El Salvador: De la esperanza a la decepción, cuando el héroe se convierte en otro tirano

Por Mario Robinson Bours
Hace unos meses, en abril de 2025, escribí con mucha admiración sobre la transformación de El Salvador bajo el liderazgo de Nayib Bukele. Viajé a su país para comprobar los avances en seguridad que se comentaban. Destaqué su mano firme contra el crimen, la paz recuperada y el renacer de una nación que durante décadas solo conoció el terror. Sin embargo, hoy, con la modificación constitucional que le permite reelegirse indefinidamente, ese mismo hombre que devolvió la seguridad a su pueblo ha traicionado su promesa y, peor aún, los principios democráticos que juró defender.
De la admiración a la desilusión
En mi artículo anterior, reconocí los logros de Bukele: la drástica reducción de la violencia, la reconstrucción de la confianza ciudadana y la esperanza que irradiaba un país que finalmente respiraba aliviado. Pero también advertí sobre el peligro de eternizarse en el poder: “Un gobierno autoritario, incluso si logra estabilidad y progreso, debe considerarse una solución temporal”. Hoy, esa advertencia se ha materializado con una rapidez y cinismo que resulta doloroso.
Bukele no solo rompió su palabra —aquella de agosto de 2024 en la que afirmó: “No puedo correr para presidente de nuevo”—, sino que ha manipulado las reglas del juego para perpetuarse. ¿Qué necesidad tenía, si su mandato terminaba en 2029? ¿Por qué no optar por el legado de un estadista que devolvió la seguridad y la esperanza, en lugar de seguir el camino del caudillo que lo arruina todo por ambición? La reforma constitucional no es una victoria democrática, sino un golpe institucional disfrazado de legalidad.
¿Dónde quedó el Bukele que criticaba a las élites corruptas? ¿El que prometió acabar con los abusos del pasado? Ahora es él quien concentra el poder con argumentos infantiles, utilizando la misma retórica de todos los autoritarios: dividir el mundo entre “ellos y nosotros”.
Es cierto: El Salvador hoy es un país más seguro. Ese logro es real, impresionante e innegable. Yo mismo lo constaté. Pero también es cierto que la seguridad no puede pagarse con la cancelación de la democracia. Las futuras generaciones quizá no noten este quiebre, porque nacerán en un sistema ya moldeado al antojo de un solo hombre. Y eso es lo más peligroso: cuando el autoritarismo se vuelve costumbre.
La historia ya ha visto este guion. Chávez, Ortega y tantos otros comenzaron aplaudidos… y terminaron repudiados. Primero vino el orden, después el silencio
Conclusión
Mi decepción no es únicamente con Bukele, sino con la facilidad con la que un pueblo puede ser seducido para cambiar un tipo de opresión por otro.
En abril escribí: “El verdadero reto vendrá cuando el país deba transitar del ‘hombre fuerte’ a la fortaleza de sus instituciones”. Hoy, ese reto ha sido saboteado por el propio Bukele. Ya no es el líder que rescató a El Salvador del infierno; es solo otro político sediento de poder, dispuesto a convertir su país en una cárcel de silencio a cambio de un lugar en los libros de historia, sin considerar que esos libros lo calificarán como un dictador que desechó todo lo bueno que hizo. No aprendió de Don Porfirio.
Ojalá los salvadoreños, que tanto han sufrido, no tengan que aprender de nuevo la lección más dura: que ningún milagro se paga con la libertad.
Cierro con esto: la paz no puede construirse sobre tumbas democráticas.