Por Martin F. Mendoza/
Es más espectacular la fantasiosa exigencia de la renuncia del Presidente que en todo caso seguir “la hebra” de los hechos para ver si esta llega en verdad a Los Pinos
Aun para los que contemplamos con horror como México se incendia por obra y gracia del oportunismo político criminal potenciado por la delincuencia vestida de indignación, resultaría deshonesto el no partir del hecho de que los que no ven —ni quieren ver las cosas con claridad— son muchos, demasiados tal vez. Eso es una desgracia en muy distintos niveles, aun mayor que las linduras del crimen organizado que en contubernio con no pocos miembros de la clase política, han dado pie a una protesta que podría tener toda la legitimidad del mundo pero que sencillamente se ha desvirtuado.
Desde los que queman lo que se les pone enfrente y en turbas salvajes golpean a placer a ciudadanos indefensos solo por el pecado de estar trabajando, hasta los simplitos que en el colmo del maniqueísmo denuncian que todo se debe “al regreso del PRI” —como si este alguna vez se hubiera ido— componen todos un fenómeno que incluye a millones de mexicanos. Si no comenzamos por ahí, no podemos ni debemos oponerles resistencia. Sería caer en lo mismo que estamos denunciando.
De otra cosa también estamos seguros. Para tratar de empezar a entender todo esto no basta el análisis político, esto es algo para lo que ni Maquiavelo tendría respuestas acabadas. Así se demuestra una vez más que al final, la política y los políticos con todo y lo importante —para bien y para mal— que resultan a sus pueblos, acaban subordinándose a fuerzas más amplias, más básicas y por ende avasalladoras en la determinación de la conducta social de la gente y de cómo responde esta a las coyunturas nacionales.
Nuestra cultura e idiosincrasia, nuestra psicología social, son aspectos que determinan cómo vemos el mundo que nos rodea y como reaccionamos ante los retos que nos plantea. Con un poco de curiosidad al respecto y siendo o esforzándonos por ser un poco más observadores, no nos resulta difícil el ver cómo nuestras respuestas sociales se asemejan grandemente a patrones que como individuos seguimos muchos de nosotros en el trabajo, en la escuela y en casa.
Es que somos… ¿cómo somos?
Es muy difícil —muy doloroso— el tratar de definir “cómo somos” los mexicanos. ¡Caray, qué difíciles somos! No faltará quien diga, que cada cultura, y cada identidad nacional tiene sus rasgos positivos y negativos, que no hay “raza perfecta” y que no somos ni de cerca “lo peor” del género humano. No podríamos estar más de acuerdo con todo ello, sin embargo, también creemos que a cada quién le toca su “chamba” y debe de lidiar con sus propios demonios cuando eso de “auto analizarnos” es lo que toca. Es absurdo tratar de explicar todo a partir del cinismo priista, la pestilencia perredista y la hipocresía panista. Todo ello y sus “vericuetos” tenebrosos nos puede llevar solo hasta cierto punto en la comprensión de nuestras conductas.
El caso es, para empezar, que tenemos como pueblo serios problemas con las figuras de autoridad, por eso el orden nos da alergia y cualquier llamado a la disciplina y a la institucionalidad es “represión”. Las juventudes actuales tienden más al anarquismo que al izquierdismo aunque conceptualmente la mayoría de los que son manipulados como “carne de cañón” hoy día, sean incapaces de articular la diferencia. Después de todo la ignorancia es bastante caótica.
Somos dramáticos, ¡melodramáticos! Nada nos viene mejor que el desplante iracundo pero falto de sustancia argumentativa, nada que apreciemos más que las frases enlatadas, cargadas de condenas fatales y un ultimátum vacío que cuando vence ni cuenta nos damos, porque el seguimiento a lo que sale de nuestras bocas siempre activas, pero con frecuencia desconectadas del cerebro, no se nos da muy bien que digamos. Hoy hablo, mañana pienso —tal vez—. Pocas veces nos damos cuenta del absurdo de nuestras amenazas aderezadas con ingeniosos insultos, que muy frecuentemente, de cumplirlas, nos dejarían más atrás que en donde estamos al momento de proferirlas.
Olfateamos el miedo, pero no para perseguir con agresividad nuestros objetivos o para dar la “estocada final” a nuestros oponentes, sino para ejercer el abuso moral, el chantaje y los amagos, en un interminable circulo de violencia verbal, y ¡Vaya que el Gobierno Mexicano tiene miedo de meter orden!, ya que por otro lado, su trauma por el ejercicio de la represión en el pasado lo inmoviliza.
Por ello el amor por las marchas, mítines, y entre más problemas provoquen estas a quien ni la debe ni la teme, mejor. Porque ahí precisamente, viene otra observación, nunca sabemos “quién nos la hizo” sino solo “quién nos las pagará”, todo menos meternos con quien en realidad nos tiene fregados, porque ¡Seguro!, es más fácil patear a un uniformado indefenso en el suelo que ponerse con los narcos cargados de plomo. Es más espectacular la fantasiosa exigencia de la renuncia del Presidente que en todo caso seguir “la hebra” de los hechos para ver si esta llega en verdad a Los Pinos.
La reciprocidad y la empatía, la verdadera, no la del meme de Facebook, tampoco se nos dan muy bien. Confundimos el “agarrar parejo” con justicia, por eso los egresados de las normales rurales exigen plaza automática y se ha creado por otro lado una “cultura de los rechazados” en las instituciones de educación superior públicas, pues los estudiantes —aspirantes a universitarios— no entienden de calidad o de niveles.
No espero que usted, apreciable lector, esté de acuerdo en todo lo que aquí platico, es claro que estos temas, planteados de esta forma, tienden bastante a la subjetividad, pero… ¿Me va a decir usted que no percibe mucho de esto en la vida diaria, más allá de sus tendencias u opiniones acerca de los problemas de México?
Es lo bueno de nunca haber tenido que ver con la política partidista ni con los políticos, así como no tener ningún tipo de ambición al respecto. No tiene uno que sujetarse a la odiosa corrección política que algunos ciertamente dominan y otros solo intentan, sin mucho éxito por cierto.