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Encuestas sobre lectura: ¿leemos más o menos que antes?

Por Imanol Caneyada

A propósito del pasado Día Internacional del Libro se dieron a conocer algunas encuestas realizadas por parte de diferentes instituciones gubernamentales sobre los hábitos lectores de la población mexicana y sonorense.

De toda esta numerología, hay una conclusión ineludible: a pesar de ser una potencia económica en América Latina, el número de libros que leemos los mexicanos está por debajo del que leen en países como Venezuela, Argentina, Chile y Brasil.

Es importante mencionar la cuestión económica porque está estrechamente relacionada con los índices lectores; en otras geografías, a mayor crecimiento económico, más lectores.

Que en México no sea así puede interpretarse como la incapacidad latente de equiparar crecimiento económico con desarrollo económico, dos conceptos que van de la mano pero que no siempre se corresponden.

La inequitativa distribución de la riqueza en nuestro país provoca que para más de 50% de la población el libro sea un lujo prescindible.

Pero si nos comparamos con nosotros mismos, es decir, con los años anteriores, ¿leemos más o menos que antes?

Según el INEGI, leemos menos.

Según el Instituto Sonorense de Cultura, leemos más.

¿A quién creerle?

El pasado 27 de abril, el INEGI hizo público un comunicado en el que establecía que en México había disminuido la población lectora.

En 2015, asegura el INEGI, 50% de las personas mayores de 18 años dijeron haber leído al menos un libro al año; en 2018 este porcentaje descendió a 45%.

Por su parte, la encuesta levantada por el ISC en Sonora arroja que en 2015, el promedio de libros leídos al año era de 3.8; en 2018 es de 4.8, casi cinco libros al año.

En 2016, el propio INEGI estableció que en México leíamos 3.8 libros al año; si hacemos caso del comunicado del propio Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática actualizado a 2018, este promedio ha descendido, por lo que, por primera vez desde que se realizan este tipo de mediciones, Sonora, según el ISC, estaría por encima de la media nacional.

¿Es cierto?

Una explicación a este cambio en el comportamiento lector de los sonorenses en relación al del resto de los mexicanos es que la encuesta levantada por el ISC entre febrero y abril de 2018 se llevó a cabo en la red de bibliotecas que tiene la institución diseminada por toda la entidad; es decir, que los 2,600 encuestados se encontraban en una bibliotecas, por lo que puede deducirse que tienen un interés por el libro mayor al de la población no usuaria de éstas.

La otra explicación es que, en efecto, en estos tres últimos años los hábitos lectores de los sonorenses hayan cambiado lo suficiente como para superar la media nacional.

Algunas consideraciones

Más allá de los números que arrojan las encuestas, es importante señalar algunos aspectos que actúan en contra del crecimiento del hábito lector en el país, a pesar de la inversión que tanto la SEP como la Secretaría de Cultura han realizado para la promoción del mismo.

La responsabilidad de difundir el placer de la lectura la hemos dejado principalmente en manos de las instituciones educativas, cuya naturaleza, contrariamente a lo que se cree, no es esa.

En la escuela, el libro es un instrumento para adquirir conocimientos concretos sobre diversas disciplinas y no una fuente de placer, gozo y entretenimiento. Por ello, muchos de los programas de lectura que se aplican en las escuelas pretenden medir el aprovechamiento de la lectura a partir de cuestionarios, exámenes, resúmenes; es decir, la lectura se asocia con el deber, la tarea, y no con la libertad, el juego, el entretenimiento.

El principal ámbito en donde se contagia este hábito, como cualquier otro, es el familiar, ahí radica la clave. Por extensión, el ámbito comunitario, es decir, la plaza, el parque, el barrio, lugares que asociamos con aprovechamiento del tiempo libre, deberían ser los verdaderos centros de promoción de lectura.

El precio del libro, en un país cuyo salario mínimo ronda los 3,000 pesos al mes, también es un impedimento.

En México, una novedad editorial tiene un precio de entre 350 y 400 pesos, es decir, de 15 a 20 euros; el mismo precio que en Europa.

La diferencia es que en Europa el poder adquisitivo es cinco veces superior al mexicano, con lo que el precio del libro, a efectos de consumo, es cinco veces menor que en nuestro país.

Con base en esta lógica, una novedad editorial en México tendría que costar máximo cien pesos, con lo que garantizaríamos un mayor acceso al libro.

Pero la Ley del Libro que rige en nuestro país, impulsada por libreros y editoriales comerciales, impide esta posibilidad, porque la apuesta hasta ahora es atender ese 20% de lectores que sí puede pagar altos precios.

Por otra parte, la alternativa de las bibliotecas para aquellos que no tienen los medios para adquirir libros tampoco se ha desarrollado a plenitud; en la mayoría de los estados de la República, incluyendo Sonora, las bibliotecas son lúgubres, están en pésimas condiciones y sus acervos no se renuevan.

Leemos más que antes, tal vez; pero no es suficiente, aún hay mucho camino que recorrer y muchas otras opciones que explorar.