La cultura de la muerte: reflexión sobre la eutanasia
Por Dr. Jorge Ballesteros/
Nos llenó de consternación y tristeza la reciente noticia de que en Bélgica ya es legal la eutanasia en los menores de edad.
El hecho de que la mayoría de la población de ese país haya aprobado que los niños soliciten su propia muerte, nos da una idea del grado de deshumanización y pérdida de valores en que han caído esas sociedades y que no puede más que llevarla a su propia ruina.
Nuestra época neomodernista está marcada por una dramática lucha entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte.
La “cultura de la muerte”, como ha sido definida por el experto de bioética Gonzalo Miranda, sería “una visión social que considera la muerte de los seres humanos con cierto favor”, lo cual se traduce en una serie de actitudes, comportamientos, instituciones y leyes que la favorecen y la provocan.
La mayoría de los miembros de la sociedad postmoderna, consideran que la vida es un bien, sin embargo, como es un bien intangible, conciben la posibilidad de poder eliminarla en sí o en otro, si esto pareciera conveniente.
Así aunque se teme a la muerte, esta se lleva a cabo muchas veces, como una “solución” aceptable ante ciertos problemas existenciales. Como por ejemplo: un enfermo en estado grave e irreversible, que ya no le encuentra ningún sentido a su vida, la solución aparentemente “más adecuada”, es adelantar “dulcemente” su muerte. De este modo, la muerte se ha convertido incluso, en un objeto de derecho. El derecho a optar libremente por ella, para sí o en relación con los otros.
Las estrategias principales que la «cultura de la muerte» ha usado para promover el aborto, la anticoncepción y la «educación» sexual hedonista ahora se han intensificado y se extienden a la manipulación de embriones humanos. Ya no es solo el aborto, ya sea quirúrgico o el causado por los anticonceptivos abortivos, la única manera silenciosa y escondida en que la «cultura» de la muerte destruye a los seres humanos no nacidos.
Lo es también la fecundación in vitro, la clonación y la experimentación con embriones humanos. Por otro lado, está el crimen de la eutanasia. Éste también ocurre en el silencio y a la sombra de las instalaciones médicas, revestido así de una apariencia de legitimidad. Es parte del engaño de la «cultura» de la muerte, de encubrir la destrucción de la vida de un ser humano con una fachada de «piedad».
La «cultura» o mejor dicho anticultura de la muerte se caracteriza por formas de atacar la vida humana inocente e indefensa por parte de los fuertes y poderosos.
¿Es un crimen la eutanasia? La eutanasia es siempre una forma de homicidio, porque un hombre da muerte a otro, por un acto positivo o por una omisión. Es un acto grave de violación a la ley moral de no matar”.
Una de las definiciones de eutanasia es procurar la muerte sin dolor a quienes sufren. Pero todavía este sentido es muy ambiguo, puesto que la eutanasia, así entendida, puede significar realidades no sólo diferentes, sino opuestas profundamente entre sí, como el dar muerte al recién nacido deficiente que se presume que habrá de llevar una vida disminuida, la ayuda al suicida para que consume su propósito, la eliminación del anciano que se presupone que no vive ya una vida digna, la abstención de persistir en tratamientos dolorosos o inútiles para alargar una agonía sin esperanza humana de curación del moribundo, etc.
¿Cuántas clases de eutanasia hay? Desde el punto de vista de la víctima la eutanasia puede ser voluntaria o involuntaria, según ser solicitada por quien quiere que le den muerte o no; perinatal, agónica, psíquica o social, según se aplique a recién nacidos deformes o deficientes, a enfermos terminales, a afectados de lesiones cerebrales irreversibles o a ancianos u otras personas tenidas por socialmente improductivas o gravosas, etc.
Algunos hablan de auto eutanasia refiriéndose al suicidio, pero eso no es, propiamente, una forma de eutanasia, aunque muchos de sus patrocinadores defienden también, con arreglo a su propia lógica, el derecho al suicidio.
Por lo mismo, podemos concluir, como lo hace Gonzalo Miranda, que la “cultura de la muerte” no es verdadera cultura (en la segunda acepción del término), sino anticultura, pues sólo hay verdadera cultura allí donde hay humanización, respeto a todos los hombres y a cada hombre, promoción integral de los bienes inherentes a cada existencia humana, comenzando, precisamente, por ese bien que posibilita la convivencia de la sociedad: el de la vida de cada uno de nosotros.
Luchemos por fomentar una cultura a favor de la vida, del matrimonio, de la niñez y de las familias.
*Sociedad Sonorense de Filosofía ASFIL.