Caso Guerrero, ¿Cuestión de tiempo?
Por Martín F. Mendoza/
En este caso, a todo mundo absolutamente le falló el cálculo: víctimas, victimarios y a toda la cadena de “mirones” que presenciaban cómo se desenvolvían los hechos y apostaron a que no acabarían así
Las condiciones estaban dadas para que sucediera, eran, siguen siendo es lo peor, una especie de “tormenta perfecta” para la ocurrencia de la desgracia, de la tragedia, de lo inexplicable dicen muchos. ¿Inexplicable? Eso sí quién sabe.
Otro enfoque puede ser que los hechos, a pesar de que todavía no los conocemos ni de cerca en detalle, son bastante “explicables”.
El gobierno federal está en un brete que le cambia de golpe la narrativa, que le inclina la balanza en forma negativa y prácticamente le nulifica “el momento mexicano” del que gozaba. ¿No la vio venir? Pues la única respuesta posible es que no, no lo hizo, porque de lo contrario no se explicaría su pasividad, su falta de anticipación para un problema de esos que no solo lo son por sí mismos, sino por la facilidad con que pueden ser sobre simplificados, tergiversados, amplificados aun más, tanto por la opinión pública nacional como la internacional.
Todo comienza con un cínico imbécil en el gobierno de Guerrero, protegiendo delincuentes en el nivel municipal, que a la vez son cobijados por el “partido” de todos ellos, esa desgracia identificada como PRD, que a pesar de todos sus desplantes izquierdosos no tiene otras fuentes de dónde abastecerse para sus cuadros que la que conforman los priistas despechados como el mismísimo Ángel Aguirre, y por lo visto ahora también el crimen organizado. El gobierno federal por su parte ahora sí muy “en serio y muy comedido” se dedicó a voltear para el otro lado ante todo lo que se cocinaba en Guerrero para no lastimar su relación con “Nueva Izquierda”, que mal que bien le ha facilitado las cosas legislativamente hablando, y habría que preguntarnos también hasta qué punto para no lastimar la conocida amistad entre Enrique Peña Nieto y Aguirre. Vale la pena detenernos un instante y cuestionarnos, ¿Se pueden hacer las cosas de otro modo en México? ¿Aún las cosas buenas o al menos “no malas” como las reformas estructurales podrían estar libres de todo tipo de componendas tácitas o explícitas entre los políticos? ¿Es el chantaje, el amago, la amenaza y la contra amenaza lo único que logra que las agendas de gobierno caminen?
¿Seremos siempre aquella nación en donde los “expedientes abiertos” valen más como palanca negociadora, aun para acciones de gobierno legítimas, que como instrumentos punto de partida para la impartición de justicia?
En este caso, a todo mundo absolutamente le falló el cálculo: víctimas, victimarios y a toda la cadena de “mirones” —no se les puede llamar de otro modo— que presenciaban cómo se desenvolvían los hechos y apostaron a que no acabarían así. Era cuestión de tiempo.
Lo que no queremos ver
Espléndida, altamente recomendable la columna este pasado Domingo en Milenio, de uno de nuestros comentaristas políticos favoritos, el escritor Luis González de Alba, ex luchador del 68, por cierto. Sin timideces le pasa revista a todas las simulaciones que dan como resultado un horror como el de Iguala. Pero a diferencia de muchos —no todos, hay que decirlo— también incluye en la clasificación de delincuentes a aquellos que para una buena parte de los mexicanos y de muchos en el extranjero, no son sino solo las víctimas: los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. La delincuencia histórica practicada por “los estudiantes” de escuelas como algunas de las normales rurales, mas de ninguna manera exclusiva a estas, parece no incomodar a una buena parte de nuestra sociedad. Como tan atinadamente lo plantea González de Alba en su “La Calle” que este domingo titulaba “Impunidad total o masacre, ¿No saben otra?”, si bien la suma de los delitos de los normalistas es abultada, jamás esta los hace acreedores a la pena de muerte, mucho menos en forma sumaria, al estilo “ejecución” como muy probablemente les sucedió.
El que seamos tan buenos para condenar a los políticos, a las policías, a los militares, a los empresarios, pero no podamos entender que todos, absolutamente todos podemos caer en la práctica del delito, del crimen, es precisamente una de las razones por las que nos encontramos en este atolladero. Muy en el fondo los culpables no son ni tanto Peña Nieto, o Aguirre, o los narcos, o los partidos políticos. En el fondo esa maldita tendencia a la victimización que tenemos los mexicanos es lo que nos tiene fritos. El paradigma del poderoso abusador contra el incapaz de pecar es una tara gigantesca que no pareciera disminuir ni aun con todo lo que nos pasa.
A la condena generalizada y a la exigencia por justicia, debiera seguir una profunda reflexión acerca de nuestros referentes sociales, políticos, pero sobre todo culturales. Nadie merece lo que les sucedió a estos muchachos, pero en realidad muchos, muchos de los estudiantes de Ayotzinapa deberían estar encarcelados desde hace buen tiempo debido a los deleznables delitos que han cometido en nombre de su estúpida y anacrónica “lucha” que no es otra cosa que la fantasía marxista que encarnó el “Che Guevara” en Latinoamérica. Si no lo están es porque esa es una de las maneras en que el sistema se auto preserva: decretando, más allá de la ley, enormes pero artificiales válvulas de escape para el pobre, para el ignorante, para el desesperanzado. El problema es que en bastantes ocasiones con ellas se van las pocas propiedades, el modo de vida, la integridad física y hasta la vida misma de otros pobres, de otros desesperanzados que solo se diferencian de los primeros en que han decidido hacer frente a la injusticia de su existencia de otra manera que no sea pasándole por encima a “sus compañeros de clase” para ponerlo en términos Ad-hoc. ¡Ah!, y en que no cuelgan esa etiqueta falsa de intelectualidad vanguardista como la que cargan aquellos salvajes que se hacen llamar “estudiantes” en no pocas instituciones educativas en México.
Una cosa es robar camiones (como lo estaban haciendo cuando fueron “levantados”), golpear choferes, destrozar y saquear pequeños comercios, quemar vivo al empleado de una gasolinera, etc. y otra muy pero muy distinta es enfrentarse —cuando ya no se les es útil— a los “profesionales”, a los delincuentes mayores que no perderán tiempo convenciéndolos ni negociando nada, solo los ejecutarán.
Y cuidado, mucho cuidado con la malinterpretación fácil y hasta malintencionada como que la gente debe ser castigada por sus ideas o posturas políticas. Nadie está siquiera aproximándose a tal línea de pensamiento. Pero el delincuente debe ser castigado por delinquir, más allá de sus enmohecidos discursos circulares con los que se justifique. Tampoco estamos hablando del padre de familia que roba una fruta o un pan para alimentar a sus hijos.
Cuando los mexicanos seamos capaces de entender eso, todos los “malos” que ahora nos aterrorizan no serán ni tan poderosos ni tan invencibles. Sugiero que esperemos sentados.
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