Entrevista Imposible con el Profesor Jirafales

Por Alberto Moreno (“Periodismo sin corbatas”)
LUGAR:
El aula de la vecindad. Tarde tranquila. Pupitres vacíos. Huele a gis y a café fresco. El pizarrón aún tiene escrito: “Tarea: ser buena persona”. El Profesor Jirafales se acomoda en su silla, suspira y sonríe. La entrevista comienza.
I. La vecindad: un aula sin paredes
ALBERTO MORENO:
Maestro Jirafales, antes de hablar de su vida profesional, dígame algo… ¿Qué fue la vecindad para usted?
PROFESOR JIRAFALES:
La vecindad fue mucho más que un conjunto de departamentos. Fue una especie de microcosmos, una escuela paralela. Un lugar donde se aprendía sin darse cuenta, y donde se enseñaba sin uniforme. Ahí vivía la humanidad en su forma más auténtica… con deudas, risas, carencias y cariño.
ALBERTO:
¿Quiénes marcaron su vida dentro de esa vecindad?
JIRAFALES:
Cada uno, a su manera, dejó una huella. Don Ramón, por ejemplo, era la rebeldía sin malicia. Un hombre que no tenía nada, pero que lo daba todo por su hija. Era mi opuesto en formas… pero mi igual en corazón.
ALBERTO:
¿Y Doña Clotilde?
JIRAFALES (sonríe con picardía):
Ah… La “Bruja del 71”. Tenía un alma noble, aunque la vecindad la etiquetara con injusticia. Fue víctima del prejuicio, pero jamás dejó de ser amable. Hasta me ofreció enchiladas un par de veces… aunque debo confesar que usaba demasiado comino.
ALBERTO:
¿Qué piensa del Señor Barriga?
JIRAFALES:
Un hombre recto. Más justo que duro. Comprendía más de lo que aparentaba. Detrás del traje y los cobros de renta, había alguien que también conocía el hambre… y la nostalgia.
ALBERTO:
¿Y qué hay del Chavo?
JIRAFALES (conmovido):
El Chavo era el corazón de la vecindad. Era la infancia rota… buscando ser reparada con juegos. Con él aprendí que enseñar no siempre es corregir. A veces es simplemente acompañar. Su silencio decía más que muchos discursos.
ALBERTO:
¿Kiko?
JIRAFALES (se ríe):
Una criatura curiosa. Egocéntrico, sí… pero profundamente necesitado de afecto. Tenía el alma inflada como su cachete. Me retaba, me celaba, y a veces me sorprendía. Una vez me preguntó si yo podía ser su papá. Guardé silencio… porque la respuesta me dolía.
ALBERTO:
¿Y la Chilindrina?
JIRAFALES:
La inteligencia encarnada en travesura. Brillante, aguda… pero dolida por la ausencia de su madre. Era una niña que usaba las bromas como escudo. La admiraba… aunque también temía sus exámenes
II. El romance en pausa: Doña Florinda
ALBERTO:
Pasemos a algo más íntimo. ¿Qué fue para usted Doña Florinda?
JIRAFALES (baja la voz):
Una pausa entre tanto ruido. Una taza de café con aroma a esperanza. Su carácter fuerte era solo la puerta; adentro, había ternura, dolor… y ganas de creer de nuevo en el amor. No fue un romance de novela… fue uno de telenovela lenta, pero profunda.
ALBERTO:
¿Fue amor correspondido?
JIRAFALES:
Sí. Pero medido. Cauteloso. Nos hablábamos más con silencios que con palabras. Yo llegaba con flores, ella con galletas. Y cuando coincidíamos en miradas… no hacía falta más.
ALBERTO:
¿Por qué nunca se casaron?
JIRAFALES:
Por miedo. Por tiempos que no coincidieron. Por Kiko. Y porque hay amores que nacen para no completarse. Era más fácil soñar con ella… que vivir con ella.
ALBERTO:
¿Se escribían?
JIRAFALES:
No formalmente. Pero yo le escribía en mis cartas sin destino. Le contaba cómo hubiera sido compartir una vida: un desayuno sin prisas, un domingo sin lonche para llevar… una vejez compartida. Nunca las leyó. Pero quizás… las intuyó.
