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Cientificismo o una ciencia sin valores

Si la ciencia y la tecnología no están al servicio de la persona: no sólo no cumplen  su destinación esencial, sino que degradan a la misma persona y caemos en lo que se llama el cientificismo

Por Dr. Jorge Ballesteros

Es innegable que el avance científico y el consecuente desarrollo tecnológico nos sorprenden permanentemente. Ambos, a lo largo de los años, nos han hecho acreedores de los más grandes beneficios de contar con una mejor calidad de vida.

La tecnología científica se convierte en el instrumento fundamental para transformar el mundo y la naturaleza. El surgimiento de nuevas tecnologías nos obliga a establecer límites precisos a la investigación científica. En lo que es ético y en lo que  no lo es.

La ciencia y la tecnología han tenido un desarrollo desproporcionadamente mayor en relación con la formación ética de la sociedad actual. Todo descubrimiento que el hombre realiza debe estar sustentado por una conciencia moral que señale lo justo, lo bueno, lo correcto.

La ética (“ethos” costumbre, práctica) señala la bondad o malicia de todo acto humano. La ética pone límites a la ciencia para: Incrementar su fuerza, su utilidad y su eficacia; para evitar que se desborde, anegue y destruya.

En nuestro tiempo se ha perdido la conciencia del saber en contraste con el utilitarismo que se va imponiendo gradualmente en la ciencia. La construcción de la ciencia no puede ser ajena al mundo de los valores humanos.

Hoy día estamos asistiendo al debate público en los medios de comunicación social sobre el uso del ser humano para la experimentación. Es en el terreno humano donde debe plantearse el debate. ¿Es lícito utilizar un ser humano, aunque sea en estado embrionario, como medio y no reconocerlo como fin en sí mismo?

Posiblemente el principio ético más importante aplicable al caso de las investigaciones clínicas: sea que los seres humanos nunca pueden ser usados como medio para otro fin; si se realiza investigación sobre ellos, la única justificación es el beneficio terapéutico del paciente.

Los medios siempre deben de ser buenos. No se puede aplicar un criterio utilitarista del tipo se obtendrá un remedio que beneficiará a la humanidad o se logrará el progreso de la ciencia, el cual es, por cierto, un valor, pero los medios para perseguirlo no deben ser objetables ni pueden incluir procedimientos deshumanizadores.

En ética existe lo que se llama el principio del voluntariado indirecto, que como explica la Dra. Luz García Alonso, para su licitud moral debe se debe cumplir con cuatro condiciones:

El efecto permitido no debe ser intrínsecamente malo. El efecto malo no debe ser querido ni intentado como fin ni como medio, sino solamente tolerado.

Para permitir el efecto malo debe de haber razones proporcionalmente importantes. El efecto bueno no debe conseguirse por medio del efecto malo y no debe efectuarse antes que el bueno.

Queda pues, patente, que la vida humana es uno de los derechos más importantes, la vida humana es el fundamento de todos los bienes y que por su condición personal, jamás puede ser reducida a mero objeto o instrumentalizada; posee un valor incomparable y absoluto, es inviolable.

Todas las ciencias y las artes se ordenan a un solo fin que es la felicidad del hombre hacerlo más perfecto, más bueno y más sabio. Todo está al servicio de la persona y no al revés, el hombre no puede estar al servicio de la ciencia.

Las ciencias y sus aplicaciones son autónomas en cuanto ciencias o en cuanto poseen unos objetos específicos de estudio y una metodología propia. No obstante, no tienen autonomía en el sentido de que no dependan de la Ética. Esta falta de independencia se advierte claramente por su origen: la persona humana. Esta sumisión explica que la ciencia no sea neutral, como a veces se sostiene.

Debe de estar siempre subordinada, en último término, a la dignidad de la persona, que no puede nunca sacrificar. Su finalidad está en la misma persona humana.

Decía, por ello, Santo Tomás: “Todas las ciencias y las artes se ordenan a algo uno, a saber, la perfección del hombre, que es la felicidad”.

Si la ciencia y la tecnología no están al servicio de la persona: no sólo no cumplen  su destinación esencial, sino que degradan a la misma persona y caemos en lo que se llama el cientificismo que es la corriente predominante en nuestro tiempo.

Lo más urgente ahora: es armonizar las exigencias de la investigación científica con los valores humanos imprescindibles.

 

*Asociación  Sonorense de Filosofía ASFIL