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El Hermosillo que se nos fue

Por Héctor Rodríguez Espinoza

Moisés Zamora, en De la cohetera mi barrio, recuerda:

“Mi Cervecería de Sonora. … El ministro de Guerra del gobierno de Emilio Portes Gil, Plutarco Elías Calles, la había  rajado de por medio la chaveta a la revolufia del 29, y como fenómeno social había aumentado la producción ‘Y Ia clientela cervecera y entre los más asiduos concurrentes está Agustín –“Cuervo”- Zamora, Eugenio Gámez; Manuel –“Guíjola”– Félix, Nicolás –“Cachi”- Yánez, Ramón –“Alameño”- Armenta y entra al ruedo del movido servicio cervecero José A. Mendívil, carpintero; Gerardo –“Liebre”- Contreras, chofer; José Fimbres, piponero; Ramón Fimbres al expendio de hielo, y calmados los ánimos de los revolucionarios unos meses «después, la policía violenta del Guarache llama a las puertas del centro de trabajo donde tímidamente se va filtrando el socialismo que después se tornaría brusco. La función del bote se explaya con más estruendo; va  muriendo el lema  político de “pueblo viril, arrímate al barril», y comienza a imperar la convincente política del macanazo.

«Para el año de 1933 actúa en el centro de trabajo el sindicato de Empresa de Trabajadores de Cervecería de Sonora, al que Francisco F. Mendoza, Jacinto López y adeptos tildan de sindicato blanco e hijos de María, porque el estandarte de la agrupación lleva un fondo azul celeste. A esto, el secretario general, que es el “Cabito” Maldonado, ni suda ni se acongoja y sigue adelante con su encendido farolease briago, en ese tiempo el “Cabito” tragaba como desesperado y redondea su actuación al sacat: como rey feo del carnaval al secretario del ejecutivo de la empresa, Humberto González y como reina del carnaval a la siempre hermosa Margarita Mendoza.

Entre tanto, el enérgico y tesonero agente de la Carta Blanca, Alberto Murray, va introduciendo tan sabrosa bebida a las cantinas de la capital y el “carpintero” Manuel Alegría, magnífico pelotero local, empieza a hacer sus pininos en la lucha sindical. La Carta Blanca, muy buena bebida, no le permite a la Cervecería de Sonora saturar debidamente el mercado, aumenta su producción y establece en Nogales, Sonora, una fábrica de malta y de lúpulo.

“Llegamos al año de 1943, y de 1933 al referido año han ejercido funciones directrices en el sindicato, que ya no es de empresa sino gremial, los compañeros Alberto –“cabito”– Maldonado, Tomás –“zurdo”– López, Ismael –“el único”– Contreras, Antonio Galaz, Manuel Contreras, Agustín Salazar, Miguel Ángel Ruiz, Manuel Alegría, Roberto Villa, Wilfrido Norzagaray y Francisco Osuna.

Hace poco visitaron a la empresa de rojo y negro en un movimiento de huelga promovido por la justa destitución de su empleo al maquinista Antonio Contreras, por haberlo encontrado dormido en el departamento de máquinas a su cuidado. En la Sección de Mecánica está hecho un tigre como mayordomo Arturo Acuña, y en la herrería tenemos al viejo luchador Francisco Osuna. Estaba tan fuerte e influyente la Cervecería -continúa “el Califomia”- que de su seno salen comandantes de policía, regidores, presidentes municipales y diputados, y hasta el bote en su trepidación que es más fuerte hace temblar naranjos, palmeras y guamuchileras. Solamente los domingos no se observa la trepidante intensidad del relajo que se sucede de lunes a sábado de todas y cada una de las semanas del año.

Mas otra vez la fatalidad estremece la inquietud, de zozobra y de tristeza a la grey obrera y a la empresa, en un día de este año de 1943. Después de tomar sus alimentos, besar a su hijita y a su esposa Rosa Santoyo, salió optimista de su feliz hogar el maquinista Manuel Contreras, simpático amigo y buen trabajador en plena madurez de su vida.

Llegando a la fábrica saluda al entrar al joven secretario Gabriel Peralta, que por ahí se hallaba. Una hora después, al revisar un tanque de aire comprimido, el artefacto sufre un desperfecto mecánico que lo hace explotar, aventando a Manuel a cierta distancia con el uniforme de trabajo desgarrado, dejándolo tirado, hecho pedazos y con un tinte de extraño azul en el cuerpo. Al estruendo, salen de las oficinas Carlos Balderrama, Francisco M. Enciso, Alberto Hoeffer, Antonio Mézquita y Enrique Charro Burruel en su auxilio, mas todo es inútil; la muerte ha sido instantánea.

Al siguiente día, centenares de obreros con moños negros en sus pechos acompañaban al cuerpo al cementerio, donde a la sombra de oriflamas y estandartes de luto al murmullo de cálida, sincera y emotiva oración colectiva, bajan su cuerpo al tenebroso sepulcro. El imponente acto hace sollozar al acompañamiento.

