruiz Vásquez —quien había sido su condiscípulo en la preparatoria y hospedados ambos en una vieja casona en la esquina de Av. Obregón y Yáñez—, me pidió conociera a Gerardo y que auspiciara una conferencia sobre “China vista por dentro”, pues recién había visitado ese interesante país. Con entusiasmo acepté y la sustentó en el entonces excelente Canal 8 de TV universitaria.
Desierto Cultural 1982
El 6 de febrero de 1982, en El Imparcial publiqué el artículo siguiente:
“El Colegio de Sonora y el desierto cultural del Caribe.
El Colegio de Sonora, bajo los auspicios de El Colegio de México, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Secretaría de Educación Pública y el Gobierno del Estado, principalmente, nace en un momento histórico de la entidad en el que, su peligroso vacío cultural —desierto lo llamó su director Gerardo Cornejo—, la ha llevado a ser considerada en ciertos círculos, ya no como el gigante con los pies de barro, sino como un gigante con la cabeza de barro.
Entendemos que nace, además, como una necesidad política de un Estado cuyos gobiernos sucesivos, desde la década de los cuarenta con el boom agrícola del Valle del Yaqui y de la Costa de Hermosillo, y quizás por políticas orientadas desde el centro, han tenido una visión productivista, y dado más importancia a la explotación de la tierra y del mar, que a la explotación de la rica vocación cultural del hombre sonorense, vocación en casos truncada, en otros frustrada, a veces atrofiada, y en el mayor número de ellos dispersamente subutilizada.

Si calificamos a nuestra ciudad de Hermosillo como la localidad donde se vive una menos pobre actividad cultural, su panorama no resiste el menor análisis, aún juzgando con benignidad. El panorama es, aún más desolador, en los otros 68 municipios. Los eventos culturales de calidad, oficiales o privados, son más bien esporádicos y efímeros. Las agrupaciones culturales que existen (Sociedad Sonorense de Geografía y Estadística, Corresponsalía Sonorense del Seminario de Cultura Mexicana, Sociedad Sonorense de Historia, etc.), y que ofrecen periódicamente a sus miembros y al público, conferencias, exposiciones o conciertos, en ocasiones estupendos, sudan y se acongojan para reunir una escasa docena de asistentes. Casualmente la semana pasada se tuvo que suspender una magnífica conferencia jurídica, por falta de público. Cuando se celebró, en nuestra ciudad, la Reunión Nacional sobre Cultura e Identidad Nacional, el Programa tuvo que reducirse de dos a un día, porque para la tarde del primer día, sólo quedaba la tercera parte de los concurrentes a la inauguración.
La Orquesta Sinfónica del Noroeste, cuyas temporadas anuales tanto fortalecieron el ambiente artístico por más de una década, dejó de ser patrocinada hace como cinco años. Por la otra cara de la moneda, nuestra población joven y adulta se entrega cada vez más a un increíble frenesí, a la frivolidad de las discotecs, drive-ins y a la masificante, atrofiante y desculturizante enajenación del deporte mercantilizado.
La verdad es que no hemos sido educados para la cultura.
Para un botón de muestra, basta escuchar los noticieros y leer la prensa local de estos días: problemas tan graves como lo son el estado marcial en Polonia, el genocidio militar en el Salvador y Guatemala, el incontrolable alza en los precios de alimentación, ropa y de la vida general, el debate nacional con motivo del proceso electoral, de cuyas decisiones depende el incierto futuro de la nación en los próximos años, etc., son desplazados de las primeras planas por una serie deportiva que debiera ser, sí, una necesaria válvula de escape de la diaria tensión social y una distracción sana y útil, pero no la razón de vivir de una colectividad como la nuestra, con una capacidad, vocación, tradición y energía intelectuales dignas de mejores causas culturales.
¿Será ya demasiado tarde para un nacer cultural?
Sea lo que fuere, desde este desierto cultural del Caribe, saludamos con esperanza el nacimiento de El Colegio de Sonora.”
En la Casa de la Cultura
En el mes de Mayo de 1982, cuando el Gobernador del Estado Dr. Samuel Ocaña García me honró al designarme Coordinador General de Cultura y Director de la Casa de la Cultura, me pidió apoyara y alojara, en la Casa, el Colegio de Sonora, Radio Sonora y la Sociedad Sonorense de Historia, las dos primeras aún en germen. Platicamos Gerardo, Abelardo Rodríguez y Armando Hopkins, les mostré los espacios disponibles pero no reunían sus ambiciosas necesidades.
A los meses se fundaron esas instituciones y el Gobernador les dotó de sendos edificios históricos restaurados, hoy patrimonio cultural de la entidad y faros de luz educativa.
Experiencia administrativa
En el año de 1985, al término de mi gestión en el Gobierno del Estado, Gerardo me invitó a ser Director Administrativo del Colson, lo traté de cerca en su doble responsabilidad de prestigiado Rector y escritor de profunda y celosa vocación. Le gustaba divulgar su ensayo El derecho a la soledad. Me tocó tramitar la base, ante el ISSTESON, al pequeño y valioso personal de investigadores y de servicio, hoy ya jubilados.
De esa época surgieron Cuéntame uno, Narradores sonorenses (1986) e Inventario de voces. Antología de la literatura sonorense (1989), El solar de los silencios (1983), Al norte del milenio (1989), Políticas culturales y creación individual (1984), Las dualidades fecundas (1986) y su coautoría de la Historia Contemporánea de Sonora (1986).
De mis lecturas de entonces en esa apacible casona escribí y publiqué un modesto ensayo Culturas en Conflicto, en el que aporto una inédita hipótesis sobre la génesis cultural del noroeste de México.
Anfitrión
En su casona de adobe, en una colina del norte de la ciudad, solía atender cordialmente a sus amigos con antojos sonorenses y bebidas alegres. Recuerdo una en la que, a altas horas de la noche, bailábamos en trenecito Son tus perjúmenes mujer, entre otros el adusto Armando Hopkins.
Cuando promoví el postrer concierto del cantautor uruguayo Alfredo Zitarroza, en la ciudad, lo llevé a cenar a la casa del Lic. Sergio Calderón Valdez e invité a Gerardo para ese agradable coloquio de palabras.
Últimas veces
Lo saludé y platicó con entusiasmo, hace dos años, esperando consulta con el Jefe de Urología del Hospital Chávez. Al poco tiempo lo saludé con Catalina su esposa, afuera del Colson y contento porque le habían publicado su más famosa novela en Italia.
Sus merecimientos le fueron reconocidos en vida, Gerardo, en vida. Su nombre en la biblioteca del Colson y a una Feria del libro.
Creo que en el monumento a los fundadores del valle del Yaqui, en Cd. Obregón, está depositado, en una urna, un ejemplar de La Sierra y el Viento.
No se salvó de los dardos de los envidiosos de siempre, pero su blindaje era su natural bonhomía de origen serrano.
Falleció el 28 de Julio de este 2014 y la noticia me conmovió estando en el viejo continente.
Leopoldo Santos y Armando Haro divulgaron, en Facebook, un estético homenaje visual a su vida y a su obra.
Fin
Sí lo extrañaremos físicamente, pero deberemos seguirlo leyendo.