
Por Enrique “Kiki” Vega Galindo
Un cronista narra sucesos, escritos por un testigo ocular o por un contemporáneo, pero al igual que la historia puede ser omisa o inventada, todo depende de la imaginación y mentalidad de quien la escribe para publicarla
Los cronistas no estamos ni impedidos ni obligados a escribir exclusivamente de este género literario, lo que resulta difícil de entender, y admitir para algunos que están limitados a la crónica, autores reconocidos han escrito de diversos géneros.
Bastantes cronistas también son historiadores, poetas y cuentistas. Por ejemplo Don Gerardo Cornejo, Armando Quijada Hernández, Julio César Montané Martí, Néstor Fierros Moreno, Gustavo Figueroa, Gastón Cano Ávila, Enrique Flores López, Ernesto Camou Healy, Ángel Encinas Blanco, Rodolfo Rascón Valencia, Ignacio Lagarda Lagarda, Gilberto Escoboza Gámez.
Además de otros tantos excelentes miembros de la Sociedad Sonorense de Historia que a través de largos años de participaciones en sus Simposios lograron dejar impresa su huella imborrable, en textos impresionantes y de gran valor científico. De merecida distinción por su trabajo desarrollado. Quienes aportaron una diversidad de géneros a la Historia de Sonora como lo son: novela, ensayo, cuento, poesía, fabula e historia. Que incluía el chiste y el chascarrillo, la burla, el sarcasmo.
A quienes conocí y traté en varios congresos en que participe, donde aporte más historia que crónica. Aún persisten mentalidades obtusas de personas que quieren limitarnos a los cronistas en nuestra libertad para escribir sobre otros géneros literarios. Ningún nombramiento oficial y ningún reconocimiento social, hacen a un cronista, ni a un historiador. A estos los forja su trayectoria, sus investigaciones, sus aportaciones, y su originalidad.
Tampoco es un escritor, historiador o cronista el que reescribe, edita o relata lo que ya está escrito en libros empolvados; en todo caso será un recopilador, un narrador o un relator —según el caso—; y los hay buenos, malos, necios, perversos, enredosos, enredados, sátiros y satíricos. Ninguna persona sensata, puede negar el resultado de una nueva investigación de historia, solo por no conocerla, porque negarlo sería tanto como pretender con inocencia, estupidez o arrogancia que todo lo sabe.
Historia es la narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria que estudia y narra sucesos, pero también puede ser omisa, inventada, una mentira o pretexto, un cuento, chisme o enredo, o una mezcla de todo, a lo que los fundamentalistas se apegan fanáticamente con el rupestre razonamiento: “¡es que aquí dice!”. Tristemente dan como verdaderos estos libros o lo que se ha repetido una y otra vez. Pero por mucho que se haya estudiado o escrito sobre un tema no se puede dar por agotado.
Por ejemplo, la historia del Cíbola y Quibira, Casas Grandes, sobre el toponímico del Pitic, los orígenes de Los Seris, los antiguos nombres caitas, el cómo surgieron los primeros asentamientos sonorenses. Porqué cambiaron su toponimia original, a un nombre hispánico. O porqué se dio una mezcla para originar un nuevo nombre a ese poblado.
Así es como surgen los nuevos investigadores que narran una crónica de sucesos y hechos históricos que le dan un nuevo valor al idioma español en México. Solo de esta forma a través de ensayos podemos dar seguridad y confianza para asegurar que el nombre de nuestra Ciudad viene del nombre de una población de España, con estos datos e indicios, el día de mañana otro investigador podrá empezar una nueva indagatoria para identificar porque Hermosillo se llama si y no de otra forma. También entender porque Sonora es Sonora.
La historia está salpicada de inexactitudes; por el momento —mientras aparece una novedad— aceptemos que lo que se ha escrito sobre la historia de Hermosillo, y Sonora, se ha hecho de buena fe, pero, pudiera basarse en documentos o testimonios distorsionados, malinterpretados, verdades a medias, conveniencias, por tanto, está sujeta al análisis y a otros enfoques e interpretaciones. En cualesquier libro de historia sobre la conquista de México, se encumbra la figura de Hernán Cortés, por lo general fueron escritos por admiración y beneplácito de sus autores que eran sus amigos o admiradores. Estos confesores no critican a Hernán Cortés, ni a sus Capitanes. Pero con el tiempo cambian la versión del personaje que antes admiraban y respetaban por el de un hombre que debe de ser enjuiciado por sus abusos en la conquista.
