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Residencial Mallorca, la ley del machete

Por Imanol Caneyada/

Cuando cae la noche, los vecinos se encierran en sus casas y los malandros se adueñan de las calles

Una madrugada cualquiera, puede ser hoy, ayer o mañana, escuchas voces y gritos afuera de tu casa, te asomas por la ventana y ves cómo un grupo de adolescentes, armados con machetes, navajas, cadenas, palos y piedras, se enfrenta a otro grupo igual, armado de manera semejante. Cierras la cortina de tu casa y esperas a que termine la bronca. Oyes pasos sobre tu azotea o en tu patio, voces, gritos, insultos. Por fin el silencio.

Al día siguiente sales y revisas tu carro, la fachada de tu casa, y descubres que una piedra ha reventado uno de los vidrios del auto o que le ha sacado una muesca a la pared. No dices nada porque tienes miedo. Callas y si te alcanza la quincena, mandas arreglar el carro, si no, callas y te aguantas.

Así viven sus noches los habitantes de Residencial Mallorca. Un lugar donde lo pomposo del adjetivo residencial y lo exótico del sustantivo Mallorca (una isla balear) terminan en el puro nombre, porque más allá lo que hay es pobreza, drogadicción, asaltos, robos y el abandono.

En la entrada de la colonia, ubicada entre Altar y la Nuevo Hermosillo, el letrero ha perdido las letras L y O y la palabra “residencial” permanece oculta por los yerbajos crecidos. Nos adentramos en el barrio y los signos de la miseria aparecen por doquier.

Hace seis años, políticos y empresarios, especuladores del terreno sin escrúpulos, hicieron mucho dinero con este fraccionamiento con pretensiones de clase media pero que las sucesivas crisis han convertido en el Tepito de Hermosillo, según confiesan sus vecinos.

Cada tres o cuatro casas, se yergue una abandonada, vandalizada por adictos y delincuentes. Sus dueños se fueron por la creciente inseguridad, dejaron de pagar el crédito a Infonavit y las construcciones son ahora hogar de malvivientes, nos dicen los vecinos.

4 cinco casas abandonadas
Algunos vecinos de este fraccionamiento del sur de Hermosillo prefieren abandonar sus viviendas debido a la creciente inseguridad.

Ése es uno de los muchos problemas de la colonia, el hecho de que la institución crediticia no asuma su responsabilidad sobre las casas que los dueños abandonan. Nos asomamos a algunos de estos edificios y, en efecto, encontramos signos de vida en su interior: sillones destartalados, una hornilla, cobijas, colillas.

Hay niños jugando en los patios de esas casas.

Caminamos durante una mañana por las calles de la colonia. Platicamos con los vecinos y nos van contando sus historias, historias sin nombre porque tienen miedo de decirlo y porque están resignados a que las cosas no cambien, a que nadie los escuche.

Eso no es del todo cierto. Hace un par de semanas unos oficiales de la policía municipal fueron a darles un curso sobre seguridad. Fueron muy enfáticos, nos explican los vecinos, en que los ciudadanos no podían hacer nada si un ladrón entraba a su casa, que si lo agredían irían a parar a la cárcel, que para eso está la autoridad.

Pero cuando les hablas, nunca vienen, dice un hombre mayor, diabético, que tiene varias historias en su haber. Por ejemplo, el día que lo asaltaron pistola en mano en el descampado que se extiende frente a la entrada de la colonia. La noche en que le prestó la bicicleta a su yerno y sobre el bulevar Músaro se la quitaron unos malandros armados con machetes y cuchillos. El día que estaba en su casa y desde la ventana de la cocina vio, como si fuera una película, a un ladrón atravesar su patio perseguido por un gordo policía que nunca pudo dar alcance al delincuente.

Hay construcciones que se volvieron nido de malvivientes.
Hay construcciones que se volvieron nido de malvivientes.

Cuando cae la noche, los vecinos de Mallorca Residencial se encierran en sus casas y los malandros se adueñan de las calles.

Malandros propios y ajenos que se enfrentan en una batalla para defender territorios.

