Cananea, entre la nostalgia y el resentimiento social
Por Imanol Caneyada/
Cuando Luis Meraz llegó a Cananea, a mediados de los años 40, contaba con 15 años. Huérfano de padre y madre, venía de Chihuahua en busca de un futuro. El esplendor de la ciudad fronteriza lo deslumbró. Se dijo que, sin importar si conseguía trabajo en la mina o en otra parte, se quedaría a vivir en ese enclave costara lo que costara.
Ante los ojos de Luis Meraz se extendía una pequeña ciudad con un trazo urbano limpio y exacto, inexistente en otras comunidades de México. Anchas avenidas, hidrantes, luz eléctrica, cines, escuelas, hospitales, oficina de correos. Una ciudad de vanguardia cuyos habitantes cuidaban con orgullo. Una ciudad como no había otra en el país.
Setenta años después, su nieta, Perla Meraz, directora del Museo de la Lucha Obrera, nos confiesa durante el recorrido que nos da por la antigua prisión de Cananea, casi en un susurro, que el coronel Greene no era tan malo como lo pintan, que gracias a él Cananea fue lo que fue y que Porfirio Díaz le impidió conceder el aumento de 3 a 5 pesos que pedían los mineros porque en el resto del país ganaban 1.25.

La nostalgia de Perla Meraz, que se educó gratuitamente en el Colegio Americano junto a los hijos de los empleados gringos, es una nostalgia extensiva a la mayoría de los cananenses que vivieron la época dorada de la ciudad del cobre, cuando la llamaban la Bisbee sonorense, cuando no pagaban ni agua ni gas porque la Anaconda Copper Mining Company cubría todos los servicios, cuando tenían educación gratuita bilingüe, cuando acudían al Hospital El Ronquillo, equipado como ningún otro hospital en México, cuando cada minero tenía derecho a una casa, cuando las grandes estrellas de la música y el cine mexicanos asistían a la ciudad porque había dinero de sobra.
Una nostalgia que contradice la historia oficial, la cual nombra a Cananea cuna de la revolución por la huelga que protagonizaron los mineros en 1906. Una historia oficial que omite que una década después del enfrentamiento entre trabajadores gringos y mexicanos, la Cananea Consolidated Copper Company, S.A., fundada por Wiliam Cornell Greene, fue comprada por la Anaconda Copper Mining Company y mantuvo hasta los años 70 las condiciones de vida, los servicios y los beneficios que los mineros cananenses tenían con el coronel.
Una historia oficial que enarbola héroes como Juan José Ríos, Manuel M. Diéguez y Esteban Baca Calderón, líderes de la huelga, pero que no incluye la añoranza de los viejos mineros, dispersos por la plaza sin nada que hacer, por los setenta años de esplendor que vivió una ciudad que actualmente se marchita, perpleja por lo que perdió.
Los jóvenes cananenses de ahora, sin embargo, parecen revelarse ante el discurso de los mayores, ése que no se cansa de evocar lo que fue Cananea, ése que llora por los privilegios perdidos, ése que ve con horror en lo que se ha convertido pero que no parece querer hacer nada.
Los jóvenes cananenses luchan por encontrar una identidad en medio de los carritos felices que venden droga a la luz del día, con absoluto descaro e impunidad, protegidos por las autoridades; la música de banda y el desempleo.
El resentimiento social
La voz es unánime: con la pulverización de la Sección 65 del Sindicato Minero, en 2010, los últimos resabios de un nivel de vida que estaba por encima de la media nacional se acabaron. Adiós a los 3 mil pesos semanales de salario y a los 300 mil pesos anuales de reparto de utilidades. Adiós a la gratuidad de los servicios. Ahora tienen que pagar el agua, que es escasa y sufre de cortes constantes. El gas, en una ciudad muy fría en invierno que necesita de calentones que funcionan, precisamente, a base de gas.
Tienen que pagar las colegiaturas del Colegio Americano, propiedad de la familia Padrés; tienen que pagar los servicios médicos o atenerse al seguro popular en el Hospital General.
El diseño urbano, ejemplar en una época, sufre de la voracidad de las compañías constructoras y las coquetas casas destinadas a los mineros han sido sustituidas por barracones con un baño comunal y, en algunos casos, sin drenaje.

