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64 años de la fundación de la Escuela de Derecho de la Universidad de Sonora

“Cultivamos la justicia, que es la ciencia del bien y de la equidad, distinguiendo lo justo de lo injusto, lo lícito de lo ilícito, y deseamos hacer a los hombres buenos, no solamente por el temor a las penas, sino más bien por la atracción de las recompensas”.

—Ulpiano

Por Héctor Rodríguez Espinoza

  1. A 64 años de la fundación de la Escuela de Derecho de la Universidad de Sonora -aquel lejano 3 de noviembre de 1953-, la primera del noroeste del país, madre de las demás escuelas pujantes de las de las Universidades autónomas de Baja California y de Baja California Sur y, sin duda, la de mayor y mejor tradición de la cultura jurídica en éste nuestro pujante y generoso rincón de la patria, comparto el testimonio de dos de sus catedráticos fundadores. En beneficio de los 17 alumnos fundadores y de las generaciones siguientes, fueron portadores de una virtud en extinción: mística pedagógica.  

Testimonio del Lic. Abraham F. Aguayo

Poco antes de su muerte, en 1999, Don Abraham me redactó el testimonio siguiente: “Comencé a figurar en la nómina de nuestro Estado a partir de Septiembre de 1933, después de presentar, el día 20 del mismo mes y año, mi examen profesional, extendiéndoseme por el entonces gobernador Rodolfo Elías Calles -uno de nuestros gobernantes más distinguidos por sus felices y nobles realizaciones a favor del progreso de nuestro Estado- mi Título de maestro de instrucción primaria.

Ya como maestro titulado ocupé, según recuerdo, en el ejercicio de la docencia, diversos cargos en planteles educativos en Hermosillo, Guaymas, Obregón y Sahuaripa.

La educación estatal principió a recibir merecidos esfuerzos con la fundación de la Escuela Secundaria en Cd. Obregón, dándosele fuerte impulso. Estando desempeñándome como maestro en este centro educativo, se me informó por el director sobre la sorpresa que le causaba el hecho de que estuvieran llegando cheques de sueldo a nombre de profesores que no laboraban en dicho plantel, por lo que aprovechando el fin de cursos que se registraba los últimos días de junio, me dio el encargo de que al venir a pasar el período de vacaciones en Hermosillo, entregara personalmente la última remesa de cheques a la Dirección de Educación Pública del Estado. Al cumplir con gusto lo que se me había encomendado, entregué al entonces secretario de la nombrada Dirección, profesor Prisciliano Carrillo, el mencionado envío, a fin de que lo hiciera llegar al ser devuelto a la Tesorería General del Estado.

Cuál no sería mi inquietud cuando, a mediados de Julio, fui advertido por el Sr. Cleto Lamadrid, que para entonces desempeñaba el cargo de Jefe de la Policía Judicial en el Estado -persona con la que había cultivado relaciones de amistad siendo Director de la Escuela Primaria Superior en Sahuaripa-, sobre la conveniencia de que me ausentara de la ciudad, por razón de que tenía instrucciones de aprehenderme. Ante tan difícil situación que se me planteaba, me vi obligado a tomar ese mismo día el tren que me trasladó a Guadalajara, con el fin de llegar a México, D.F. y tener oportunidad de inscribirme en la Escuela Preparatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Durante mi gestión ante el sonorense Lic. Guillermo Ibarra, como Director de Segunda Enseñanza de la Secretaría de Educación Pública, obtuve se me otorgara una plaza de la Escuela Secundaria en el poblado de Xochimilco, en donde laboré por tres meses, siendo después nombrado maestro en la Cd. de México D.F.

El 31 de Agosto de 1945, presenté mi examen profesional para obtener el Título de Licenciado en Derecho y al día siguiente emprendí mi viaje a mi ciudad natal Hermosillo.

Al dimitir el Lic. Noé Palomares a su encargo de Magistrado del Supremo Tribunal de Justicia en el Estado, por razón de haber sido invitado por el Lic. Ernesto P. Uruchurtu para que se responsabilizara de una nueva gestión en México, D.F., fui designado maestro de las dos asignaturas que dejó vacantes en la Escuela Normal del Estado, que en esa época todavía continuaba formando parte de la Universidad de Sonora.

