Un ríspido encuentro
Escoltados por patrullas, los tres autobuses en los se trasladaron los padres de los normalistas de Ayotzinapa tardaron menos de 15 minutos en llegar de la Catedral Metropolitana al Museo Tecnológico de la CFE, sede que el Gobierno federal eligió para la reunión con el Presidente Enrique Peña.
El acuerdo fue que nadie llevaría cámaras ni celulares, así que dejaron los aparatos en las unidades. Al bajar, el Estado Mayor les pasó lista, cruzaron arcos detectores de metal e hicieron que algunos se alzaran las playeras.
Un año sin los 43
El lobby del museo ya estaba acondicionado como una enorme sala de juntas. Mesas largas formaban un rectángulo. Los familiares de los desaparecidos, heridos y asesinados, así como normalistas, ocuparon tres lados.
Después llegaron Carlos Beristáin y Ángela Buitrago, del grupo de expertos de la CIDH, y al final, con más de media hora de retraso, el Presidente, el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, y la Procuradora Arely Gómez, seguidos de un séquito de funcionarios.
Entre ellos estuvieron Renato Sales, Comisionado Nacional de Seguridad; el Comisionado de la PF, Enrique Galindo; Manelich Castilla, de la Gendarmería; Felipe Muñoz, titular de la SEIDO; Roberto Campa, subsecretario de Derechos Humanos de la Segob, y el Ombudsman Luis Raúl González, entre otros.
De acuerdo con el relato de asistentes, Osorio dio la bienvenida y explicó que primero hablarían los miembros del GIEI, luego los padres de familia, seguidos de la Procuradora, y finalmente el Presidente.
Felipe de la Cruz, vocero de los familiares, recriminó que ese no era el formato acordado, ya que ellos querían un diálogo abierto con el Presidente.
Pero nada pudo hacer.
Los expertos independientes hicieron un resumen de su informe final, en el que recriminaron la existencia de una campaña en su contra para desprestigiarlos.
Los padres hicieron uso de la palabra, 15 de ellos, aproximadamente, y expusieron ocho demandas.
Ante el Presidente, de traje gris oscuro, camisa blanca y corbata azul, reclamaron la «verdad histórica» del ex Procurador Jesús Murillo Karam, incluso hubo quien cuestionó por qué no se había tomado la declaración de los directivos de la Normal de Ayotzinapa.
«Póngase en nuestros zapatos», soltó uno.
La señora Cristina se levantó del lugar y entregó dos cajas con más de 154 mil firmas provenientes de 37 países para pedir la permanencia indefinida del GIEI.
El último que habló fue Epifanio Álvarez, quien al terminar le dio a Peña el pliego de peticiones.
En su turno, la Procuradora se limitó a leer un documento en el que presumió los 113 detenidos en el caso y las decenas de peritajes. También aseguró que en el tercer estudio sobre el basurero de Cocula participaría el experto José Torero, citado en el informe final.
Antes de que Peña hablara, Felipe de la Cruz le recordó que acababan de entregarle ocho demandas y querían respuestas. Molesto, el Presidente afirmó que sí respondería.
«Estoy de su lado», les dijo el Presidente.
Al asegurar que el Estado se ha mostrado a la altura de la situación, María de Jesús Tlatempa tronó. Le dijo que eso no es era verdad, que ellos fueron a la reunión por resultados y no tenían ninguno.
La instrucción a la PGR de crear una fiscalía para personas desaparecidas, tensó la recta final del encuentro.
«No se está haciendo nada», reclamó una madre.
Peña Nieto volvió a tomar la palabra y en tono más elevado refrendó su compromiso con la verdad y la justicia, pero no aceptaba que se dijera no se había avanzado en la investigación.
La especialista Ángela Buitrago intervino para mediar el enojo. Llamó a los padres a valorar si valía la pena polarizar el encuentro, y éstos decidieron terminar con la reunión.
Los padres se levantaron de la mesa y comenzaron a dirigirse a la salida, pero el Estado Mayor les impidió el paso. En sus protocolos, el Presidente es el primero en retirarse.
Hubo empujones hasta que un mando ordenó que dejaran salir a los inconformes.
Casi al concluir la reunión, un padre reclamó que no hubiera minuta de acuerdos. Osorio Chong le explicó que, después del encuentro, ésta se redactaría conjuntamente por funcionarios y la comisión de expertos.
Al cierre de la edición todavía no estaba lista.
‘Esto no se acaba’
Cuando los camiones con los familiares de la Normal de Ayotzinapa cruzaron por donde estaban los periodistas, el abogado Santiago Aguirre, del Centro Miguel Agustín Pro, a bordo de uno de ellos, le palmeó la espalda a Mario César González Contreras, padre de César Manuel, secuestrado hace un año.
