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LA CONQUISTA DE MÉXICO (Parte II – Hernán Cortés y Moctezuma)

“Más vale morir con honra, que vivir deshonrado” (Hernán Cortés).

 

Por Daniel Padilla Ramos

Cuando Hernán Cortés y Moctezuma finalmente se toparon frente a frente aquel 08 de noviembre de 1519, el busilis del diálogo y entendimiento inicial se dio gracias al apoyo de dos traductores que Hernando llevaba entre su mesnada, siendo uno de ellos Gerónimo de Aguilar, quien por haber estado varios años esclavizado por los mayas, dominaba tanto el idioma castellano como el dialecto maya.

La otra traductora que llevaba el ambicioso conquistador era doña Marina, mejor conocida como “La Malinche”, quien dominaba la lengua maya, náhuatl y hasta el totonaco.

Y es que, durante su niñez, La Malinche aprendió el náhuatl en la región de Coatzacoalcos porque esa era su lengua materna; y como después fue vendida a los mayas de Yucatán y Tabasco, con ellos aprendió el maya chontal. Finalmente, durante su servicio a Hernán Cortés aprendió el castellano, de manera que la indígena era toda una políglota.

Así las cosas, Cortés se dirigía a Gerónimo de Aguilar en español, éste le traducía a la Malinche en lengua maya, y ésta a su vez le explicaba al Emperador Moctezuma en náhuatl, y de la misma manera Cortés recibía las respuestas.

El caso es que ese 08 de noviembre de 1519 las miradas de dos hombres sin analogías comunes se cruzaron, dos individuos de quienes prevalecían dos conceptos de mundo, de vida y de cultura completamente ajenos uno al otro, ya que hasta muy poco tiempo antes ninguno sabía de su mutua existencia, y más importante aún, no sabían lo que cada uno representaba.

Ese día de 1519 en la ciudad de Tenochtitlán, Moctezuma Xocoyotzin, tlatoani del Imperio Mexica, y Hernán Cortés, soldado del Reino de Castilla, se vieron cara a cara. Pocos encuentros en la historia desafían los límites de la otredad como éste.

Cortés nació en Medellín, España, un pequeño poblado cercano a Madrid, mientras que Moctezuma llegó a este mundo en México-Tenochtitlán, capital del Imperio Mexica.

NOTA: Aunque a menudo se usen como sinónimos y ambos son aceptados, “azteca” y “mexica” no son lo mismo. Los mexicas son el grupo étnico que fundó el Imperio Azteca. El término azteca en cambio se refiere a la mitológica Aztlán, su lugar de origen, o bien, a los pueblos nahuas del centro de México.

Unos años antes del nacimiento de Moctezuma, la triple alianza se había conformado (Tenochtitlán-Texcoco-Tlacopan), convirtiendo a la ciudad azteca en una de las más grandes y poderosas del mundo, y justamente en las fechas en las que ocurrió este encuentro la Gran Tenochtitlán vivía una época de gran esplendor y pujanza.

Para ese 1519 Moctezuma ya había concluido la construcción del Templo de Ehécatl y la última etapa del Templo Mayor, desde el cual se podía observar la ciudad entera y sus alrededores. Todos los cronistas de la época coinciden en que era una vista imponente, sobre todo les maravillaba la plaza que se encontraba en el centro de todo, que viene siendo el actual zócalo de la CDMX.

Bernal Díaz del Castillo describió en sus crónicas: “Entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchos lugares del mundo como Constantinopla e Italia, y dijeron que plaza tan bien acompasada, con tanto concierto, tamaño y tan llena de gente, no habían visto jamás”.

Respecto a si Bernal Díaz del Castillo existió o no, se han tejido muchas leyendas. Es el autor de la obra «Historia verdadera de la conquista de la Nueva España», que es el referente más detallado de lo acontecido desde la llegada de Hernán Cortés hasta la caída de la Gran Tenochtitlán.

La historia comúnmente aceptada asegura que Bernal fue un soldado que engrosaba las filas de Cortés y como tal participó en la conquista de México, escribiendo estas crónicas para dar testimonio de los eventos desde su propia perspectiva como soldado.

Sin embargo, dichos relatos “supuestamente” los escribió en 1568, es decir, casi medio siglo después de la conquista, y no obstante su relevancia histórica, fueron publicados más de un siglo después.

Además, el escribano oficial de Hernán Cortés era Diego de Godoy, que fue quien redactó las cinco cartas de relación que el conquistador envió al rey Carlos V en las que le narraba todo lo que iba sucediendo en el nuevo mundo.

A mi ver, Bernal Díaz del Castillo era el seudónimo de Hernán Cortés, ya que por un lado nunca se le cita en las cartas de relación ni en la lista de soldados que acompañaban al extremeño, y por el otro, narra con lujo de detalles algunos hechos que solamente el propio Hernando pudo haber sabido.

En 1519 se calculaba que Tenochtitlán tenía una población superior a los 200 mil habitantes, aproximadamente cuatro veces más que Londres, que era de las ciudades más pobladas del mundo en ese entonces, por lo que no había parangón.

Del histórico encuentro entre Cortés y Moctezuma hay muchos recuentos, y aunque muchos coinciden en que fue amable y ceremonioso, algunas versiones de la época difieren en la actitud que tuvieron y en las palabras que intercambiaron.

Dos mundos distintos pues, cada uno interpretando al otro lo mejor que podía, y le convenía, pero la verdad monda y lironda es que a partir de ese momento sus destinos y los del mundo que cada uno representaba se volvieron indisociables.

