¿Alguien entiende lo que está pasando?

Los procesos electorales desatan pasiones y en no pocas ocasiones el descontrol ha provocado la violencia. ¿Aguantaría México en el 2018 el asesinato de un candidato presidencial?
Por Bulmaro Pacheco
El secretario de gobernación Alfonso Navarrete y el gobernador de Oaxaca Alejandro Murat acaban de tener un accidente de helicóptero que costó 14 vidas. Ellos salieron ilesos.
El accidente de ésta semana nos llevó a recordar las muertes de Ramón Martín Huerta, Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake Mora, secretario de seguridad pública el primero, y de gobernación el segundo y el tercero en los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón. Nunca se volvió a saber de las causas de los accidentes donde murieron los servidores públicos de los gobiernos panistas. Ahora, la información relativa al accidente más reciente deberá transparentarse rápido para no dejar lugar a la especulación ni abonar al clima de confusión preelectoral. ¿Qué falló? ¿La información o la falta de pericia?
El precandidato del Frente por México, el panista Ricardo Anaya se queja de que alguien del gobierno le sigue los pasos y lo espía.
En la imagen que circula, él mismo detiene su vehículo y se encamina a una camioneta que lo sigue y los tripulantes —que se identifican— le dicen pertenecer al Centro de Investigaciones y Seguridad Nacional (CISEN), que seguramente tienen la obligación de reportar las actividades del precandidato, más en materia de la seguridad del mismo que en el afán de espiarlo, como si le dieran seguimiento a alguien que realizara actividades de rebeldía o contrarias al Estado mexicano.
Los procesos electorales desatan pasiones y en no pocas ocasiones el descontrol ha provocado la violencia. Lo hemos visto con mucha claridad, por ejemplo en los recientes enfrentamientos violentos que han tenido los perredistas contra los morenistas de Ciudad de México, así como en los asesinatos de presidentes municipales y de dirigentes sociales en distintas partes del país. ¿Por qué razones? Son muchas y diferentes en cada caso y el Estado mexicano con sus aparatos de seguridad deberá tener tanto la información, como las respuestas sobre las causas, los orígenes razones y los principales implicados. ¿Quién más que el Estado Mexicano para la recopilación de la información y el seguimiento? Nadie con más capacidad e infraestructura para hacerlo.
Aún así, no siempre la información del Estado es la mejor. Tampoco es verdad que se puedan anticipar con exactitud los hechos violentos en política. Más allá de la información precisa, está la condición humana con todo y sus complejidades e incertidumbres. Veamos:
El 17 de julio de 1928, fue asesinado el presidente electo de México Álvaro Obregón por José de León Toral, que logró burlar la vigilancia del Estado Mayor y entró armado al restaurante La Bombilla sin problema alguno, durante la comida que le ofrecía la diputación de Guanajuato al sonorense, a 17 días de haber sido electo presidente.
Antes de Obregón habían sido asesinados los presidentes Francisco I. Madero y Venustiano Carranza, así como el vicepresidente José María Pino Suárez. Esos terribles crímenes por un largo tiempo se mantuvieron en el silencio y la confusión. Con el tiempo, la historia hizo lo suyo y puso las cosas y a los personajes en su lugar.