Los fotógrafos dispararon sus cámaras pensando que lo felicitaba por los resultados del encuentro con el Presidente Enrique Peña Nieto, pero el sentido era otro.
«Lo consolé. Le dije: ‘Ni modo, ni modo, pero no hay que rendirse. Esto no se acaba», detalla Aguirre. En el transcurso de la tarde, ese consuelo se repitió entre todos los que habían entrado al Museo Tecnológico (Mutec).
Recordaban que ha pasado un año del secuestro de 43 normalistas por la policía, que el Gobierno dio una «verdad histórica», echada abajo luego por expertos internacionales y que ahora, en el segundo encuentro, el Gobierno rechazó comprometerse con los familiares y sobrevivientes.
«Pero esto no se acaba», se decían. De distintas maneras.
El Estado Mayor Presidencial impidió la entrada a los reporteros al Mutec, así que tuvieron que plantarse a más de medio kilómetro de distancia, donde ya estaba el obrero Jesús Castillo con una bicicleta y con un cartel escrito en una cartulina blanca: «¡Ayotzinapa vive! En el pueblo de México».
A las cuatro 16:34 horas, cuando el convoy salió, luego de tres horas, el cuadro era contradictorio: tres camiones que normalmente se usan para hacer turismo -dos de ellos con arcoíris pintados en los laterales-, con las cortinas abiertas y jóvenes y adultos con el semblante cansado asomados por las ventanillas panorámicas.
A lo lejos se oían, apenas como un murmullo, los gritos en la montaña rusa.
De la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec al Zócalo, donde los familiares mantienen un plantón con una huelga de hambre de 43 horas frente a la Catedral, el convoy, custodiado por policías en moto, hizo 20 minutos, apenas un poco más que la ruta de ida.
Llegando los autobuses al campamento, don Margarito Guerrero, padre de Joshivani Guerrero, declarado oficialmente muerto hace una semana, salió de una carpa arrastrando el huarache izquierdo a preguntarle a su esposa Martina de la Cruz cómo había estado.
«Me dijo que el Presidente no había dado una buena respuesta, que no cumplió. Eso entendió», dijo posteriormente.
En martes, en un túnel de Tixtla, Guerrero, camino a Chilpancingo, don Margarito fue herido por los policías antimotines en un túnel.
Primero un cartucho de lacrimógeno le rozó el costado derecho; él se revolvió con un palo y el siguiente disparo le dio en el pie izquierdo.
«Así es esto, hay que aguantar», sostiene el campesino, moreno, fuerte, viejo, sacudiendo su sombrero blanco doblado a golpes de tolete.
Por la mañana, había planeado ir al encuentro con el Gobierno para decirle que no puede asegurar que Joshivani Guerrero está muerto con apenas 72 posibilidades de que así sea.
Luego su esposa, enferma también, se empeñó en acudir y su hija Nayeli fue a cuidarla.
Por la mañana también el director de Servicios y Asesoría para la Paz, Miguel Álvarez Gándara, estaba preocupado por dónde iban a dejar los celulares.
El Gobierno puso dos detectores de metales y los obligó a que no llevaran grabadoras ni teléfonos. Ya en la tarde, Álvarez, cansado como quien sobrevive a un viaje largo, decía que había sido una reunión muy tensa.
«Difícil, pesada», señala, cuando ya iniciaba la conferencia de prensa.
Ayotzinapa, el drama que este sábado cumple un año, reúne otros dramas. Mientras el vocero de los padres, Felipe de la Cruz, recuerda el semblante frío, enojado del Presidente y su equipo, que ni siquiera les dio la mano y mucho menos comprometerse con el listado de ocho puntos -el principal: el relanzamiento de la búsqueda de los estudiantes con vida-, entre las carpas la señora Ana González se mueve tratando de buscar justicia para su tío secuestrado, asesinado, descuartizado en Xochimilco.
Después De la Cruz cuenta que, como no veían interés en los libros, él se levantó y dijo: «Nos vamos». Y entonces el Estado Mayor les impidió la salida.
El Presidente podrá tener la peor aceptación que se recuerde, pero tiene derecho de llegar tarde e irse primero.
De la Cruz interrumpe la plática cuando llegan unos diputados de Morena, encabezados por Araceli Damián. Vinieron a ofrecerle su apoyo, pero la rechazaron.
«Todo las estructuras del gobierno están podridas», dice el vocero.
A medida que se oscurece los padres, encerrados en una carpa, acostados, sentados en sillas, con un día completo sin comer nada, salen a pasearse, ya casi libres de la prensa.
El señor Alfredo Galindrez, padre de Giovanni, desaparecido también, dice que no tiene mucha hambre porque de por sí en el campo no se come siempre.
«Una vez sí comemos, dos, a veces. Tres, nunca comemos».
REFORMA