Después del encuentro inicial, Moctezuma hospedó a los peninsulares en el enorme palacio de Axayácatl, que había sido su padre, brindándoles todo tipo de comodidades. A los pocos días de deambular y disfrutar de la belleza y las comodidades de la Gran Tenochtitlán, como una serendipia Cortés descubrió una pared falsa en sus aposentos que conectaba a otra habitación en la que se escondía una enorme cantidad de oro, lo que despertó aún más su ambición y la de sus hombres.

Por esos días Hernando también se enteró que Moctezuma fraguaba una celada en contra de sus soldados en Veracruz, por lo que con engaños el extremeño apresó al tlatoani y lo retuvo en su palacio en calidad de rehén.

El irreverente escritor e historiador Juan Miguel Zunzunegui, asegura que Cortés y Moctezuma convivieron tanto durante el cautiverio del tlatoani, que hasta nació un cariño muy íntimo entre ellos.

En mayo de 1520, después de meses de residir en Tenochtitlán, Hernán Cortés recibió noticias de que Pánfilo Narváez había desembarcado en Veracruz para apresarlo y someterlo a la justicia por desacato, toda vez que el viaje de exploración que le fue autorizado lo había convertido en una conquista.

Cortés se trasladó de inmediato a Veracruz con un contingente y enfrentó a Narváez, a quien no solo derrotó a inicios de junio de ese 1520, sino que sumó a su cruzada a la gran mayoría de soldados que acompañaban al aprehensor, quienes igualmente venían sedientos de riqueza y prosperidad, fortaleciendo de esa manera Hernando sus tropas.

Pero para su infortunio, durante su ausencia le había encargado el control de Tenochtitlán a Pedro de Alvarado, sin embargo, este último con crueldad extrema llevó a cabo la matanza del Templo Mayor, holocausto que desencadenó la ira y sublevación de los mexicas.

Existen varias versiones sobre el motivo que obligó a Alvarado a ordenar esa hecatombe. Una de ellas indica que los mexicas, al enterarse que soldados españoles habían llegado a Veracruz para detener a Cortés por ser un prófugo de la justicia, aprovecharon para atacar a los soldados ibéricos y éstos simplemente se defendieron.

Otra versión, la más aceptada, señala que los mexicas celebraban la fiesta de Tóxcatl, y para ello utilizaron ruidosos tambores, máscaras y rituales de sacrificios humanos, lo que Pedro de Alvarado, que en ese momento se encontraba ebrio y paranoico, lo interpretó como una preparación de guerra y procedió a atacar primero.

Al regresar Cortés de Veracruz encontró cientos de cuerpos de mexicas regados por doquier y a una Tenochtitlán furiosa, por lo que le pidió a su rehén, el Emperador Moctezuma, que saliera al balcón del palacio donde lo tenía cautivo para que apaciguara a su gente, pero los mexicas enfurecidos mataron al tlatoani de una pedrada en la cabeza mientras intentaba sofocar la violenta revuelta.

A Cortés se le vino el mundo encima cuando Cuitláhuac, el aguerrido hermano del difunto Emperador Moctezuma, fue designado como nuevo tlatoani y tomó el mando de los guerreros mexicas, sitiando a los extranjeros y a sus aliados indígenas en el inmenso palacio donde se encontraban atrincherados.

Ante esa situación, el 30 de junio de ese año los conquistadores decidieron huir aprovechando un fuerte aguacero que durante la noche caía, pero fueron descubiertos por habitantes de Tenochtitlán quienes de inmediato dieron la señal de alerta.

Cortés y su tropel apenas podían avanzar porque llevaban una gran cantidad de oro con ellos y en los caballos, mismo metal precioso que junto con los equinos terminaron en el fondo del agua. Los conquistadores se defendieron como pudieron y lograron escapar, terminando refugiados debajo de un enorme árbol de ahuehuete, donde aseguran que Cortés lloró de impotencia y desesperación. Ese árbol es conocido como el “árbol de la noche triste”.

Al día siguiente, es decir el primero de julio de 1520, los mexicas al mando del mismísimo tlatoani Cuitláhuac y aún con la sangre hirviendo, persiguieron a los peninsulares y los alcanzaron en Otumba (hoy Estado de México), donde se dio otro sanguinario enfrentamiento que de plano orilló a los asustados ibéricos a replegarse hasta Tlaxcala.

Cuitláhuac murió apenas 80 días después de haber sido nombrado Emperador, víctima de la viruela traída por los conquistadores. Lo sucedió su sobrino Cuauhtémoc, que fue el último Emperador Azteca o Mexica.

Después de más de un año de preparación sobrevino la retaliación de Hernán Cortés y la caída definitiva de la gran Tenochtitlán, esto, el 13 de agosto de 1521, día en que el extremeño y sus huestes lucharon a muerte contra los mexicas hasta que lograron su cometido de que finalmente llegara el nirvana.

En síntesis, la conquista de México la llevaron a cabo cientos de españoles apoyados por millares de valerosos indígenas nativos, entre los que se contaban los tlaxcaltecas, totonacas, cempoaltecas, xochimilicas, texcocanos, azcapotzalcos y otros más que fueron utilizados como carne de cañón, aunque ellos prefirieron jugársela con un bueno por conocer que con un malo conocido.

Tampoco debemos regatearles méritos a la destreza de Hernán Cortés y su tropa de bizarros capitanes como el mismo Pedro de Alvarado, Cristóbal de Olid, Diego de Ordaz, Alonso Hernández Portocarrero, Alonso de Ávila, Juan de Escalante y Gonzalo Sandoval, este último primo de Hernán Cortés, entre otros no menos osados soldados del rey.

Así, desde aquel 13 de agosto de 1521 en que cayó en manos de Hernán Cortés y sus osados guerreros, la Gran Tenochtitlán sufrió un Mutatis Mutandis al ser gradualmente destruida para darle paso a la eclosión de lo que hoy conocemos como la Ciudad de México.