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Los reyes también roban y lloran

Por Imanol Caneyada

San Sebastián, España.- Durante las cuatro décadas que lleva la democracia en España, a los españolitos les han hecho creer que la casa real borbónica fue fundamental para consolidar el proceso transformador de la rancia dictadura franquista a la monarquía parlamentaria que existe en la actualidad.

Nunca, después de la muerte del dictador, la opción de la república estuvo sobre la mesa, de ello se aseguraron los franquistas que oportunamente cambiaron de piel y se tornaron demócratas de abolengo.

Desde entonces, este cuento de hadas de que la familia Borbón, especialmente el rey Juan Carlos, fue la piedra angular de la cacareada transición española, propició un idilio incuestionable e incuestionado entre los reyes y su pueblo, un enamoramiento que rozaba lo medieval.

Pero he aquí que los reyes también roban, y lloran, y por más que el Estado español haya tratado de salvaguardar el buen nombre de la casa real y todos sus antidemocráticos privilegios, los prestanombres y testaferros han empezado a hablar y el amado Juan Carlos I, padre del actual rey Felipe VI, de héroe de la democracia ha pasado al villano de moda.

Todo empezó hace seis años, cuando el yerno de oro de la casa real, Iñaki Urdangarín, fue acusado de malversar recursos públicos a través de una fundación para el desarrollo llamada Noos.

A medida que la fiscalía mostraba las pruebas en las que se basaba  la acusación, la inocencia del marido de la infanta Cristina se hizo insostenible y optaron por mandar a un discreto y dorado exilio en Suiza al plebeyo y la infanta, con la esperanza de que pasara la tormenta.

En el transcurso de estos seis años, una prensa cómplice del estatus quo, que vive de la faramalla aristocrática, construyó una historia increíble, la de que el advenedizo plebeyo actuó por su cuenta utilizando los privilegios de su parentesco político, y de que ni la infanta Cristina ni el rey Juan Carlos estaban enterados de nada, es más, estaban enojados con el yerno de oro por traicionar su confianza.

Y de alguna manera, funcionó porque nadie en este país quería enfrentar la gran mentira sobre la que estaba construida la transición pacífica mejor vendida en el mundo de las transiciones políticas.

El asunto es que mientras los costos de las corruptelas de la casa real pudieron mantenerse en términos de exilios dorados, la historia del advenedizo sin sangre azul que les salió rana puso a salvo la cada vez más maltrecha imagen de una monarquía que comenzó a levantar sospechas.

Al final, ante la posibilidad de que la infanta Cristina y su padre Juan Carlos I terminaran salpicados por la trama corrupta de la Fundación Noos, tuvieron que sacrificar al plebeyo Urdangarín y meterlo a la cárcel con una sentencia de cinco años.

Una cárcel de oro, pues el yerno de oro está en un reclusorio femenil, aislado en una celda especial, y las presas le cocinan con amor de súbditas, le llevan la comida a la celda y luego le mandan mensajes a la infanta de que su marido está muy bien, que no se preocupe, que lo tratan a cuerpo de rey, aunque sea de sangre roja y sucia.

El caso es que otros plebeyos de esta historia en la que los reyes también lloran, han visto que podrían ser los próximos sacrificados ante la presión de un sector del pueblo español que no se traga la pureza monárquica y su bondad histórica y endémica (la verdad es que a la familia Borbón, desde hace siglos, les ha gustado mucho las putas, los putos y el dinero), y para salvar el pellejo han abierto la boca.

La última gran noticia que tiene a los españoles entretenidos en lo que llaman un culebrón veraniego, son las filtraciones de supuestas grabaciones en las que la amante oficial del ahora rey emérito Juan Carlos, Corinna, una princesa alemana, acusa al rey Juan Carlos de lavar capitales utilizando su nombre.

Se ha destapado una cloaca en la que el salvaguarda de la democracia española, el querido rey, aparece como un adicto al sexo con al menos 60 amantes y un adicto al dinero a buen recaudo en paraísos fiscales, con una fortuna que se calcula en siete millones de euros.

Esto ha sido posible, la de destapar la cloaca, en parte, gracias a la paulatina renovación de los cuadros de la justicia española, ocupados durante décadas por viejos fiscales y jueces heredados del franquismo, desplazados por una generación cuyos valores democráticos están más consolidados; un sector de la prensa más libre y crítico, y una sociedad española que ya no cree en cuentos de hadas.

La gran pregunta (y exigencia) que se plantea la sociedad española en este momento es si verán al emérito rey Juan Carlos, supuesto pilar de la transición española, sentado en el banquillo de los acusados.

De ello depende en gran medida la credibilidad de una democracia que durante años fue ejemplo por su pacífica consolidación después de una dictadura brutal y asfixiante.