Barracones repletos de emigrantes del sur del país que las compañías terceras contratan para trabajar en la mina, pues por la mitad de salario hacen el doble del trabajo, explica Armando Ceseña, un joven cananense involucrado en programas sociales que buscan, entre otras cosas, integrar a los recién llegados con la población cananense y limar el racismo y el resentimiento cada vez mayor en la ciudad.
Uno de los problemas es que Grupo México ya no quiere contratar a cananenses; primero los investiga para ver si tienen algún familiar que perteneció al sindicato. De ser así, no es contratado.
En caso de serlo, aclara Armando, el cananense, acostumbrado a ganar un salario mucho más alto que el que pagan las compañías terceras y contar con prestaciones laborales que ya no existen, pues se convierte en un problema para la empresa.
La solución: traer trabajadores del sur que por la mitad de sueldo trabajan el doble de horas.
Armando nos cuenta casos de racismo como negarse a venderle un producto a un emigrante de Oaxaca, culparlos del desempleo creciente, de los robos y la violencia. Convertirlos en el blanco del coraje por todo lo que existía y se perdió.
Josefa Rojas, directora de la Biblioteca Pública, perteneciente al Grupo México, externa la lástima que le provocan los grupos de mineros procedentes del sur que, en los días de descanso, deambulan por la ciudad recelosos, desintegrados, sin nada que hacer porque no hay oferta de entretenimiento ni esparcimiento, y que salen de las cantinas alcoholizados antes del mediodía.
Mientras, muchos cananenses se convierten en emigrantes en Estados Unidos.
Rubén Ayala llegó hace dos años a Cananea contratado por una compañía tercera. Egresado de la Facultad de Filosofía de la UNAM, se ha integrado a la comunidad exitosamente y en la actualidad colabora con varios medios locales cubriendo eventos culturales. Su visión del impacto de los trabajadores del sur en Cananea es la siguiente:
“Este fenómeno migratorio ha generado una enorme derrama económica, el florecimiento de tiendas de consumo, comercios diversos y decenas de negocios de comidas y de bares, llegando a constituir una población que no es flotante sino más o menos estable, que permanece aquí durante meses. Esto en la esfera económica. Culturalmente percibo una, por ahora, interpolación entre la diversidad de creencias, ideologías y tendencias culturales que se van arraigando lentamente como parte de un reacomodo social que trata de asimilarlas. Puedo citar, por ejemplo, que la práctica del deporte ha crecido, mayormente representada por los partidos de fútbol de los trabajadores de campamentos de unas empresas contra campamentos de otras. Los gimnasios de fisicoculturismo se ven atiborrados de migrantes sureños. En los misales del domingo la iglesia luce igualmente concurrida por esta gente trabajadora que mantiene muy en alto su fervor religioso”.
En efecto, Cananea se transforma y se adapta al ritmo de la mina y sus propias necesidades. Cananea, al igual que hace un siglo, vive y respira por el cobre.
Los carritos felices venden droga a ritmo de banda
A plena luz del día, los carritos felices acuden al llamado del consumidor. Mariguana, cocaína, cristal están al alcance de un telefonazo. En la comodidad del hogar, usted puede ser surtido de lo que desee.
Todos los cananenses los identifican, saben quiénes son y cómo trabajan; todos menos las autoridades municipales, estatales y federales.
Los principales afectados son los jóvenes, aquellos que no vivieron la grandeza del cobre, que crecen con los paradigmas de la narcocultura: droga, música de banda y dinero fácil.

“Estamos viviendo una época en la cual los antivalores parecieran ser la bandera de la juventud —reflexiona Armando Ceseña—, junto con la narcocultura, la música que hace furor en todo México, esos narcocorridos donde te pintan una fantasía en la cual terminas viviendo la historia como todo lo contrario. Hoy vemos a chavos de incluso 10 años sumergidos en la droga, el alcohol, tabaco y todo viene de lo que vemos a diario, ya sea en casa o en la escuela. En muchas ocasiones, en lugar de evitar la narcocultura, en las posadas o fiestas lo primero que se escucha son esas canciones; los padres de familia, si acaso el 30% no consumen drogas de ningún tipo, pero en el otro 70% está cañón. El consumo de drogas se ha incrementado considerablemente; si vemos los lugares donde se vende la droga, son filas y más filas a la vista de todos, descaradamente. Los que manejan los carritos felices, al tener comprado al gobierno, se creen los dueños del mundo, juegan con chavas que embarazan y las mandan a volar, fomentan por conveniencia la droga en las fiestas, nadie les pone un alto y vemos con tristeza como se va a la mierda la sociedad”.
Buenavista del Cobre sigue siendo la principal productora de cobre del país y una de las cinco más productivas del mundo. Sin embargo, a diferencia de antaño, el nivel de vida de los cananenses cada vez es peor, el impacto migratorio alimenta enconos y resentimientos, y el desempleo y la falta de expectativas se convierten en caldo de cultivo para las actividades ilegales.
A todo ello hay que sumarle uno de los mayores deterioros ecológicos del país, producto de la explotación desmesurada de las entrañas de la tierra cananense.
Parecería que del cobre vino su esplendor, pero también su decadencia.