
Y entonces sucedió, aún cuando la probabilidad era ínfima. No fue azar, eso fue pura suerte. Algunos dijeron que fue un milagro
Por Alberto Moreno Sin Corbatas
Corría el año de 1977, era un verano típico en Hermosillo, era poco después de la 1 de la tarde, el tráfico era escaso, a pesar de ser de las avenidas más utilizadas. La colonia Olivares y la calle del mismo nombre, en honor al gran médico Dr. Domingo Olivares, a esa hora desplazaba a gente que salía a comer a mediodía para retomar su labor vespertina.
Yo, caminaba con la distracción propia de mis 6 años con una recién adquirida bolsa en red repleta de canicas, en varios tamaños, era todo un tesoro. El hermano menor de mi padre, 5 años mayor que yo, caminaba a mi lado, íbamos al super del sol, precisamente ubicado en la esquina de Olivares y Nogales (hoy la José S. Healy), al llegar a la intersección, ahí donde está Víveres del Noroeste, contra esquina de la mejor tortillería de maíz de la ciudad, El gallo. Ahí fue donde mi tío sale corriendo, al notar que era seguro cruzar. Lo vi y volteando como el protocolo exigía a ambos lados, no vi auto alguno y empecé a caminar, jugando con mi bolsa de canicas y catotas. El pequeño problema fue que al lado derecho, dónde primero me fijé que no viniera carro, iba saliendo un pickup conducido por Manuel Machuca, músico de mariachi, que participaba en el Gran Concurso de Aficionados. Y para su mala suerte y la mía, el atropellamiento fue inevitable. Mi pequeño cuerpo fue lanzado aproximadamente 6 metros, un golpe en seco directo en la cabeza destrozó mi cráneo como un gran rompecabezas… Válgame la redundancia. Mi tío, no la pensó y se lanzó corriendo las seis cuadras que había en distancia a la casa para avisar. Mientras tanto, la escena era terrible, un niño flaco, con la cabeza llena de sangre y el charco que empezó a hacerse paralizó unos segundos a los empleados de las Tortas del sol que salieron a ver qué hacer, Don Manuel, sin pensarla mucho, me cargó y subió a su carro y se enfiló al hospital general. Su rápida intervención, estoy seguro, me salvaron la vida. Los médicos actuaron de inmediato y detuvieron la hemorragia y curaron las heridas, pero no reaccionaba, estaba en coma. El pronóstico era muy fatalista, si acaso sobrevive, quedarán secuelas en sus sentidos, en realidad no había mucho que hacer, tan solo esperar y orar.
Fueron 4 días los que estuve en coma. Milagrosamente mi cerebro se empezó a desinflamar y recupere el conocimiento, y lo recuerdo clarísimo, desperté asustado, buscando, ¡reclamando mis canicas!
En mi vida, ese accidente fue un antes y un después de la claridad con la que vivía la vida. Desperté con un hambre voraz de conocimiento. Empecé a leer de todo y a escuchar música de varios géneros. La música clásica y la de orquesta me llenaban de fascinación. Las novelas clásicas, de ciencia ficción y de detectives me llenaban de asombro. Y también en lo académico, fue un parteaguas, de ser un niño mediocre, pasé a ser un estudiante aplicado y de 10.
Algo pasó, no sé qué, pero renací, así lo entiendo y así lo he vivido desde entonces, algo importante tengo que hacer en este mundo que me presenta nuevas oportunidades, pese a lo adverso, a los chingazos de la vida, hay un despertar del coma. Y eventualmente me lleva a un lugar mejor. No va a pasar solo. Hay que hacer la tarea. Y hoy, a casi 50 años de ese accidente, estoy listo para lo que viene. Este es un nuevo despertar. Y saben, será espectacular.
Soy imparable. Aquí voy de nuevo.
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