
“La violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”
Por Mayra Torres
Todo lo que tocaba lo convertía en oro y como si ese fuera una arcilla lo convertía en estatuillas doradas, en esas que año con año son tan cotizadas por las estrellas de talla internacional como sinónimo de talento, entrega, sacrificio, dedicación, pasión y logro.
En poco tiempo, Harvey Weinstein se convirtió en el productor más cotizado, el amigo a quien todos querían para salir en portada de alguna revista, para presumir una amistad o lograr cualquier papel dentro de su productora independiente que fue construyendo estatuillas llamadas Oscar como cajas de chocolates en tiempos de Forrest Gump.
Aunque para muchos era inalcanzable, para cientos de mujeres ese hombre representaba los más bajos instintos, creador de los deseos más inimaginables, que con un poder superior acosaba desde la oscuridad y obtenía sexo en medio del silencio y la represión; secretos que se quedaban en las habitaciones de hoteles llenos de lujos y extravagancias; o quedaban entre los telones de algún teatro o en los camerinos de alguna producción.
Weinstein lo sabía, su poder valía más que su dinero y ante el deseo y el anhelo poco se podía hacer. Así de una en una, mujeres indefensas, sumisas y con miedo fueron cediendo a un hombre sin escrúpulos que, sabedor de no poseer la galanura del momento, utilizó su poder y su talento para lograr sus deseos creyéndose más grande que Dios y generando caos entre las estrellas, aquellas mujeres que poseedoras de talento pero carentes de la fuerza para salir y denunciar, aquellas que brillaban en las más grandes pantallas pero se opacaban en los más inimaginables escenarios.
En octubre de 2017 el telón se cayó y The New York Times y The New Yorker ofrecieron en tinta y letra una historia compuesta por decenas de mujeres que narraron de una y mil maneras las formas que el productor utilizaba su posición y desde luego su poder para lograr sus anhelos.
La noticia fue una explosión de sentimientos, la industria del cine colapsó y poco a poco las voces fueron más fuerte; las decenas se convirtieron en cientos de mujeres que, de una u otra manera cedieron ante el productor; quien desde luego lo negó.
Los amigos se quedaron callados, los críticos no lograban entender cómo mujeres talentosas, bellas y con futuros prometedores cedían ante el imperio de un solo hombre; las voces en defensa también salieron y la historia apenas comenzaba.
Angelina Jolie, Ashley Judd, Katherine Kendall, Amber Anderson, Lauren O’Connor, Lupita Nyong’o, Alice Evans, Uma Thurman, Sean Young, Salma Hayek, Heter Graham, son tan sólo algunas de las que hoy puedo mencionar unieron su fuerza y sus historias para lograr alzar la voz contra el acoso sexual y lo pusieron sobre la mesa, un tema callado, secreto y hasta en cierto momento ‘intocable’.
El grito en silencio de esas mujeres pasó de la ficción a la realidad y generó algo que muchos desconocemos pero que cada día surge con mayor fuerza Sororidad, ese apoyo que hace la fortaleza imperial de un mismo género; esa alianza que propicia la confianza y el apoyo.
Y así, cada día Hollywood producía un capítulo más, estrellas de todos los niveles se unieron y crearon Time’s Up #Metoo, un movimiento, activo, fuerte y ensordecedor que retumbó en todos los niveles de una sociedad que se ha convertido en críticos más que en defensores.
Esta situación de acoso y abuso sexual no sólo se da con las estrellas inalcanzables y desde luego no deja fuera a nuestro país, donde día a día las mujeres habremos de enfrentar burlas, hostigamiento y presión de compañeros, amigos, desconocidos y familiares y claro sin hacer muecas ante el chiste misógino, la frase burlesca, el doble sentido, palabras altisonantes; la intención de subir de puesto a cambio de ‘cariño’ o ‘favor’, el no entender que salir a comer o a cenar entre compañeros es simplemente probar un restaurante de moda o echar la comenta y descifrar que el No es No sin importar las circunstancias.
Vaya que son difíciles los tiempos de las mujeres actuales; si eres fuerte y hablas con ovarios eres feminista y surgen términos como “feminazi”, si eres tibia te vuelves frágil y si eres reservada te conviertes en imbécil.
Y para muestra de ello basta seguir a Karla Souza, actriz mexicana, primera en romper el silencio en este juego de ‘el que se lleva se aguanta; ella de forma valiente lo asumió fue tajante al señalar que fue violada por un productor sin revelar su nombre.
La respuesta fue inmediata, existió Sororidad entre el gremio, actrices como Kate del Castillo y la periodista Lydia Cacho mostró su apoyo y generaron esa confianza en Karla y en las miles de ‘Karlas’ que pasan por ello. Pero muchos otros han criticado y cuestionado los 12 años que la actriz tardó en sacarlo a la luz pública.
La reflexión es larga, los juicios pueden quedar a medias o ser premeditados; lo cierto es que afuera, en el día a día y en la rutina diaria la ONU Mujeres en México (2016) señala que cada año hay 15 mil denuncias por violación, es decir 41 casos al día; con ello comprobamos que, allá afuera, vemos a cientos de Salma Hayek, Angelina Jolie o Karla Souza sufriendo y enfrentando a personajes tan poderosos como productores, políticos, compañeros o familiares, sobre todo en el contexto laboral, disfrazados de nobles caballeros… y ¿qué hacemos para evitarlo? ¿Criticamos o apoyamos? ¿Enfrentamos o callamos? ¿Le damos vuelta a la página? ¿Nos unimos como mujeres? ¿Nos apoyamos como género?… sería bueno crear sororidad en lugar de criticar y recordar. “La violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”.
*Mayra Torres, periodista y productora de noticias en Larsa Comunicaciones; Twitter: @mayratorresk; email: mkt_78@hotmail.com