III. El maestro y su lucha
ALBERTO:
Cambiando de tema… Maestro, ¿cómo ve la situación actual del magisterio en México?
JIRAFALES (se endereza):
Con tristeza. El maestro fue pilar, ahora es estorbo presupuestal. Se nos exige, pero no se nos respeta. Las pensiones se diluyen, los apoyos se recortan, y los discursos se llenan de promesas vacías. Ser maestro hoy es ser guerrero… sin armadura.
ALBERTO:
¿Y los sindicatos?
JIRAFALES:
Algunos fueron defensa… otros solo fachada. Hay quienes negocian mejor su sueldo que el futuro de sus representados. Pero todavía hay líderes honestos, luchadores reales. La esperanza no se ha jubilado.
ALBERTO:
¿Cree que aún hay vocación entre los jóvenes?
JIRAFALES:
Sí. Pero hay que buscarla. No todos quieren enseñar. Algunos solo buscan trabajo. Pero los que llegan con brillo en los ojos… esos salvan generaciones. La vocación no ha muerto. Solo está en cuarentena.
ALBERTO:
¿Y qué opina de la docencia en tiempos de ChatGPT, IA, YouTube…?
JIRAFALES (se ríe):
Esas herramientas son útiles… pero no reemplazan el alma. Un algoritmo no puede abrazar. No puede decir “confío en ti”. El maestro sigue siendo el puente… aunque ahora lo crucemos con tabletas.
IV. El hombre detrás del bigote
ALBERTO:
Maestro… ¿por qué decía “¡ta-ta-ta-ta-ta-taaaa!” cuando se desesperaba?
JIRAFALES (sonríe):
Porque decir groserías estaba mal visto. Pero necesitaba sacar presión. Ese “ta-ta” era mi manera de no explotar. Era mi grito de guerra… y mi grito de impotencia elegante.
ALBERTO:
¿Alguna vez soñó con ser otra cosa?
JIRAFALES:
Sí. Poeta. Músico. O simplemente amado. Pero la vida me trajo a las aulas… y ahí encontré todo lo demás.
ALBERTO:
¿Cuál era su escala de valores?
JIRAFALES:
Dignidad, educación, respeto, humor y ternura. En ese orden… aunque a veces el humor me ganaba.
ALBERTO:
¿Y quién se los inculcó?
JIRAFALES:
Mi madre. Mujer de campo. No sabía leer, pero me enseñó a interpretar la vida. Y mi padre… que sin decir mucho, me enseñó a no doblar el lomo ante nadie.
V. El mensaje que no cabe en una pizarra
ALBERTO:
Profesor… ¿qué le diría hoy a los millones que aún lo ven por televisión?
JIRAFALES (se queda en silencio unos segundos):
Que la risa es un puente… pero también una defensa. Que detrás del bigote, hay un hombre que amó enseñar. Que la escuela no es solo un salón, sino cualquier lugar donde alguien escuche y otro comparta.
Y que si alguna vez ven a un maestro cansado, con sus papeles bajo el brazo, suspiros en la espalda y un gis en el bolsillo… le digan:
“Gracias, profe”.
Porque eso… vale más que un aumento.
Don Inocencio Jirafales fue más que el maestro de la vecindad. Fue un símbolo. Un hombre alto, porque su vocación lo elevaba.
Hoy lo recordamos no solo por su “¡ta-ta-ta-ta-taaaa!”, sino por su humanidad, su educación, su fe en la niñez… y su amor no declarado, pero eterno.
Porque los verdaderos maestros nunca se jubilan. Solo dejan de pasar lista.
Nota del autor:
Esta entrevista no ocurrió, pero podría haber ocurrido. Es un ejercicio literario con el afán de profundizar en uno de los personajes más entrañables de la cultura popular latinoamericana: el Profesor Jirafales. Maestro de letras, de vida, y de silencios. Desde su salón de clase, nos abre su mundo, su vecindad, su corazón y su mente… para que conozcamos al hombre detrás del bigote.