Cuando el cáncer nos saluda
Por Karolina Zepeda /
Una tarde de malestares decides ir al médico a checarte para asegurarte que nos sea resfriado y tener que gastar en caros medicamentos. Así comienza todo. Llegan los resultados de tu chequeo y dice: “Diagnóstico Anatomopatológico: Cáncer de _________”.
Con una frialdad desértica que lo caracteriza, un escalofrío recorriendo tu columna y un tartamudeo mostrando un estado de shock. No es fácil. Cuando se tiene suerte te dicen la realidad, lo que de verdad se padece, dónde, cuándo y por qué, de lo contrario, un simple malestar hace que recurras a Google (jamás busque ahí, puede resultar una peor decepción), finalmente aparece como resultado de los síntomas “Cáncer de”, logra provocar un mini infarto, se asegura con chequeos médicos y ahí es donde volvemos al inicio de este texto.
En fin, ya se tienen los resultados, ya se encuentra con las sentencias del médico y el pánico comienza a llenar su interior. Te entorpeces por la situación que la vida juega con usted, aparecen ciertas dudas invadiendo las neuronas. ¿Qué hice? ¿Por qué me pasó esto? ¿Cómo les diré a mis padres? ¿Qué dirá mi hermano? ¿Cuándo fue que comenzó todo eso? ¿Qué pasará con todos mis planes? ¿Debo abandonar mis metas? ¿Mejoraré algún día? ¿Moriré pronto? Se piensa lo peor. Pero primero en tu familia y personas cercanas a ti.
Según la Organización Mundial de la Salud, en un estudio realizado en 2014, se prevé que los casos anuales de cáncer aumentarán de 14 millones en 2012 a 22 millones en las próximas dos décadas. ¿Cómo no se va asustar si termina siendo uno de esos millones de personas? Pero se puede culpar al cambio climático, los productos químicos que se utilizan en la vida cotidiana, la comida que algún día se llegó a consumir, o simplemente aceptarlo y culparse. Sí, toda acción tiene su consecuencia, debe aceptarlo.
Esto suele causar cierto grado de depresión, vulnerabilidad, incluso soledad. En personas ajenas, puede causar lástima, se cabe aceptar. Se asusta usted y a los que lo rodean, pero tranquilo querido lector, no es contagioso. No trate diferente ni como “un guerrero”. Pero se debe reconocer que te hace reflexionar y comprender ciertas etapas o situaciones de la vida, tienes tus buenos y malos momentos y aprendes de ellos.
Las fases ante la noticia
La primera es el miedo. Miedo, miedo, miedo y miedo. Es lo único que sentirá, al igual que las personas cercanas a usted. Miedo por no saber lo que sucede, por desconocer algunas situaciones de la vida, por lo que lo rodea, por sentirse débil ante los demás, por no saber con exactitud cómo es su tratamiento, por el paso del tiempo que no sabe si podrá recuperar al menos en un solo día. En esta fase aún sigue buscando esperanzas en Google con lágrimas en los ojos, pensando en su familia, lo que sufrirán a su lado, lo que van a desaprovechar por estar de “pegostes” preocupados por uno, las metas destruidas tanto para usted, como para los demás. Son cosas que lamentablemente tocan y punto.
La segunda fase es la aceptación. Sí, lo acepta. Solo porque no queda de otra. Con un poco de frialdad e insensibilidad, termina accediendo a la realidad, ya no queda en llanto como antes, ahora lo piensa más. Puede pensar que es la cosa más horrible que pudo haber pasado o tomar la opción de seguir adelante sin hundirse de puros pensamientos negativos. Dialoga con la familia y llega a la conclusión de que todo estará bien, disminuye el estrés a tu alrededor, sea cual sea el diagnóstico. Puede llegar a mentir. Decir que todo está bien, que está mejorando y que en un mes más queda libre de tratamientos, libre de males, aunque le hayan dicho que ese mes le quedaba de vida. Solo para tranquilizar a los suyos. Aprende a valorar momentos, objetos, situaciones, personas. Todo su alrededor. ¿Es afortunado? Tal vez no, pero nadie lo es en esta vida, hasta la persona más rica o la más feliz carga con sus problemas, no se debe sentir especial por padecer algo. Los seres humanos pasan la mayor parte de su vida entre quejas y disgustos, aquí es donde una molestia resulta un gozo, si antes no le gustaba el sol, ahora sueña por ir a relajarse un día a la playa. Al final del día, son las pequeñas cosas las que hacen pensar en una vida diferente, ya sean buenos momentos o ciertas tragedias, en esta etapa todo le hace sentir afortunado, hasta el examen reprobado o alguna pelea, le da un poco de vida.
La tercera fase consta en reflexión. No se imagina decir en esta vida “Estoy joven, me queda mucho por aprender”. Mientras muchos jóvenes se la viven de fiesta, tomando, divirtiéndose, saliendo con amigos y aprovechando al máximo su juventud, hay algunos que con una enciclopedia y Netflix puede mantener una vida tranquila y satisfecha. Sin embargo, las cosas cambian, viéndose obligado a visitar bares de vez en cuando, solo o acompañado, para platicar, distraerse y agradecer a esas personas que se toman el tiempo para ir a cenar, tomar o disfrutar un momento sin hablar de nada relacionado con una enfermedad.
Por último nos queda la superación. Con la esperanza de que todos los seres humanos llegasen a esta etapa, por desgracia no es así. Mirar atrás y ver lo que han pasado, ellos y los que los rodean, darse cuenta que se han esforzado más de lo que sus fuerzas podían. Es algo que no se supera jamás, para las personas que han sobrevivido, pero se da cuenta de la persona que era y la que es ahora. Descubre nuevas facetas y lamentablemente su frialdad le resulta algo agradable. Son de esas situaciones que lo cambian, por dentro y por fuera, su perspectiva y pensamiento es diferente. Se debe aprender a no acostumbrarse a la depresión…
Como conclusión después de estos puntos suspensivos, queda pensar lo afortunadas que resultan algunas personas, todos tenemos problemas, no por ello son más especiales que otros, pero se puede decir que se piensan mejor las cosas, no se tome a la ligera ciertas situaciones. Cada día cuenta, disfrútelo, pero cuídese. Esto solo ha cambiado para bien. Recuerde, toda acción conlleva a una consecuencia.
*Este artículo está basado en una anécdota de vida.