El ‘Panza’ vive en las calles de México
Por Alberto Maytorena/
En Hermosillo, así como en otros rincones del país, miles de historias como la de Rodrigo se repiten; menores que salen a la calle para “sacar una feria”, pero terminan atrapados viviendo en ella
A veces se habla de “los niños de la calle” como si fueran el fruto de una fotosíntesis urbana; criaturas que brotan espontáneamente del asfalto. También se habla de ellos con uniformidad pesimista, como si todos tuvieran el mismo origen trágico, sin embargo hay algunos de ellos que eligieron la calle por voluntad.
“Simón, yo te respondo, pero nomás no me tomes fotos” dice ‘el Panza’ mientras se rasca el cuello, como un gato amortiguando su comezón, “es que me da placa que me vean”. Panza tiene trece años, pero se ve más pequeño de lo que su edad insinúa. Las mejillas hundidas, el cabello alborotado y los ojos dormilones son signos de una vida que oscila entre la niñez y la adolescencia.
‘El Panza’, como lo llaman en la calle, no eligió su apodo, dio la casualidad de que existió un primer ‘Panza’ en algún momento y la pandilla de amigos comenzó a llamarlo así porque vieron algún parecido en ambos, Panza ―el segundo― no puede recordar qué; él ni siquiera conoció a su antecesor. Sin embargo, en su acta de nacimiento (si es que la hay) debe aparecer el nombre ‘Rodrigo Álvares García’.
Rodrigo se dedica a limpiar vidrios de carro. Espera a que el semáforo se ponga en rojo y, al igual que lo haría un campeador, sale empuñando el limpia vidrios como si fuera una espada. Antes de que los conductores puedan negarse, rocía con agua el vidrio frontal del automóvil, acción que le vale los suspiros de fastidio de las personas tras el volante, pero casi garantiza que algunas monedas acabaran en su bolsillo.
“P’s hace rato que le hago a esta tranza, casi desde que le caímos aquí mi ‘amá y yo de Moctezuma cuando tenía como nueve. Me comencé a llevar con unos compas de La Choya que me fueron metiendo a esta onda. Luego vi que unos de la bola salían a limpiar vidrios o hacían malabares y eso… y yo como nunca quise andar de huarumo tumbando raza nomás porque sí, p’s dije chance y saco una feria”.
Para algunos niños la libertad es una sensación que, de sólo experimentarla, hace que regresen a agazaparse en el refugio paternal, pero en ‘Panza’ no tuvo ese efecto. Una vez puso los pies en la calle, no hubo nada que lo sacara de ahí, ni siquiera los reclamos virulentos de una madre que poco a poco convirtió sus sermones en llanto, ante la desesperación de perder a su hijo debido a su propia precocidad.
“A veces sí da miedo” confianza avergonzado, agachando la mirada hacia los vans moribundos enfundados en sus pies “una vez que estábamos de noche por la Reforma y Periférico poniente, cuando nos tocaba a nosotros salir, un carro se pasó el rojo y casi se llevaba de corbata a un compa”. Pero no solamente es la imprudencia de los conductores, también están los drogadictos que les piden subirse con ellos, los comerciantes que desprecian la competencia, o los policías que los miran como bombas de tiempo.
“Pero no creas, sí hay raza que dos-tres nos hace el paro cuando pueden”, ‘Panza’ menciona entonces a la abuela de uno de sus compañeros, una dulce anciana que a veces los deja bañarse y dormir en su casa, así como el intendente de un supermercado que de ocasión en ocasión les regala alguna fritura para menguar el hambre; también hay vendedores que los vigilan. No todo es un desesperanzador país de las maravillas.
Sin embargo esta es sólo la historia de Rodrigo, ‘El Panza’. Según el estudio “Pobreza y derechos sociales de niñas, niños y adolescentes en México, 2008-2010”, presentado por el Fondo para Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), los niveles de pobreza de niños y adolescentes (de 0 a 17 años) se incrementaron en comparación con el resto de la población mexicana.
Isabel Crowley, representante de UNICEF en México, menciona que, aún cuando la alta proporción de pobreza infantil constituye una violación a los derechos del niño, la posibilidad de que la pobreza en la infancia se vuelva permanente y se reproduzca en la siguiente generación es más alta que en el caso de los adultos y compromete el desarrollo económico y la cohesión social.