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Cinco siglos y seguimos tutelados

Los españoles consideraban a los indígenas ignorantes e incapaces de autogobernarse. Las élites políticas del presente evidentemente tienen la misma impresión, un ejemplo: el caso de la elección en el Edomex

Por Feliciano J. Espriella

Desde el 13 de agosto de 1521, fecha en que la hoy ciudad de México cayó en poder de los conquistadores españoles, a la población mexicana se nos ha negado la posibilidad de escoger a nuestros gobernantes. Las recientes elecciones son una clara evidencia de ello.

El ejemplo más notorio es el caso de la elección en el Estado de México. Creo que no hay una sola persona en todo el país que no tenga la certeza de que la pantomima escenificada en esa entidad el pasado 04 de junio, hubiera tenido resultados muy diferentes si las condiciones de competencia hubieran sido verdaderamente equitativas, imparciales y con apego a las leyes que las rigen.

Tres siglos de dominación española y otros dos más del grupo en el poder

Los españoles consideraban a los indígenas ignorantes e incapaces de autogobernarse. Las élites políticas del presente evidentemente tienen la misma impresión. Los colonizadores utilizaron la fuerza militar para imponerse, los actuales gobernantes utilizan el aparato gubernamental a su cargo y sobre todo el poder económico.

El arma de los colonos fue el miedo, el de los políticos del presente es el hambre. Los primeros lograron el poder con las bayonetas, los actuales utilizan despensas, programas clientelares, tarjetas de débito y la intimidación sobre quienes tienen algún ascendiente.

En los tres siglos de la dominación ibérica, los gobernantes de la entonces Nueva España eran directamente designados por los monarcas españoles. A partir de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, el 27 de septiembre de 1821, fecha en que se consumó finalmente la independencia del país, los gobernantes han arribado al poder de muy distintas maneras y por distintos motivos, con excepción de la conveniencia y deseos de la población.

Durante el siglo XIX, tuvimos un par de emperadores, un orate al que le gustaba le llamaran “Alteza Serenísima”, quien según la historia ocupó en seis ocasiones la presidencia de la República y multitud de presidentes que arribaron al poder por un golpe de estado algunos, otros como triunfantes de alguna asonada o por designación de su antecesor.

En el siglo XX, el país durante la primera década continuó bajo la dictadura de Porfirio Díaz; en las dos siguientes, los gobernantes fueron militares emergidos de la revolución entre aquellos que ostentaban mayor poder. Las siguientes siete décadas fueron las de la dominación priísta, negra historia que la mayoría de la población mexicana adulta conoce.

Creo no exagerar si afirmo que desde los inicios del siglo pasado a nuestros días, sólo dos presidentes han sido electos realmente por los deseos y designios de la población. El primero fue Don Francisco I. Madero, quien aún así tuvo que encabezar un movimiento armado para ocupar la silla que había ganado en las urnas. El otro fue Vicente Fox, a quien el presidente Ernesto Zedillo prácticamente le allanó el camino a la presidencia.

Los demás, o han sido impuestos por el gobernante en turno o han contado con la enorme ventaja de tener el apoyo de todo el aparato gubernamental y estratosféricas sumas de dinero que exceden en varias veces los topes de campaña con la complacencia y hasta complicidad de las instituciones encargadas de evitar esos excesos.

Árbitros cooptados, miopes y obsecuentes

Como ha sido evidente en los procesos electorales realizados en el presente siglo, las instituciones creadas para organizar y vigilar los procesos electorales, además de contar con muy pocas atribuciones para desarrollar su responsabilidad con eficacia, suelen ser en su gran mayoría, afines al gobernante en turno.

Han sido incapaces de controlar las violaciones a las leyes electorales y más incapaces aún, de sancionar con firmeza los delitos electorales. Por ello, todos los candidatos y todos los partidos políticos, en cada proceso electoral violan y violentan a su antojo todos los ambiguos y confusos reglamentos que deberían observar so pena hasta ser descalificados, lo cual muy ocasionalmente ha ocurrido.

Fue precisamente en este contexto como pudieron llegar a la presidencia de la República Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, quienes en un escenario equitativo y apegado a la reglamentación electoral, seguramente no hubieran ganado sus respectivas contiendas.

En el caso de Calderón, sobre su arribo al poder existen fuertes y hasta fundadas sospechas de que fue producto de un fraude electoral. Además, con lo reducido de su ventaja en votos, seguramente no hubiera vencido si las autoridades electorales hubieran mantenido a raya y al margen a la iniciativa privada y al presidente Fox, quién durante toda la campaña política, casi a diario realizó acciones e hizo declaraciones que eran un descarado, impúdico y abierto apoyo al candidato de su partido.

El 2018 pinta para más de lo mismo que hemos padecido durante cinco siglos.

Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.