11-S: catorce años de fracasos en la guerra contra el terrorismo
Por Imanol Caneyada/
Las estrategias de Estados Unidos para acabar con el terrorismo extremista islámico han fracasado; la derrota de Al Qaeda y la ejecución de Bin Laden han provocado el surgimiento de una organización mucho más brutal y sanguinaria: el Estado Islámico
Se cumplen catorce años del atentado terrorista que más víctimas ha cobrado en la historia de la humanidad. Ese 11 de septiembre de 2001, el mundo cambió y se convirtió en un lugar donde la brutalidad humana podía ser un espectáculo televisivo en vivo y en directo, un reality show. Ese día, el planeta entero terminó de perder la inocencia y se transformó en un gran dispositivo de seguridad.
Ya nos hemos acostumbrado a quitarnos los cinturones y el calzado en los aeropuertos, a pasar nuestras pertenencias por máquinas de rayos equis, a dejarnos registrar si suena una alarma, a dejarnos despojar de un líquido cuyo envase sea mayor a los cien miligramos.
Pero hubo un tiempo en que esto no era así, un tiempo no tan lejano, en el que nadie te hacía sentir un terrorista en potencia a la hora de abordar un avión.
El mundo cambió, cierto, pero sobre todo Estados Unidos, una nación que en estos últimos 14 años ha hecho del miedo y la paranoia una política pública, traicionando incluso principios básicos y fundamentales sobre los que se fundó.
Nadie que haya presenciado el segundo avión estrellarse en la torre sur del World Trade Center de Nueva York aquel martes por la mañana temprano, podrá olvidar la incredulidad, el horror y la angustia que sintió.
Los miembros de la red terrorista Al Qaeda inauguraban así una modalidad que perdura en nuestros días, exhibir el terror y propagarlo a través de los medios de comunicación y, en la actualidad, las redes sociales.
A los catorce minutos de estrellarse el primer avión, cuando los noticieros de todo el mundo ya daban cuenta de lo que al principio parecía un accidente, por las pantallas de televisión de todo el planeta cruzó el vuelo 175 de la United Airlines y se estrelló en la torre Sur.
Un penacho de humo negro pintó el cielo azul de Manhattan. Una hora con cuarenta cinco minutos después se derrumbaba la torre Sur; quince minutos después, la Norte. Así, en vivo y en directo, el mundo presenciaba el cataclismo del símbolo del poder económico de Estados Unidos. Antes, también atestiguamos en vivo y en directo cómo la gente que se encontraba en ambos rascacielos saltaba al vacío para huir del infierno que se había desatado.
Atónita, paralizada, la primera potencia del mundo no terminaba de asimilar que había sufrido el mayor ataque de su historia.
Las cifras superarían el horror inicial: tres mil muertos, seis mil heridos.
El entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, en nombre del mundo libre inauguraría la caza del terrorista y llevaría a la fama mundial a un oscuro príncipe árabe que hasta entonces poca gente sabía de su existencia: Osama Bin Laden.

El texano, desde ese 2001 hasta el 2008, impulsaría una serie de políticas externas e internas que tenían como objetivo exterminar cualquier amenaza terrorista en su suelo y fuera de él, y atrapar vivo o muerto al responsable del mayor atentado terrorista que registraba la historia.
El 26 de octubre de ese mismo año era aprobada por una inmensa mayoría en ambas cámaras estadounidenses la USA Patriot Act., con la que George W. Bush ampliaba la capacidad de control del Estado en aras de combatir el terrorismo, mejorando la capacidad de las distintas agencias de seguridad estadounidenses al coordinarlas y dotarlas de mayores poderes de vigilancia contra los delitos de terrorismo. Asimismo, la ley también promulgó nuevos delitos y endureció las penas por delitos de terrorismo.
A pesar de que fue duramente criticada dentro y fuera de Estados Unidos porque significa un atentado contra las garantías individuales de los ciudadanos y sus derechos humanos, la ley, que tenía un carácter provisional, se convirtió en definitiva en 2005 cuando fue ratificada por el poder legislativo estadounidense, no sin antes un intenso debate entre la Cámara de Representantes (en pro de no alterar una sola coma) y la de Senadores (en pro de suavizarla).
Las cárceles de Guantánamo se llenaban así de sospechosos de terrorismo sin que mediara juicio alguno y sin posibilidad de defenderse contra la aplastante maquinaria del Estado.
Al mismo tiempo, Estados Unidos declaraba la guerra a Irak y Afganistán convirtiendo a los yihadistas de Al Qaeda (la yihad es la guerra santa que llevan a cabo los extremistas islámicos contra occidente y sus aliados) en los principales enemigos de la libertad.
La ley del Talión fue aplicada por Bush con extremado celo y el mundo fue testigo, también en vivo y en director de bombardeos y masacres en ambos países.

Catorce años después, las estrategias de Estados Unidos para acabar con el terrorismo extremista islámico han fracasado, la guerra en Afganistán se ha convertido en la más larga y traumática protagonizada por Estados Unidos, superando a la de Vietnam, y la derrota de Al Qaeda y la ejecución de Bin Laden han provocado el surgimiento de una organización mucho más brutal y sanguinaria: el Estado Islámico, que entre otros países, tiene presencia en Siria, y que se ha convertido en uno de los principales responsables de la masiva huida de sirios, desembocando en la crisis de emigrantes que vive Europa en la actualidad.
La ruta de paz que su predecesor Bill Clinton impulsó en Oriente Medio fue borrada de la agenda internacional con los atentados del 11 de septiembre y la respuesta bélica que desde entonces sostiene Estados Unidos.
En la actualidad, podemos presenciar gracias a las redes sociales los brutales videos que sube a Internet el Estado Islámico en los que masacra poblaciones enteras o decapita a periodistas o funcionarios del mundo occidental.
Durante estos 14 años, la teoría conspiratoria también fue tomando fuerza, impulsada principalmente por el cineasta Michael Moore, la cual sostiene que los atentados del 9/11 fueron orquestados por los mismo Estados Unidos para justificar una intervención en Irak y Afganistán, en cuyos subsuelos descansan las mayores reservas de petróleo y gas del mundo.
También durante estos 14 años aprendimos que Estados Unidos fabrica monstruos que luego tiene que combatir. Osama Bin Laden y su red terrorista Al Qaeda fueron entrenados y armados por la CIA durante los años 80 para que desestabilizaran a la Unión Soviética en Afganistán durante la guerra fría.
Como sea, hace 14 años el mundo cambió. A partir de entonces la guerra se ha convertido en un espectáculo masivo e insensible.