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El presidente EPN, ni tan…  

Por Martín F. Mendoza/

Hoy menos que nunca estoy convencido de que Enrique Peña Nieto sea el bruto que una buena parte de nuestras “elites” —así muy en entrecomillado— han estado contándonos desde la campaña presidencial del 2012. La izquierda, la intelectualidad, y en general una buena fracción de la juventud universitaria y profesionista (¡benditas redes sociales!) han repetido hasta el cansancio —sin mayor soporte argumentativo, como suelen hacerlo— que Peña Nieto es una especie de deficiente mental que requiere de supervisión adulta todo el tiempo.

En independencia de que a veces nos encontramos con muy buenos chistes al respecto, el problema con ello, es que mientras eso sucede, el joven presidente, su grupo y el PRI “se dan vuelo” en el buen y en el mal sentido de la expresión. Los que piensan que los insultos destemplados y la repetición ad-nauseam de las mismas estupideces entre patrioteras y mitológicas conforman ya no digamos un movimiento político opositor, sino, vamos, al menos una resistencia a considerar, se equivocan de tajo. Dicho de otro modo, perdemos miserablemente el tiempo en lugar de contribuir cada quien desde su trinchera, a enviar al PRI el mensaje que deberíamos: “ustedes podrán no haber cambiado, pero nosotros sí”. ¡Cuánto optimismo el nuestro! En realidad, si acaso hemos cambiado ha sido para retroceder en términos de conformar una sociedad informada y analítica. La abundancia de información no va a la par con nuestras capacidades dialécticas ¿Cómo entonces enviaríamos ese mensaje a la camarilla en el poder si no somos capaces de sintetizar “lo que nos duele” más allá del retobo descalificador?

La propuesta anárquica es lo más a lo que llegamos y ello generalmente sin darnos cuenta.

Por supuesto que no se trata esto de una defensa a ultranza de la gestión de Peña Nieto al frente del gobierno federal, pero no confundamos la poca ilustración que ciertamente siempre ha mostrado el presidente con una, más bien asumida, incapacidad política tanto en su nivel estratégico como táctico. Tampoco hay que dejar de distinguir entre carencia de honestidad (y al respecto EPN ciertamente todavía no ha acreditado una mediana decencia y la carga de la prueba, en efecto, le corresponde políticamente a él) y falta de sagacidad para hacer que las cosas sucedan.

El otro día leía en Proceso una nota con una cabeza tan relativa como un cuerpo difuso: “El pueblo repudia a Peña Nieto”. ¿En serio?

Como se ha abaratado el concepto “repudio”. En estos dos años no ha habido oportunidad de “repudiar”. El repudio y la observación del mismo se dan con bases referenciales, con marcos comparativos. ¿Por qué se repudiaría a EPN? ¿Qué eventos han ocurrido que traigan desproporcionados —y mensurables— quebrantos  al pueblo mexicano que puedan ser atribuidos a su administración? ¿Qué ocurrencias provocadoras de escándalo y relacionadas con falta de probidad del presidente y de su equipo han tenido lugar en este primer tercio del sexenio? Ojo, por favor, estamos aquí refiriéndonos a verdaderos acontecimientos que salgan de los patrones que por desgracia consideramos “normales” en México, de aquellos que en verdad cimbran a nuestra sociedad en todos sus estratos, algunos de los cuales, los más bajos socio-económicamente hablando, por desgracia ya ha perdido mucha de su capacidad de asombro (y por tanto de “repudio”). De ahí en fuera no tengo la menor duda que tanto el presidente como sus allegados y los allegados de estos, se estén “despachando con la cuchara grande” en términos de asegurar su futuro y el de muchas de sus generaciones descendientes. ¿Y cómo podemos ir haciendo mella en ello, si estamos perdidos entre llamar “idiota” al presidente y acusarlo imbécilmente de que “nos robó el petróleo” (como si alguna vez hubiese sido nuestro y no de los “Chavas”, “Quinas”, Deschamps, y compañía)?

No solo no existe un verdadero repudio popular contra EPN, sino que además, si en este momento tuviera que volver a competir en las urnas por la presidencia, creemos muy probable que la retendría aun a pesar del brutal desgaste implícito en el ejercicio de gobierno. ¿Y sabe usted porque la refrendaría? No por ser inequívocamente apto para ejercerla  sino por la desoladora, deprimente, cruel, escandalosa, falta de liderazgos políticos en México.

A ese respecto vale la pena reparar en el absurdo que es quejarse de que el PRI se está comportando como el “PRI de siempre, de toda la vida”, ¿En verdad? ¿Y como que debería de comportarse el PRI entonces? Ello tomando en cuenta que todos los partidos se comportan como el PRI y sus membrecías como priistas (Sonora, ¡Ahí te hablan!). ¡No hay mayor priismo que el del PAN y el del PRD! ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo carambas se iba a comportar el PRI una vez de vuelta en el poder? ¿Entonces? ¿El “atarantadito” será el presidente Peña Nieto? ¿O aquellos que no ven —ni quieren ver— más allá de sus narices?

Efectivamente, la mano de Salinas de Gortari se siente en el gobierno de Peña Nieto (México es el país de la “eterna juventud” no solo los jóvenes que nacieron hace veinte o treinta años, y que por lo tanto asumen que el mundo comenzó la semana pasada desconocen por ejemplo de LEA y JLP como figuras que desgraciaron a México casi permanentemente, también hay mucho cuarentón, cincuentón y hasta sesentón que “no se acuerda” y prefiere maldecir al “neo-liberal” Salinas). Se siente esta presencia no solo en cuanto a tono ideológico sino también en cuanto a estilo de conducción política. Las eficaces —no necesariamente eficientes— formas salinistas parecen hacer de las suyas al haber el presidente pasado todas las reformas que le dio la gana con apoyo panista y perredista (algo impensable durante esas odas a la incapacidad negociadora y política que fueron los sexenios de Fox y Calderón), para después de obtenidos los históricos logros, dejar muy claro que hay “borrón y cuenta nueva” en la relación. De paso también, que las prebendas seguramente concedidas por debajo de la mesa a los súper-patriotas opositores ya pagaron el “favor”.

 ¿Indignación por eso? Bueno, en todo caso busquémosle por ahí y dejémonos por favor de estarnos comportando como aquello con lo que se etiqueta tanto al presidente. Este tiene mucho que probar aun en cuanto a capacidad, carácter y un mínimo de decoro (si es que esto fuese posible entre los políticos), pero lo que sí es cierto, es que ya se está viendo, que a diferencia de muchos de sus detractores, EPN no es ni tan…