Editorial: Rumbo a la autocracia

El control político del país ha ido cayendo con efecto dominó. Uno tras otro han sido eliminados o doblegados los contrapesos en el país por el gobierno de la 4T. Solo queda una última ficha por caer que es el sistema electoral, de tal suerte que quede a modo y permita el dominio pleno de todas las posiciones políticas. Con el derrumbe del Poder Judicial a partir de una elección fraudulenta al imponer candidatos a través de acarreos o el uso de acordeones, ya no hay nada que impida que el partido oficial se adueñe del país.
Haciendo un recuento del control de Morena, similar al dominio hegemónico que en su tiempo tuvo el PRI cuando era amo absoluto del poder desde la presidencia de la república hasta la más humilde regiduría, se puede señalar que ya tienen dominado desde luego el poder ejecutivo, la mayoría de las gubernaturas, el Congreso de la Unión, congresos locales. Los llamados poderes fácticos están alineados como pasa con los empresarios, con el crimen organizado, el Ejército, la Iglesia, partidos políticos aliados y otros minimizados como pasa con el PAN y el PRI. Sumen los grandes sectores sociales gracias a los programas del Bienestar. De hecho solo queda una última trinchera de oposición seria que son los medios de comunicación y las redes sociales.
Con el control del nuevo Poder Judicial se podrán interpretar las leyes a modo, y barrer con los últimos restos de oposición. Esto ya lo anticipó Pablo Gómez, presidente de la Comisión Presidencial para la Reforma Electoral, quien en entrevista para El Financiero adelantó que van por eliminar las posiciones plurinominales pues “sólo han representado a las minorías ínfimas de las cúpulas de los partidos, no a la democracia ni a los ciudadanos; hay que buscar una nueva fórmula”. Y dejó en claro que quitarán el oxígeno a los partidos políticos al reducir su financiamiento. Esto desde luego no afectaría a Morena y aliados, porque gozarían de las utilidades que les dan los programas sociales de la presidencia y además de financiamientos indirectos de áreas de gobierno o de sectores afines, como pasaría con el crimen organizado.
Para justificar la eliminación de financiamientos a los partidos políticos, sobre todo los más necesitados, dijo que “el financiamiento público tan grande, en cantidades ordinarias y de campaña, contribuyó a una falta de militancia en los partidos y a una falta de vínculo entre las direcciones y la membresía. Ya la membresía no sirve para nada”. Y en esto tiene razón. Los partidos dejaron de ser movimientos políticos, que ya no les importan el adoctrinamiento de sus militantes, solo los usan como meros membretes. No despiertan lealtad y amor a principios políticos. Poco les importa despertar la lealtad de sus militantes, solo los necesitan como escaparate. Y en el pecado están llevando la penitencia.
Hay voces que están advirtiendo que esta reforma electoral en realidad solo buscará consolidar el poder total, el cual será avalado por jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial, que ya fueron impuestos para ese fin. A menos, claro, que muestren otro rostro a partir del 1 de septiembre cuando tomen posesión de sus cargos.
En su editorial de la revista Siempre, su directora Beatriz Pagés, advierte que esta reforma electoral “No sólo es la última palada a la tumba de la democracia, está hecha para garantizar que una pandilla política aliada a la delincuencia conserve la Presidencia de la República de manera vitalicia. En Palacio Nacional se cocina el “fraude 2027”. Ganar las elecciones intermedias para que Morena y aliados mantengan el control del Congreso es una exigencia vital para la sobrevivencia del régimen. Así que la estufa de presidencia está lista para cocinar uno de los atracos al voto libre más escandalosos de todos los tiempos. La elección judicial del 1 de junio fue un primer ensayo para que los electores votaran a conveniencia del gobierno. Restringieron el voto al instalar menos casillas, indujeron y manipularon el sufragio por medio de “acordeones”, los ciudadanos llegaron a las urnas a ciegas sin saber quiénes eran los candidat@s”.
Los objetivos políticos están claros, dadas tantas señales de diferentes movimientos de control. México corre el riesgo, como ya sucedió con el priismo, de volverse una autocracia. La ventaja que no cayeron en la tentación de convertirse en una dictadura, a lo más, como lo definió Mario Vargas Llosa fue una “dictablanda”. No había modelo exitoso que imitar en su momento, pero ahora si se puede caer en el error de imitar modelos como el venezolano que bajo esquemas pseudo democráticos y con el control de ministros de la Corte, se puede generar un sistema presidencialista con reelecciones permanentes, como precisamente pasa en Venezuela.
Digan si no hay una tendencia hacia lo «pseudo democrático», que de acuerdo a los analistas “se refiere a un sistema político que aparenta ser una democracia pero que en la práctica carece de algunas de sus características esenciales. En otras palabras, es una forma de gobierno que imita las estructuras democráticas (elecciones, partidos políticos, etc.) pero no funciona como tal debido a la falta de libertades civiles, restricciones a la participación ciudadana, o la manipulación del proceso electoral por parte del gobierno”. Sumen a esto el control total del sistema político y con ello de la sociedad.
Hasta ahora estas tendencias son irreversibles. Algunos ingenuos pensarán que Donald Trump impedirá que México caiga en una autocracia. En realidad poco le importa el tipo de gobierno o sistema político que tengan los mexicanos, siempre y cuando como ahora, accedan a todas sus ocurrencias y caprichos.
Por el momento no hay nada que pueda detener la avalancha. En México, como en su momento lo sufrió Venezuela, hay opositores pero no hay oposición estructurada. Los partidos opositores son en realidad franquicias puestas al mejor postor.
Solo la sociedad en su conjunto puede ser contrapeso para evitar una desviación peligrosa. Pero lamentablemente esta sociedad está bajo los efectos del populismo. Están en ese sueño de placer que tiene amargo despertar. Podría haber cura, pero como el cáncer, tiene que ser ya, porque después será demasiado tarde.