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LA CONQUISTA DE MÉXICO (Última parte – Nace una nueva nación)

«En nuestros dominios nunca se pone el Sol» (Reyes de Castilla y Aragón).

 

Por Daniel Padilla Ramos

La violenta caída de la Gran Tenochtitlán, casi dos años después de la llegada de los ibéricos en 1519, sólo es comparable en su devastación con la de Constantinopla en el mundo antiguo, o la de Berlín en la segunda guerra mundial. 

Sobre las ruinas que quedaron, Hernán Cortés habría de edificar y asentar las bases de lo que sería la colonia denominada Nueva España, el antecedente durante tres siglos de nuestra nación.

Aunque nada se ha sabido oficialmente de los restos del Emperador Moctezuma, en el año 2008 los arqueólogos “supuestamente” encontraron lo que fue el palacio del tlatoani azteca, localizado bajo el Museo Nacional de las Culturas de la Ciudad de México, y ahí estaba él.

Los expertos sospechaban de su presencia toda vez que, como es bien sabido, el centro de la capital mexicana se erigió sobre los restos de la antigua Tenochtitlán, desde donde el Emperador dirigía su imperio y donde se cree que también fue sepultado.

Hernán Cortés murió en Castilleja de la Cuesta, España el dos de diciembre de 1547, sus restos han sido inhumados infinidad de veces. La primera en 1550 cuando fueron cambiados de lugar dentro de la misma iglesia de San Isidoro del Campo en Sevilla.

En 1566 lo volvieron a exhumar por decisión familiar, para trasladarlo a la Nueva España y sepultarlo junto con su madre y una de sus hijas en el templo de San Francisco en Texcoco, cerca de la ciudad de México. 

Sus huesos yacerían ahí hasta 1629, cuando tras la muerte de Pedro Cortés, último de sus descendientes en línea masculina, las autoridades civiles y eclesiásticas de la provincia española decidieron sepultarlos juntos en la iglesia del convento de San Francisco en la capital mexicana.

En 1794 las autoridades del virreinato exhumaron nuevamente los restos de Cortés con el fin de cumplir con los deseos del conquistador, quien en vida solicitó ser sepultado en la iglesia contigua al hospital de Jesús Nazareno, recinto religioso y nosocomio que él mismo había fundado.

Por ello, sacaron la osamenta de Cortés del templo de San Francisco donde yacía en su nicho de madera y cristal con asas de plata, y en cuya cabecera se encontraba grabado el escudo de armas del Marqués de Oaxaca, su título nobiliario.

En 1823, a dos años de la Independencia de México, inició el memorial para honrar a los insurgentes muertos durante esa cruenta guerra, ceremoniales que incluyeron los traslados de los restos de todos los héroes nacionales a la ciudad de México, en cuya catedral fueron inicialmente depositados.

Estos traslados provocaron que surgiera un gran movimiento nacionalista entre los habitantes de la capital mexicana, a grado tal que se temió que una turba asaltara el templo para profanar los restos de Hernán Cortés.

Ante esa posibilidad, el ministro Lucas Alamán y el capellán del hospital desmantelaron la noche del 15 de septiembre de ese año el mausoleo de Cortés, en tanto el busto y demás ornamentos fueron enviados a Italia para hacer creer a los agitadores que los restos de Cortés habían salido del país, aunque en realidad la urna fue escondida bajo la tarima del templo del hospital de Jesús Nazareno, donde permanecieron resguardados durante trece años.

En 1836, una vez calmadas las pasiones, se extrajeron los restos de Cortés y los depositaron en un nicho secreto en la pared del templo, justo a un lado de donde estuvo el mausoleo, lugar en el que reposaron durante 110 años, hasta ser descubiertos nuevamente. 

En aquel entonces, el ministro Lucas Alamán había informado sigilosamente a la embajada española el lugar exacto donde habían depositado los restos del extremeño.

Pero las molestias a los restos del conquistador no acaban aquí, ya que todavía el nueve de julio de 1947 se reinhumaron por última vez para ponerlos sobre el muro de la misma iglesia, acompañados de una placa de bronce con el escudo de armas de Cortés, donde hasta la fecha descansan. Este recinto religioso está ubicado sobre la calle República del Salvador, en el centro histórico de la Ciudad de México.

En lo personal, considero que debemos reconocer que Hernán Cortés fue muy osado, valiente y visionario por todas sus sergas. Que si estuviéramos mejor si no hubiera conquistado la Gran Tenochtitlán, eso nadie lo sabe.

Durante la conquista de México los españoles trajeron numerosos virus y bacterias que propiciaron enfermedades a las que los nativos no habían estado expuestos y por ende no podían resistir. Estas enfermedades eran principalmente la viruela y el sarampión. 

Debido al aislamiento de América del resto del mundo durante milenios, las enfermedades provenientes del ganado euroasiático no habían llegado, lo que explica el brusco descenso de la población americana en los primeros años de la dominación española.

Este fue, de hecho, un factor determinante para la victoria española contra Tenochtitlán en 1521, al cobrar las vidas de más de tres millones de indígenas. Muchos aztecas sucumbieron a la viruela traída por los europeos, entre ellos el tlatoani Cuitláhuac, vencedor de Hernán Cortés y sus tropas en la batalla de 1520 en la que prácticamente los expulsó de sus dominios.

La virosis causó severos estragos en toda Tenochtitlan, ya que hubo lugares donde fue tan grande la mortalidad, que los pobladores no podían ni enterrar a sus difuntos.