Un grupo de cinco jóvenes, de entre quince y dieciocho años, nos lo confirma.

“Mire, don, wache, con machetes, cuchillos, piedras y karatazos vamos a defender la colonia de los que vienen a robar. Si hasta las doñas nos echan porras cuando corremos a los de Vista Real que bajan a robar, ni modo que nos quedemos de brazos cruzados”.

Uno de los jóvenes, mirada vivaracha y sonrisa cínica, tiene el brazo en cabestrillo: se cayó de uno de los techos de las casas, sobre los que corren saltando como liebres de uno a otro, separados entre sí por escasos centímetros. Él es el que nos dice que el problema son los malandros que vienen de esta colonia situada arriba de Residencial Mallorca, en la falda del cerro.

No estudian, no trabajan, están en la calle viendo pasar los días, esperando la noche para, según ellos, defender al barrio. Nos dicen que salvo las broncas a machetazos, ahora la colonia está tranquila en cuanto a robos y asaltos, que hace un año estaba mucho peor.

Hay un cierto orgullo cuando lo dicen, como si gracias a ellos hubieran descendido los delitos.

Otros vecinos no piensan lo mismo. Hay quien nos relata que es común ver pasar a delincuentes cargando refrigeraciones, tanques de gas, bicicletas, mangueras, lo que sea que se pueda vender o cambiar por unas dosis de cristal.

En Residencial Mallorca no confían en la autoridad. La empleada de una de las tiendas de abarrotes del lugar nos explica que está rodeada de tiraderos de droga, dos al frente y dos atrás. Ella es testigo de cómo llegan las patrullas de la policía a estos tiraderos a cobrar la cuota.

Y las historias se hilvanan en voz de esta gente que mantiene a duras penas la dignidad, en un fraccionamiento en el que compraron su casa para formar un hogar y que ahora está cercado por la violencia.

En menos de dos años, los ladrones han entrado a robar hasta 15 veces en la vivienda de un matrimonio joven.
En menos de dos años, los ladrones han entrado a robar hasta 15 veces en la vivienda de un matrimonio joven.

Quince veces han entrado a robar en menos de dos años en una de las casas, de fachada azul, habitada por un matrimonio joven. Ambos trabajan, por lo que dejan sola la casa todo el día. Quince veces han llegado a su hogar y se lo han encontrado desvalijado.

La vecina de esta casa nos ilustra que a ella no le han robado nunca en cuatro años porque siempre está ahí. Es ama de casa y no sale nunca, la única forma de proteger la propiedad, no dejarla ni de día ni de noche, encadenarse a ella y a los pocos objetos de valor que pretenden hacer de su vida una estancia más feliz.

Qué ironía.

Y si a ironías vamos, todos los residentes con los que platicamos echan mano de ésta para referirse a la autoridad.

Pocas veces llaman al 066 porque no acuden al llamado o cuando acuden, no hacen nada. Nunca denuncian ante el Ministerio Público, el viaje hasta allá es una pérdida de tiempo y un gasto inútil. “Mejor me tomo una soda para que se me quite el coraje”, dice un hombre de mirada triste y agobiada.

Hace tres semanas más o menos, durante seis o siete días, un convoy de la policía municipal y estatal realizó rondines cada tarde y eso ayudó a calmar las cosas.

Pero ya no han vuelto, así que poco a poco las cosas han regresado a la normalidad: violencia, asaltos, robos.

De noche, las calles de la colonia están mal iluminadas y eso propicia el crimen. La ruta de camión más cercana pasa a un kilómetro. Los trabajadores y estudiantes que regresan a sus casas en el último transporte, son asaltados sistemáticamente sobre el bulevar Músaro.

Una señora que barre el frente de su casa nos ilustra: “Mire usted, las alarmas que nos repartió el Maloro están sirviendo de algo. Cuando empiezan los machetazos, las prendemos y el ruido hace que se salgan corriendo”.

Esperemos que el Maloro, ahora que asuma la alcaldía, no se quede ahí, en alarmas ruidosas. Esta admiración ya se va y a Residencial Mallorca le siguen faltando dos letras.