El paradigma de la educación de las mujeres

Educar a mujeres, sí. Pero también educar a hombres que comprendan que los talentos de cada persona, sin distinguir sexos, es abonar al mejoramiento de la sociedad
Por Ave María Muñoz
Si bien es cierto que año tras año el “empoderamiento” de las mujeres se encuentra cada vez más presente en nuestras vidas, también es cierto que los cambios sociales nos muestran una alarmante pérdida de valores.
Por una parte se dice que la, cada vez más frecuente, ausencia de la figura de madre de familia en los hogares, redunda en un vacío en los infantes: ahora la mamá es la televisión, la tableta, el celular.
Por otra, los grandes logros de mujeres científicas, médicas, historiadoras, antropólogas, educadoras, políticas y tantas profesiones más, muestran que el talento no distingue sexo.
La compaginación entre ambos ámbitos, familia y profesión, ha significado para miles de mujeres mexicanas un reto enorme, del cual han salido airosas; son exitosas tanto como madres de familia, como profesionistas.
Pero para otras, el ser el pilar fundamental de la familia, por sí mismo, implica uno de los más grandes sacrificios, hoy por hoy. No hace ni treinta años que la irrupción femenina en los ámbitos profesionales no era tan marcada o tan común: hoy la historia es diferente.
«En política, si quieres que algo se diga pídeselo a un hombre; si quieres que algo se haga, pídeselo a una mujer», es una frase atribuida a Margaret Thatcher, Primer Ministra Británica de 1979 a 1990, y que aplicada a otros ámbito de la vida, es tan real como la vida misma.
Llegar al siglo XXI, del cual llevamos ya casi dos décadas, redefiniendo el rol de las mujeres en la sociedad ha implicado esfuerzos tremendos, desde los ámbitos sociológicos, económicos, ni se diga los políticos.
La gran fórmula, que nunca ha de fallar siendo bien sustentada, es la educación. La herramienta máxima que permite construir el conocimiento, compartirlo, modificar estilos de vida, formar personas y vocaciones.
En un mundo en el cual las ideologías son tan variadas como los colores en una escala cromática, coexisten distintas formas de educar a y por las mujeres. En la medida en el que el relativismo social y moral permita adjetivar las acciones y pensamientos, habrá tantas construcciones y paradigmas en los cuales educar a las nuevas generaciones que tendrán ante sí mismos, el destino no sólo de un país, sino de una civilización.
Educar a mujeres, sí. Pero también educar a hombres que comprendan que los talentos de cada persona, sin distinguir sexos, es abonar al mejoramiento de la sociedad.
Educar a mujeres, sí. Pero no sólo a verse como “propiedad”, no sólo a verse con “autosuficiencia”, no sólo a ser profesionistas “y/o” madres de familia. Educar a mujeres en la integridad es el principal éxito de nuestra generación: tan valiosa la citada Thatcher, como tan valiosa la mujer yaqui defendiendo su territorio; tan valiosa Malala, como la estudiante de bachillerato que está por definir su vida profesional; tan valiosa mi vecina que está sumida en el alcoholismo, como aquella mujer que tiene dos trabajos para llevar el sustento a casa.
La frase común es que “no hay fórmulas mágicas” que permitan el empoderamiento de las mujeres, ya que se asume que somos tan distintas y diversas como sea posible. Pero siempre he dicho “regresemos a lo básico”: mujer como ser humano, mujer atendiendo a su vocación, mujer como un todo.