Aunque los peninsulares fueron superiores militarmente al usar armas de fuego, espadas y caballos, en realidad en México hubo tres conquistas: la militar, la espiritual y la bacteriológica.

Las sociedades del México antiguo no eran inmunes a las enfermedades, pero la viruela y el sarampión eran completamente desconocidas en el nuevo mundo repito. La rapidez de su propagación se debió a los cambios de hábitos en la higiene, ya que como el baño diario y el común aseo no se estilaba entre los ibéricos, proliferaron piojos y pulgas en la ropa, transmisores de padecimientos.

Los indígenas eran de hecho más limpios que los conquistadores, ya que los primeros acostumbraban ducharse diariamente utilizando raíces de plantas como el amolli y el copalxocotl, que producían espuma para lavar el cuerpo y vestimentas. También se bañaban en ríos, lagos y temazcales, además de que usaban desodorantes y limpiadores de dientes a base de ceniza de tortilla.

Ante la expansión de la viruela y otras epidemias, las principales medidas sanitarias estaban a cargo de la iglesia, donde se hacían peticiones espirituales a través de procesiones o plegarias, que de nada o poco servían.

Una vez consumada la conquista, la iglesia católica creó los primeros hospitales. El primer nosocomio se llamó “Amor de Dios”, especializado en tratar las bubas o la sífilis. Esta última la contrajeron los europeos de los indígenas, quizás como venganza por las que ellos trajeron consigo.

En lo que hoy es la esquina de las calles Guatemala y Argentina en el centro histórico de la CDMX se comenzó a trazar el proyecto de calles y avenidas de lo que sería la nueva ciudad, edificada sobre los templos y construcciones aztecas salvajemente destruidos por los conquistadores.

Hernán Cortés le encomendó ese proyecto a Alonso García Bravo, quien formó bloques de los edificios prehispánicos, los cuales fueron fragmentados para construir las primeras avenidas, así como para controlar el curso de los canales.

Es innegable que, en su vida independiente, México se ha identificado con la riqueza cultural del pasado indígena y ha evitado la reivindicación con nuestro conquistador Hernán Cortés.

A poco más de 500 años de la violenta conquista de México, este preciso año de 2025 se cumplen 700 años de la fundación de la Gran Tenochtitlán, instaurada justo donde hoy se encuentra el centro histórico de la CDMX.

El ex-Presidente Andrés Manuel López Obrador insistía en que España debía ofrecernos disculpas por las atrocidades cometidas durante su “intervención”, como él se refería a la conquista.

Sin embargo, España le respondió que para empezar en aquella época el conquistador no era España, sino el Reino de Castilla, el cual se componía a su vez por varios reinos como el del mismo Castilla, de León, de Granada y de Aragón, así como por otras entidades ibéricas.

Sostienen los gachupines de igual manera que no conquistaron México, porque nuestro país en esos tiempos —al igual que España— no existía, sino al Imperio Azteca o Mexica, que dominaba una parte de lo que hoy es la República Mexicana.

Por último, se defienden diciendo que en todo caso soliciten también el perdón de todas las etnias que participaron en la conquista y que eran enemigos declarados de los mexicas, tales como los tlaxcaltecas, totonacas, mayas, cholultecas, etcétera.

A mi ver, es como si Colombia, Venezuela, Chile, Perú, Paraguay, Uruguay, Cuba, República Dominicana, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y hasta los Estados Unidos, entre muchas otras naciones, se distanciaran de España por el mismo motivo.

O bien, es como si Francia, Bélgica, Austria, Grecia, Turquía, Portugal, Alemania, Suiza, la República Checa, Eslovenia, Israel, Irán, Irak, la misma España, entre varios países más, le exigieran disculpas a Italia por la invasión de la que fueron objeto por parte del Imperio Romano hace más de dos mil años.

En respuesta a la negativa española, el gobierno de la 4T que encabezaba López Obrador ordenó varios cambios en la CDMX, como el de retirar el monumento de Cristóbal Colón (sin velo en el entierro) y colocar en su lugar la estatua de “Tlali”, que en lengua náhuatl significa Tierra.

Igualmente hizo cambiar el nombre de la antiquísima avenida Pedro de Alvarado y rebautizarla con el nombre de México-Tenochtitlán. Al tradicional árbol de la Noche Triste le cambió su nombre al de “Noche Victoriosa”.

Al emblemático Zócalo de la CDMX, corazón de esa ciudad, ordenó que ahora lo designaran como “Zócalo-Tenochtitlán”. Al Mar de Cortés pretendía designarlo como “Mar del Yaqui”. En fin, cada quien que lo nombre como le plazca, aunque estoy seguro que la ciudadanía los seguirá llamando como acostumbraba. 

Independientemente de la ferocidad con la que fue perpetrada la conquista de la gran Tenochtitlán y que ha sido el motivo principal de toda esa controversia entre México y España (hasta al Vaticano involucraron), recordemos el dicho que dice: “en la guerra y en el amor todo se vale”.

Décadas después de la conquista y sometimiento del pueblo mexica, inició en México la era del Virreinato, la cual duró desde 1584 con el primer Virrey Pedro Moya de Contreras, hasta el año de 1823 en que gobernó el último Virrey en la persona de Francisco Lemaur de la Muraire. 

En total tuvimos a 64 Virreyes, quienes en su gran mayoría trataron con tiranía a los pueblos indígenas, a los mestizos y en ocasiones hasta a los propios criollos.

Posterior al virreinato hemos “aguantado” a 80 Presidentes, desde Guadalupe Victoria en 1824 hasta la actual mandataria Claudia Sheinbaum Pardo, y contando…