Igual el tiempo ha clarificado los asesinatos de Emiliano Zapata en Chinameca, Morelos en 1919 y el de Francisco Villa, asesinado en Parral, Chihuahua, al regreso de un bautismo, en julio de 1923.
En 1924, se presenta la rebelión de Adolfo De la Huerta, aspirante a la candidatura presidencial para relevar a Obregón. Ahí mueren varios revolucionarios simpatizantes del secretario de Hacienda. La información principal estuvo a cargo de los jefes militares regionales. La ejecución de los rebeldes también. ¿El fondo? La transmisión del poder.
Más tarde, en 1927, fueron asesinados Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez —ambos presidenciables—, por haber desafiado el poder de Obregón y Calles. Serrano con mucha ingenuidad informaría puntualmente al presidente Elías Calles los nombres de todos los militares involucrados en su movimiento. Así le fue. ¿El fondo? La transmisión del poder.
¿Pudo prever la seguridad nacional de aquellos tiempos, organizada básicamente en agentes confidenciales y los reportes consulares y militares, el asesinato de Obregón? Quizá sí, era muy difícil, algo pasó.
Obregón ya había sufrido varios atentados y la había librado por los errores o la mala planeación de parte de sus adversarios, y también por la labor eficaz y la protección de su guardia personal.
El 17 de julio cambió el rumbo de la historia de México con el asesinato que cimbró y dividió al país. Obregón había sido electo para el primer gobierno sexenal que transcurriría entre 1928 y 1934. ¿Quién mató a Obregón? El asesino material: León Toral; fue fusilado en febrero de 1929, después de un largo juicio. Por décadas y a casi un siglo las dudas persisten: ¿Fue el único que planeó el asesinato? ¿Hubo alguien más en esa trama? ¿Quién proporcionó la pistola del crimen?
En 1968, con todo y sus aparatos de seguridad, la protesta estudiantil que empezó en julio terminó en un baño de sangre con más de 300 muertos el 2 de octubre. Junto con México, las movilizaciones estudiantiles se dieron en varias naciones; Francia, Estados Unidos, Argentina y otras. Lejos de querer entender el fenómeno político —inédito en el mundo—, de ese año, se malinterpretó y el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz reaccionó muy mal.
¿Por qué el sistema político y el gobierno reaccionaron con violencia? Porque nunca entendieron ni la forma ni el fondo del movimiento estudiantil y cayeron en el facilismo reduccionista de las teorías de la conspiración externa (Rusia y el comunismo internacional decían entonces) Por la mala calidad de la información que recopilaron los aparatos del Estado, y por la cerrazón y la ausencia de diálogo del sistema político hacia las nuevas expresiones de protesta social y estudiantil. El conflicto de 1968 también cambió el rumbo político de México y obligó a reformas de diverso calibre.
Igual sucedió el 10 de junio de 1971, con la intervención del grupo paramilitar llamado “Los Halcones”, dispersando con algunos muertos una manifestación estudiantil que partía de la escuela nacional de maestros. Un crimen también nunca aclarado.

El 23 de marzo de 1994, Luis Donaldo Colosio, el candidato del PRI a la Presidencia de la República, cae abatido por las balas en una colonia popular de Tijuana. Al igual que en el caso de Álvaro Obregón, fue aprehendido el asesino material Mario Aburto.
El asesinato de Colosio también cambió el rumbo de México y provocó un sin fin de crisis de largo alcance.
Las sospechas, las dudas, la confusión, los usos políticos del crimen dividieron al país, debilitaron la economía, precipitaron la crisis y fortalecieron las oposiciones a los gobiernos del PRI.
¿Fallaron los aparatos de inteligencia? ¿Faltó capacidad para entender las nuevas realidades de México y el mundo? ¿Ni el movimiento del EZLN ni el crimen de Colosio merecieron una previsión acertada de los aparatos de seguridad del Estado Mexicano para evitar el peor año del siglo XX?
Por las reacciones y los desenlaces posteriores, todo parece indicar que así fue, y todavía lo seguimos pagando.
Por eso los candidatos a la presidencia deben entender la seguridad del Estado y no hacer publicidad a costa de la política estatal.

Porque cualquier atentado que alguno de ellos pudieran sufrir en eventos de campaña como sucedió en 1994 de inmediato echarían culpas y la responsabilidad al gobierno, como suele suceder.
¿Aguantaría México en el 2018 el asesinato de un candidato presidencial? Pienso que no. De inmediato el país se desestabilizaría, la economía se resquebrajaría y los efectos serían peores que en 1994-1995.
No hay que ser tan cargados a echarle a la parte oficial la culpa de todo lo que tiene que ver con la inteligencia política.
Los últimos años —en política— han estado marcados por filtraciones, videos, llamadas telefónicas grabadas, investigaciones financieras, e intromisiones en la vida privada de las personas realizadas por personas independientes y organizaciones dedicadas a ese negocio y más ahora que las elecciones son en extremo competidas, y que tanto los grupos de poder como los poderes ilegales se reparten zonas de influencia.
¿El fondo? La transmisión y la conquista del poder. Eso es —y ha sido— parte de la nueva realidad mexicana, esa realidad que cada día nos rebasa y que de diversas maneras nos esforzamos en entenderla. ¿Alguien entiende lo que está pasando? Creo que no muchos.
bulmarop@gmail.com