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Crónica de un ciclista; una rodada que ni la lluvia frenó

Por Guillermo Saucedo/

Eran las 20:00 horas del día miércoles 18 de marzo, no era una noche cualquiera, se trataba del punto de reunión de los integrantes del grupo de ciclistas “Bikes & Beers”, en la plaza de los cien años, quienes ya llevan tres años dando recorridos por toda la ciudad.

En el lugar se congregaron alrededor de 200 personas con sus respectivas bicicletas, las habían de todas clases: de montañas, de carreras, choperas, choleras, ramperas,  entre muchas otras más.

Una hora antes, las nubes negras del cielo de Hermosillo no pudieron contener más la tan siempre codiciada lluvia, misma que cayó inesperadamente como es de costumbre para los de la capital de Sonora, sin embargo, eso no quitó el deseo de los ciclistas para pedalear esa misma noche.

Las calles no tan iluminadas de la ciudad se encontraban encharcadas por la reciente lluvia, quizás ese fue el factor que limitó la asistencia de la media acostumbrada de alrededor de 600 personas, y una mayor de 1,500 personas amantes del ciclismo.

A las 20 horas con 30 minutos fue el banderazo de salida, el grupo muy bien organizado se adentró al carril derecho del boulevard Rosales, empezando así con el recorrido de 13 kilómetros con destino a la cantina “Seven O’Leven.

Niños, jóvenes y adultos se encontraban pedaleando entre la multitud, claro, respetando al 100% los señalamientos viales y el espacio entre ciclistas, la escolta de elementos de la policía de tránsito se hizo presente para mantener el orden entre los automovilistas.

Rápidamente se bajó por el boulevard Rosales, dieron vuelta por la calle Segunda de Obregón, para así transitar por enfrente de catedral por la calle Centenario, se dio vuelta en “u” para así volver a cruzar el Rosales y dar vuelta por la Garmendia.

Era una noche fría y obscura, la mayoría tenían linternas en sus bicicletas para así poder aluzar sobre las calles mojadas y con incontables baches, cosa que para los ciclistas es común en la ciudad.

5 Ciclistas 2Durante todo el recorrido, un hombre a bordo de un triciclo moderno, mismo que contaba con estero y grandes bocinas con leds azules, puso un ambiente rocanrolero  con distinguidos éxitos de la década de los 80’s.

Se subió toda la Garmendia hasta llegar al obscuro y solitario panteón Yáñez, el recorrido trazado un día antes indicaba que había que dar vuelta a la izquierda y proseguir por la calle José Carmelo; se siguió al pie de la letra.

Con los pantalones mojados, los tenis aún más mojados y la espalda salpicada, se llegó por fin a la mitad de camino.

Hay quienes iban más adelantados que otros, ellos eran los que se encargaban de indicar en dónde había peligro para los demás, de repente habían rejas de drenaje e inmediato se escuchaba el grito de: “¡rejas, rejas!”.

Por las banquetas se podría apreciar la presencia de muchos curiosos ante la gran manifestación de ciclistas, inclusive habían niños que querían integrarse, pero sus madres no los dejaban ya que no había nadie cercano que los acompañara.

Se transitó toda la calle José Carmelo y se dio vuelta por la calle Soyopa, por detrás del tianguis del Héctor Espino, para así dar vuelta por la José S. Healy y comenzar así el recorrido de vuelta.

Hay quienes decidieron abortar el recorrido, ya sea por cansancio, por la hora, o por las condiciones de las calles con numerosos charcos de aguas. Otros llegaban a gasolineras para echar aire a las llantas y no quedarse en el camino.

Se transitó por toda la Healy y se bajó por la calle José María Yáñez; ya faltaba poco para llegar al lugar de destino.

Al llegar a la cantina “Seven O’Leven”, se dio por terminada la rodada de esa noche lluviosa, habían rostros cansados y otros satisfechos de terminar los 13 kilómetros de recorrido, muchos rostros vistos en el inicio no se volvieron a ver al final.

Inmediatamente, los ciclistas pararon las bicicletas en una llanta y entraron al bar para pasar una noche de convivencia entre todos. El bar contaba con un cuarto en donde podían alojar sus vehículos, y así disfrutar de la noche.

Música Jazz interpretada por la banda “Contigo ni a París”, charlas entre los amigos, bebidas y botanas, fueron los elementos que concluyeron con una noche ciclismo, rodada que ni la misma lluvia pudo frenar.