El juicio en su Casa de Valladolid, se basó en las mentiras, chismes e intrigas que lo han desvirtuado hasta nuestros días. Así que Francisco López de Gómara escribió en 1553, lo que le convino. Por envidia que le tenía, por la buena vida que se daba, inclusive el Virrey y la Real Audiencia, no aceptaban que Cortés tuviera esas inmensas posesiones, para estos sujetos que eran unos asalariados, hasta Carlos V, lo envidiaba, porque muy a pesar de todo él había sido el Conquistador del Nuevo Mundo, Cortés sabedor de las enemistades que había hecho gracias a su valentía, escribió lo que ellos querían saber o imaginarse lo que había hecho.
Cinco años más tarde Bernal Díaz del Castillo escribió la: “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España”, crónica que relata subjetivamente lo que le conviene, y hace creer que la obra de Gómara fue de segunda mano, a conveniencias del Virrey.
Lo mismo hicieron con Don Agustín de Vildósola y Aldecoa los individuos que lo alabaron como lo máximo, en su momento dado escribieron infinidad de documentos para desprestigiarlo y llevarlo a un juicio político. Es decir, una cosa es la historia original, otra la oficial, la que le llega al común denominador del pueblo en general, que a su vez hace costumbre y tradición, pasándose de generación en generación.
Un cronista narra sucesos, escritos por un testigo ocular o por un contemporáneo, pero al igual que la historia puede ser omisa o inventada, todo depende de la imaginación y mentalidad de quien la escribe para publicarla. Otro aspecto que un cronista representa, es el formato que nos hace como sujetos hacedores y participes de la sociedad. Es necesario seguir un protocolo bajo el formalismo garantizado del espacio que nos permite nuestra garantía de libertad de expresión. El sistema nos propone una consabida garantía de libertinaje para instalar conceptos, ideas y pensamientos. Es menester del cronista respetar esos espacios formales para evitar seamos expulsados.
El cronista tiene el poder de amplificar la voz de quien ha sido ungido con la finalidad de poseer algo que quiere comunicar a los demás. Esta lógica comunicacional es la ética para paliar la necesidad de materializar esa voz. El cronista tiene que tener una imagen pública, ser un artista, un sujeto con criterio humano para preponderar en una vitrina pública las sensaciones y pensamientos de los demás. De esta raíz proviene el elemento de la confiabilidad.
Un cronista no debe mezclarse en política, porque esta es un producto enlatado creado a gusto y placer para un público determinado por el fenómeno en turno. La política es un rol maquinal. Pre modelado y pre-establecido. En cambio el cronista es un colaborador que hace valer el poder de la crítica, es la fuente inspiradora de la creatividad. Un cronista que se mezcla en la política y obtiene un cargo burocrático se convierte en un monigote, en un muñequito disfrazado en la torta del poder. Que se luce en smoking y peinado envaselinado. En cambio el cronista sigue el camino trazado por la historia, busca sus verdades no desde su perspectiva, sino el de la ciencia y la investigación documental pero sobre todo basada en cuestionamientos y entrevistas con los actores mismos del escenario. De allí que esté sujeto a una finitud para legitimarse, desde el poder de construir razones y argumentos. Para edificar la identidad cultural de los pueblos. Que inminentemente son presa de los cambios o ajustes precipitados que desplazan su cultura preciosa, que tratan de destruir su identidad cultural-social-política.
Un cronista ama lo que hace. Para él no existen los compromisos, ni el tiempo. Solo el placer de la comunicación instantánea. La crónica y narrativa siguen la ley divina de la historia que no respeta el orden general del mundo. No se trata de gobierno, ni de poder de estado. Es solo un proceso de la razón, que pone en cuestión el momento vigente, con el objetivo y efecto de ser leído. Aunque el resultado de su crónica-narrativa al final sea satanizada, y criticada por el exceso de racionalismo e irracionalismo, de los pocos sensatos de afecto y amor hacia los demás.
*El Autor es: Sociólogo, Historiador, Escritor e investigador.
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