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Políticos con piel de rana

Editorial

Los mexicanos estamos viviendo no solo un nuevo sistema político, sino una nueva generación de políticos, que llenos de soberbia por el poder que han logrado, actúan como una clase aristócrata que se ve reflejada en muchas acciones y actitudes, pero sobre todo en relación a la crítica de su función de gobierno. Por eso la sociedad debe ver con alarma cómo aumentan en todo el país actos de censura no solo contra periodistas, sino contra ciudadanos comunes y corrientes que se expresan en las redes sociales.

El analista Gerardo Esquivel define a la perfección esta nueva clase política, esto a raíz de un análisis de los actos de censura registrados en diversas partes del país, señalando que “Como se puede ver, ya comienza a aparecer un patrón en contra de la libertad de expresión de ciudadanos y/o periodistas. Antes se decía que los políticos deberían ser como los elefantes: que deberían tener colmillo, los pies bien asentados en la tierra, la piel gruesa y la cola corta. Nuestros políticos actuales parecen estar muy distantes de ese modelo. No toleran la crítica. Les falta colmillo y les sobra soberbia. Se suben a un ladrillo y pierden contacto con el piso y con la realidad. Más que piel de elefante parecen tener piel de rana, delgada e hipersensible”.

La vieja clase política tenía su código de comportamiento, que si bien eran soberbios y en muchos casos intolerantes, la mayoría tenía piel gruesa para aguantar las críticas. Ahora, como dice Esquivel, tienen la piel de rana. Pero las otras reglas las cumplen al pie de la letra, porque al fin y al cabo no dejan de rendirse y agacharse ante el poder. Siguen comiendo sapos sin hacer gestos. Llegar hasta la abyección con tal de quedar bien con el jefe político. Saben cuándo dar la puñalada traicionera. Son excelentes chapulines y cambian de bando y de principios sin ruborizarse. Tienden a marearse muy fácil con solo subirse a un ladrillo. Y se vuelven ególatras y enfermos de poder, como si ese poder les fuera a durar la eternidad y fuera realmente suyos.

Esta nueva clase de políticos, que hay que reconocer que no lo son todos, está actuando como si la Cuarta Transformación fuera a convertirse en una dictadura a perpetuidad. Están encandilados con las encuestas que favorecen al partido oficial y califican bien a los gobernantes. No a todos, desde luego. Todo este nuevo escenario ha provocado, como se ha dicho, una nueva generación de políticos con piel de rana. No aceptan la menor crítica y por lo mismo, en cuanto reciben algún señalamiento montan en cólera y buscan venganza, aprovechando que el Poder Judicial está en sus manos y bajo sus órdenes.

Casos hay muchos, en donde vemos ejemplos de revanchas cobardes de gobernantes y políticos contra comunicadores o simples ciudadanos. Ahí está el caso de Gerardo Fernández Noroña, que movió todos los hilos del poder para vengarse de un ciudadano que lo increpó públicamente en un aeropuerto, y obligarlo a que se disculpara en forma pública en el mismo Senado. Gracias, esto desde luego, al triste papel que hacen ahora los jueces. En Sonora vemos como una diputada Karina Barreras cobró lo que consideró afrenta de una ama de casa, quien se burló por la forma en que fue designada como candidata. Un tolerante Tribunal Electoral no vio esto como crítica y un ejercicio de libertad ciudadana, sino como violencia política de género hecho por una mujer.

Y así como estos casos, ya hay docenas de situaciones similares, en donde los políticos no aceptan ningún tipo de crítica o señalamiento. Lo peor del caso es que esta generación de funcionarios y gobernantes están reproduciéndose a extraordinaria velocidad y cada vez con la piel más delgada y con mayores niveles de soberbia. Lo más grave es que no hay contrapesos que puedan impedir que se comentan injusticias contra voces o espacios que hagan críticas o hagan denuncias y señalamientos. Ahora, ejercer la libertad de prensa es correr el riesgo de ser víctima de actos represivos. Además, aprovechando los controles en el Poder Legislativo a nivel federal y estatales, se están fraguando leyes cada vez con mayor nivel de censura. Ahí está un claro ejemplo en el caso de Puebla, en donde se aprobó una reforma al Código Penal bajo el pretexto de que se buscaba la ciberseguridad, y por ello se tipificó el delito de “ciberasedio”, mediante el cual se puede ejercer acción penal contra todo aquel que en cualquier medio de comunicación, incluyendo desde luego las redes sociales, “injurien, ofendan o agravien a otras personas con la intención de causar daño físico o emocional”.

Esto podría ser una ley justa si se aplicará correctamente. Pero lamentablemente la definición de injuria o de ofensa queda a la interpretación de un juez que se haya alineado con el poder. Luego entonces, lo que podría ser una crítica, o un simple chiste, puede valorarse como una ofensa. Como sucedió, según consigna Gerardo Esquivel, con la denuncia de Dora Alicia Martínez excandidata a ministra de la Suprema Corte de Justicia, que se hizo llamar “Dora la Transformadora”. Esto motivó burlas de manera natural, al final del día era una candidata que debe estar sujeta a este tipo de señalamientos. Pero no aguantó que una actriz de nombre Laisha Wilkins se burlara citando lo que había publicado un medio calificándola de “Dora, la Censuradora”. La artista solo agregó en su tuit “Dora, la Censuradora, jajaja”. Esto bastó para que fuera víctima de la venganza oficial.

Lo más grave es que al no contar con contrapesos, los comunicadores, medios y sociedad en general estarán cada día más expuesta a las represiones y revanchas de los políticos. Y no solo es señalar a la 4T, porque parece que todos están cortados igual, sino a la nueva generación de políticos, que retomando lo de Esquivel, tienen piel de rana. Cuidado, pues, porque esto puede llevar a una dictablanda, que es la antesala de una dictadura.