Estando ya en plena actividad nuestra Universidad bajo la rectoría del Prof. Manuel Quiroz Martínez, quien al término de su mandato dio cuenta de afortunadas realizaciones, el Consejo procedió a nombrar para sustituirlo al Ing. Norberto Aguirre Palancares. Ya para entonces comenzaba a sentirse la inquietud de un grupo de estudiantes que trabajaban a favor de la idea de formar una Escuela de Derecho de la Universidad; pero como ello tendría que originar un fuerte incremento en la nómina de la Institución, el rector nos invitó al Lic. Enrique Michel y al autor de esta semblanza -que entonces desempeñaba la función de Procurador General de Justicia en el Estado-, a fin de entrevistarnos con el Gobernador Ignacio Soto para informarle sobre los trabajos desplegados para lograr la culminación de ésta idea.

Finalmente, después de examinar todas y cada una de las ventajas con la realización del proyecto, el mandatario, con alteza y profundidad de miras,  estimuló la creación de esa nueva Facultad que, al iniciar sus labores, tuvo como su primer planta de maestros a los Abogados Enrique E. Michel, Alfonso Castellanos Idiáquez, Fortino López Legazpi, Carlos Ortiz y el suscrito Abraham F. Aguayo, EN SOCIOLOGÍA Y EN TEORÍA DEL ESTADO.

Me es muy honroso reanimar el recuerdo de parte de mi vida al hacer memoria de los varios años en que acudí, con la representación que me fue conferida por nuestra más alta casa de estudios, a la celebración de varios Congresos de la Academia Mexicana de Sociología incorporada a la Asociación Internacional de Sociología creada por la UNESCO, dando a conocer en las ponencias por mí presentadas, la urgente e impostergable necesidad de abarcar en los estudios sociológicos, impartidos en las Universidades, los conocimientos sobre nuevas especialidades en ese campo, que los nuevos tiempos venían imponiendo; por ejemplo, Sociología Política, Sociología sobre la Reforma Agraria, etc.

Durante mi labor docente universitaria exhorté, con mi mayor empeño, a los estudiantes de grupos superiores de la Facultad de Derecho, a que nos aportaran su colaboración en la revista jurídica que la Asociación Sonorense de Abogados publicaba y de la que me había hecho cargo, porque ellos, como partidarios fervientes de la libertad de pensamiento, dieran a conocer sus inquietudes y adelantos en el mundo de las leyes, de la justicia, de la ciencia jurídica y de los problemas y de las necesidades de nuestro pueblo; esa es una de las razones, les decía: de mantener a nuestra Escuela de Derecho: viva e ilustre.

Abrigo pleno convencimiento que el nacimiento y crecimiento de nuestra Universidad, viene a confirmar el pensamiento lúcido de Juárez: ‘El deseo de saber y de ilustrarse es innato en el corazón del hombre.’”

Testimonio del Lic. Carlos V. López Ortiz

“El dinámico y entusiasta Licenciado Don Héctor Rodríguez Espinoza me ha solicitado gentilmente unas palabras de remembranza con motivo de la fundación de la Escuela de Derecho.

Y la verdad tendría qué comenzar con una confesión personal, pues aunque recibí de manos del Ing. Don Norberto Aguirre Palancares, Rector de la Universidad por aquellas fechas, mi Diploma como Maestro fundador de nuestra inolvidable Escuela de Leyes con el desempeño de la asignatura INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO, en realidad a quien le corresponde ese alto honor es al llorado jurista e ilustre catedrático Don Miguel Ríos Gómez, por haber sido el titular de la primera cátedra de la Materia e inauguró el Curso,  presentando el flamante libro ‘El estudio del Derecho’, cuyo autor es el Licenciado Don Oscar Morineau, originario si mal no recuerdo de la región de Altar, texto que acababa de salir publicado por la Editorial Porrúa en 1953 (mismo de la fundación de la Escuela). Pero resultó que el Lic. Ríos Gómez renunció inesperadamente a su cátedra (nunca supe la causa) y en forma sorpresiva y nunca soñada por mí fui invitado a ocupar su lugar. Y de la noche a la mañana y a marchas forzadas me vi obligado a proseguir la honrosa tarea por él iniciada; y si bien es cierto que mi problema académico pudo haberse resuelto cambiando el texto de Don Oscar Morineau por el ya acreditado de Jus filósofo Don Eduardo García Máynez (que era el único libro introductorio para el conocimiento filosófico del Derecho que yo conocía). Sin embargo me percaté que no era recomendable el cambio de libro, porque ya lo habían adquirido los alumnos y además había suscitado un verdadero interés de los estudiantes, máxime que se trataba de una obra cuyo autor era un verdadero talento de origen sonorense, a pesar que no era de fácil lectura y demandaba una detenida reflexión para asimilarla. Por eso digo que sólo a marchas forzadas y con la ayuda de Dios pudimos proseguir y terminar sin contratiempo mayor el Curso.

