El ejército en nuestras calles ¿Eso queremos?

Estamos viviendo tiempos inéditos, de violencia extrema y lo peor es que puede incrementarse. Es como una enfermedad que amenaza la salud de todos los sonorenses y como tal debe atenderse rápida, eficiente y eficazmente
Por Feliciano J. Espriella
Parto del supuesto de que los diputados de la coalición que encabeza Morena actuaron de buena fe, al margen de intereses políticos y guiados sólo por su interés en el bienestar de los sonorenses.
En ese tenor, tras un muy largo debate, el pleno del Congreso Local aprobó el pasado martes solicitar al presidente de la República que emita una declaratoria de protección a la seguridad interior de Sonora Ello implica que el ejército, la marina y la policía federal tomen las riendas de las tareas de seguridad pública en Sonora.
Evidentemente estamos viviendo tiempos en los que la violencia se ha disparado exponencialmente en las últimas semanas. De hecho, en el largo debate que suscitó el tema todos los diputados que participaron antes de la votación, reconocieron que los hechos violentos que han sacudido al estado recientemente, requieren acciones efectivas y urgentes.
La coordinadora parlamentaria de Morena, Ernestina Castro, expuso con mucha claridad el grado de descomposición social al que estamos llegando con los excesos del crimen organizado. Hizo un breve recuento de crímenes sumamente violentos, que jamás se habían visto en Sonora ni tan frecuentemente: encostalados, encobijados y descuartizados. Afirmó que la autoridad estatal ha sido rebasada por el crimen.
En lo personal, en este mismo espacio en los últimos meses me he referido al creciente problema de la inseguridad, como también lo han hecho la mayoría de los medios de comunicación y sus editorialistas. Muchos, al igual que la diputada morenista, hemos opinado que el crimen organizado ya rebasó a las corporaciones policíacas del estado.
La gobernadora dio el primer paso
La reciente remoción de Adolfo García Morales al frente de la Secretaría de Seguridad Pública, es un tácito reconocimiento de la gravedad del problema por parte del Gobierno del Estado.
Consciente de la urgente necesidad de buscar apoyo y nuevas alternativas, la gobernadora Claudia Pavlovich Arellano, el pasado lunes solicitó mediante oficio al Presidente de la República, aportar recursos económicos, humanos y materiales necesarios para estrechar la colaboración entre autoridades federales, del estado y los municipios para hacer frente a los hechos delictivos que se han dado en las últimas semanas en Sonora.
La primera mandataria pide la ayuda del presidente, pero de ninguna manera ofrece la entrega de las operaciones de seguridad pública a la federación. Eso es harina de otro costal.
Una medicina muy amarga con efectos secundarios más amargos
Estamos viviendo tiempos inéditos, de violencia extrema y lo peor es que puede incrementarse. Es como una enfermedad que amenaza la salud de todos los sonorenses y como tal debe atenderse rápida, eficiente y eficazmente. Pero hay de enfermedades a enfermedades.
No es lo mismo una neumonía que un cáncer, aunque ambos males pueden tener consecuencias fatales, los tratamiento no son igual de radicales, como tampoco lo son los efectos secundarios. Y eso, los efectos secundarios son los que a mi parecer no tomaron en cuenta los legisladores con su acuerdo del pasado martes.
No creo que ninguno de los diputados de la actual legislatura haya estado en alguna ocasión en un estado en el que la federación opere la seguridad pública. Yo sí, y la verdad no me gustó.
Hace varios años mi esposa y yo estuvimos tres días en Cd. Juárez, cuando el ejército, la marina y la policía federal estaban a cargo de la seguridad. Era sumamente estresante no sólo para los visitantes, los propios moradores vivían tiempos de tensión extrema. Además, esa ocupación virtual de fuerzas federales, dañó fuertemente a la economía.
El hotel en el que nos hospedamos, un buen hotel 4 estrellas ubicado en la zona hotelera, parecía cuartel de la PGR. Era muy atemorizante encontrar desde la entrada, el lobby y en todos los pasillos, policías federales con metralleta en mano. La mayoría de los hoteles estaban igual.
Al transitar por las calles, a cada rato nuestro carro era rebasado por un vehículo del ejército o de la PGR conducido a toda velocidad, con metralletas montadas en la caja y varias personas fuertemente armadas. Pero era más traumante, quedar en el alto de algún semáforo delante, atrás o al lado de uno de estos vehículos.
Unos amigos con los que solíamos salir a cenar cada vez que visitábamos la ciudad, nos invitaron como siempre lo hacían, pero esta vez fue en su casa, “la gente de Juárez ya no vamos a los restaurantes, tenemos miedo. Muchos se han ido a vivir al Paso”, nos dijeron.
Después de un tiempo terminó la ocupación, pero el daño a la salud mental y hasta física (hubieron varios civiles muertos en ese tiempo) de la población, así como a la economía de la ciudad, fueron devastadores. Muchos juarenses opinan que fue peor el remedio que la enfermedad.
Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.