El internado Cruz Gálvez, hijo del sentido social de su época
La antropóloga Raquel Padilla considera que el conjunto arquitectónico tiene un valor histórico no sólo como monumento, sino por su función social inherente
Por Imanol Caneyada
Cuando en 2005 el ex gobernador Eduardo Bours quiso acabar con el internado Coronel J. Cruz Gálvez, uno de los cruzgalvinos más ilustres escribió una extensa carta al semanario. Así arguyendo las razones por las que no debía ser derruido.
El autor, que no era otro que el también ex gobernador de Sonora, Samuel Ocaña, contaba el origen del hospicio-escuela, su contexto social e histórico, y concluía que la institución representaba el esfuerzo educativo más ambicioso en Sonora de los primeros cuarenta años del siglo XX.
Aquella vez, la sociedad sonorense detuvo la iniciativa de Bours; doce años después, en el aniversario número cien del inicio de su construcción, la Cruz Gálvez está de nuevo amenazada; esta vez por la falta de presupuesto y la indefinición jurídica.

Si nació como un hospicio para los hijos de los militares muertos en campaña, sin distingo de partidos políticos, nos recuerda la antropóloga e historiadora Raquel Padilla Ramos, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en la actualidad presta un servicio similar: es un internado-escuela para niños y niñas de familias de escasos recursos.
Esta es la razón principal, comenta la investigadora, por la que el conjunto arquitectónico que integra el internado es un emblema de la ciudad, por las condiciones en las que nació, por su función social inherente.
Fue un decreto de 1915 de Plutarco Elías Calles en su condición de gobernador interino de Sonora el que impulsó la creación de esta institución, explica la entrevistada.
Originalmente iba a llamarse Francisco I. Madero, pero al morir el coronel Cruz Gálvez en la batalla de Paredes, Elías Calles, en cumplimiento de un pacto de honor entre ambos militares, terminó por ponerle el nombre de su compañero de armas.
Desde su nacimiento, argumenta Raquel Padilla, el pueblo de Sonora estuvo muy implicado. Cuando iniciaron las obras en 1917, el Gobierno convocó a los ciudadanos a aportar los recursos que pudiera con el objeto de hacer realidad el proyecto que rescataría de la indigencia a los hijos huérfanos de la revolución.
Según los registros hemerográficos que la investigadora del INAH ha consultado, las mujeres se quitaban las arracadas para empeñarlas en favor de la iniciativa.
En su airada defensa, Samuel Ocaña da cuenta de que los maestros donaron un día de sueldo, los campesinos entregaban un saco de maíz, los soldados derivaban un poco de su salario para la escuela, toda persona se alegraba de echar una moneda en los cientos de alcancías instaladas en escuelas, comercios y restaurantes de Sonora.
A este espíritu es al que apela Raquel Padilla cuando subraya la importancia de preservar la Cruz Gálvez, no sólo por su valor en cuanto monumento histórico, sino por su simbolismo social, escaso ya en estos tiempos.
Uno de los problemas que enfrenta el conjunto arquitectónico, a decir de la doctora Padilla Ramos, es el de su indefinición jurídica desde el punto de vista de su conservación.
A pesar de su indudable valor histórico, por ser una construcción posterior a 1900, la ley no faculta al INAH para intervenir el edificio ni lo declara monumento histórico.
A nivel estatal y municipal, añade la investigadora, poco se ha hecho.
Rememora dos acciones, una de parte del ex gobernador Manlio Fabio Beltrones, quien primero vendió buena parte de los terrenos pertenecientes a la Cruz Gálvez, los cuales eran extensísimos, para después decretar que no podría fraccionarse más.
La otra, de parte de la ex alcaldesa María Dolores del Río, quien hizo la declaratoria municipal de monumento histórico durante su trienio.
Le comentamos a la entrevistada que la maltrecha y desatendida ley de cultura de Sonora faculta al Gobierno del Estado a declarar monumentos históricos y proceder a su protección.
Así es, nos dice, pero no se ha hecho.

La esperanza está en que el INAH haga por fin la declaratoria, la cual se halla en proceso, para que el internado quede protegido por ley.
Existe ya un dictamen histórico y un dictamen técnico, añade Raquel Padilla, pero la declaratoria final ha demorado, entre otras cosas, por la transformación de Conaculta en Secretaría de Cultura.
Reconoce que alguno de sus edificios están en franco deterioro y que urge una restauración.
En cuanto al servicio social y educativo que aún brinda el internado a cientos de niños en situación vulnerable, la escasez de recursos pone constantemente en predicamentos a los encargados de dirigirla.
En la actualidad, la Cruz Gálvez funge como un centro escolar regulado por la SEC y como internado de lunes a viernes.
Durante cien años, por sus salones han pasado niños y niñas en condiciones de marginalidad y han egresado hombres y mujeres de provecho, destacados en muchos campos, como el de la política.
Más que nunca, por las condiciones de pobreza que se viven hoy en Hermosillo, el emblemático internado es necesario.