En este minuto recordatorio, sería un ingrato si no evocara con emoción la presencia espiritual del primer Director de la Escuela, el Lic. Enrique E. Michel, a quien tocó la encomiable misión de encaminarla en sus primeros y difíciles pasos, cuando el escepticismo aún no se  había disipado en algunos sectores universitarios, que no consideraban viable el florecimiento de una Escuela de Derecho. Es también de justicia reconocer los esfuerzos para consolidarla, de los miembros y Directivos de la Asociación Sonorense de Abogados que, en parte cumpliendo con las finalidades de sus estatutos y en parte como intérprete de la comunidad sonorese, se preocupaba en promover un centro de cultura jurídica en el seno de la Universidad, como tarea de ensanchamiento y enaltecimiento profesional y social del medio sonorense.

El entusiasmo desbordante de los primeros alumnos comunicó un impulso inextinguible a la flamante Escuela. Destacaron por aquella época Carlos Gámez Fimbres, Raúl Encinas Alcántar, Jesús Enríquez Burgos, Rogelio Rendón Duarte, Beatriz Eugenia Montijo Hijar, Josefina Pérez Contreras, Francisco Arturo Lizárraga García y tantos otros cuyos nombres se me escapan, pero que todos ellos iban a brillar como distinguidos miembros del Foro y de la Judicatura sonorense.

Finalmente, otras de las más profundas experiencias fueron las que viví dentro de un diverso Curso de Filosofía del Derecho, que atendí en forma interina por ausencia del titular, el distinguido jurisconsulto y Profesor Don Fortino López Legazpi. Tuve entonces también excelentes alumnos, como el ahora Doctor en Derecho Miguel Ángel Soto Lamadrid, Manuel Pereyda Mungarro, Carlos Cabrera Fernández, Alfonso Molina Ruibal, Eduardo Robles Elías y Federico Saviñon Plaza (los dos últimos fundadores de la Universidad de Hermosillo). En ese entonces utilizamos como libros de consulta: Lecciones de Filosofía del Derecho, del Profesor Don Rafael Preciado Hernández; Lógica del Concepto, del Juicio y Razonamiento  Jurídico, de Don Eduardo García Máynez; y Tratado General de Filosofía del Derecho y Nueva Filosofía de la Interpretación del Derecho, del Jus filósofo Don Luis Recasens Siches.

Por la resonancia mundial y la aceptación con que fue recibida en todas las Facultades de Derecho del Continente ibero americano, pusimos especial interés en dar a conocer en Sonora la Escuela Egológica Argentina, que fundara el Profesor Carlos Cossio, cuya obra es de difícil acceso, por implicar un conocimiento previo de la Filosofía contemporánea, por lo cual nos limitamos a los principales temas de la obra conjunta de divulgación, a cargo de los discípulos de Cossio, Enrique Aftalión, García Olano y Vilanova (Introducción al Derecho, Buenos Aires, Ateneo,1945.)”.

Mucha agua de cultura jurídica ha corrido, en este Río de Heráclito, bajo el puente itinerante de la Escuela de Derecho de nuestra máxima Casa de estudios.

Cincuenta y nueve generaciones de egresados ejercemos nuestra versátil profesión en la ciencia del Derecho. Quizá no siempre como la concibió Mario de la Cueva, en su primer encuentro con el Derecho, aquel lejano 1921, la definición magnífica de Celso: Jus est ars boni et aequi. Y les pidieron que precisaran el pensamiento de Ulpiano, porque en él estaba la nobleza de la profesión del jurista. Fue entonces cuando leyó la explicación de jurisconsulto: “Cultivamos la justicia, que es la ciencia del bien y de la equidad, distinguiendo lo justo de lo injusto, lo lícito de lo ilícito, y deseamos hacer a los hombres buenos, no solamente por el temor a las penas, sino más bien por la atracción de las recompensas”. Y concluye de la Cueva: “filosofía verdadera y no simulada, si no me engaño.”

¡ÉSTE ES NUESTRO RETO!