«Han pasado quince años, el negocio está en su apogeo. Se han suprimido los carros tirados por bestias: para el transporte de leña y de carbón, debido a que las calderas se alimentan con aceite. Todos con frecuencia recuerdan a los compañeros caídos en el cumplimiento de sus deberes, Macías y Contreras, y algunos piensan que la muerte de Contreras se debió a que en un mediodía de 1933, por orden del gobernador Rodolfo Elías Calles, el subjefe de la policía Manuel A. Guirado arrojó a las llamas de la caldera el cuerpo inerte de la imagen de San Francisco y que, muy espichaditos se trajeron de Magdalena, Sonora. Estaba en funciones por tercera vez como secretario general el carpintero Manuel Alegría, a quién por los desvelos, estudios, meditación y resolución de problemas múltiples obreros que se presentan, su chaveta le empieza a tirar aceite, a patinar la callampa, a botarle la mollera.

Tenía razón, la carga era pesada, porque por años el grupo perteneció a la CTS; esta misma central, con la esperanza de conseguir un contrato-ley de la industria cervecera, lo adquirió a la CROM. Se separaron de esta última central y se adhirieron a la más batalladora de las agrupaciones obreras en aquella época, la UGOM. En este aspecto sindical, empieza a brillar con luz propia en el cielo laboral Rosario Páez y Roberto Villa; no les amedrentaban el injustificado y radical despido que poco antes ha sido objeto el secretario general Manuel Cruz Gálvez y lleva con energía, tacto y comprensión los movidos bártulos de la regencia el señor Eduardo Murrieta.

Todavía en ese año de 1958, en la radio se dejaba escuchar a “los Viejitos” al mando de Pedro Noriega, iniciando siempre su programa musical con melodías de antaño, por órdenes expresas de doña Genoveva viuda de Hoeffer, el vibrante tustep -o como se diga- Viva Sonora; la señora Hoeffer no hacía otra cosa que interpretar sus sentimientos, el de sus familiares, de sus obreros y el de toda su clientela, difundiendo a través de su música, el espíritu sonorense de sus productos y el del centro del trabajo. Uno de los cultivadores de tan bellos sentimientos había sido el otrora gerente señor Luis Hoeffer.

En ese año de 1958, estando de secretario general Rosario Páez, un grupo de poderosos norteños compró la empresa y cuando la huelga de ese año, patrocinada valientemente por la UGOM y Francisco F. Mendoza, aquellos invasores del norte enseñaron la fibra al resistir un movimiento de tanta fuerza y salirse con la suya de recortar ante las lágrimas, así, de las lágrimas de Francisco F. Mendoza y de algunos de la directiva, a más de treinta obreros. Se accedió a ese recorte porque -no como ahora-, si se hubiese ocurrido al conflicto económico la cosa hubiera sido peor. ¡”Jijo de la guayaba”! iPor tantito y recortan a Santiago –“Chamarula”- López, que tenía más de un cuarto de siglo de vender en el bote sus sabrosos tacos de tatema.»

«Mira, compañero agraz” -seguía hablando Francisco-. Como dicen los corridos: ‘el mero 31 de octubre de 1969, presente lo tengo yo’.

El Sindicato Industrial de Trabajadores de la Cervecería Sonora, de gran raigambre, de socialismo sin mácula, anuencia, asesoría, defensa y conocimiento pleno de una chirota central obrera, le pegaron en la pura maceta un golpe que los ha dejado aturdidos.

Y como digno y bello remate a tan humana obra, clausura una fábrica que es tradición, que es leyenda, que es historia de la buena, de un jirón de tierra hermosillense. Francisco, casi en sollozos, terminó: «Los sabios industriales, los sabios economistas, los sabios dirigentes de la central y los sabios profesionales cometieron esa felonía, que tarde o temprano la conciencia -si es que la tienen- los hará saltar del asiento, de la cama, del suelo, de donde reposan y donde se encuentren… hijos de… –terminó la frase Francisco-, sino que mustio nos dijo, reprimiendo su cólera: “- vale más que me vaya a soplar burros de la cola. Hasta luego, Canon Galaz”-.

Hasta luego, California -le contesté-, y en mi imaginación atiriciado, quedó vibrando un: ¡Cervecería de Sonora, adiós!”.

 

Ma. Belén Navarrete, en Hermosillo de mis recuerdos, evoca:

Escribe que en todas las ciudades del mundo se establecen negociaciones que, por su corta vida, pueden llamarse transitorias, y otras que por su arraigo y permanencia adquieren tradición, que son a las que se refiere.

La Cervecería de Sonora. Fundada por el doctor D. Alberto Hoeffer y su socio alemán señor Grunig en 1896 -la más antigua de las industrias establecidas en la ciudad- fue por muchos años la columna vertebral de la industria sonorense, ya que siempre tomó parte activa en los acontecimientos del estado. Con la elaboración de sus afamadas cervezas High Life -de botella y de barril-, Reina Blanca y Centenario -su cerveza negra especial navideña-, la cervecería daba empleo a gran número de obreros y empleados de oficina, en sus instalaciones ubicadas sobre las calles Allende, Guanajuato y Comonfort, que ocupaban varias manzanas.

Hay una curiosa anécdota: el edificio de varios pisos que ocupaba la planta de producción remataba, en su parte más alta, con una gran cúpula de vidrio, y los Generales de ese tiempo la utilizaban como observatorio para, desde alIá, espiar los movimientos de las tropas de Pancho Villa, acampadas en los terrenos aledaños a la ciudad (año de 1915). La Cervecería fue vendida por la familia Hoeffer a la Cervecería Cuauhtémoc de Monterrey, a principios de los sesenta.