
Los genios no lloran, aunque sufren
Por Manuel Gutiérrez
Ella fue hija de los Folkloristas, conoció el mundo y escogió el piano como vocación, antes de descubrir la tentación riesgosa de crear música, componer. Gabriela Ortiz, es una promesa del nuevo arte mexicano, cobijada por la comprensión de Carlos Miguel Prieto, director de la Orquesta de Minería y de Dudamel, pero ahora se encuentra en Carnegie Hall, dispuesta a seguir haciendo música y sonidos de México y a cumplir con nuevos retos musicales.
La historia de Gabriela Ortiz, sus afanes de vender y colocar música clásica, ahora es interpretada en Berlín, en París, en Los Ángeles y Nueva York. A la par, su tiempo no parece pertenecerle, porque sufrió de cáncer en el colón, dolencia y mal que la pueden limitar en oportunidades de creación, pero a la vez, no la ha podido detener.
Los críticos no se sienten cómodos ante sus obras, a las que la sonoridad expansiva, dicen que termina fundiendo todo una “monotonía gris” de tanto colorido, precisamente lo que no desea.
Su música tiene mensaje, como lo es un ballet contra la violencia que sufren las mujeres en México, llamada “la revolución diamantina”, por el uso de este artículo pulverizado brillante en contra de la policía de la de CDMX que reprimió mujeres en el sexenio pasado.
Incluso ha compuesto una obra para un líder revolucionario africano, y ha entrado a la intimidad de divulgar la vida de los esposos Shumman, de Clara y Roberto con nuevos enfoques y otros matices musicales.
Considerada un genio natural, Gabriela pasó de imprimir en forma personal y enviarla a los directores, a posibles clientes. Pero ahora, en Carnegie Hall, sabe que puede componer por gusto, no porque tiene que hacerlo. Y su alcance se convierte en mundial.
La vida de una genio musical, puede parecer trivial, difícil, pero está marcada por el arte.
Su vida personal tiene altos y bajos. Como ejemplo sufrió un sentido divorcio justo en el momento en que era llamada para una comisión con la Filarmónica de Los Ángeles.
Su hermano le dijo: “Todo mundo puede tener un divorcio, una ruptura, o una decepción, pero no todos tiene una comisión con la Filármonica de Los Angeles” como una manera de reanimarla.
Así terminó su creación “Altar de piedra” que obtuvo críticas dispares. Luego Dudamel, decidió interpretarla, pero esta vez con “Teenek” obra nueva que gustó a músicos, a las orquestas de San Francisco, Cincinnati, y Nueva York, y Dudamel llevó a Teenek, a Berlín, en donde la obra impresionó, a la par la recomendó con Boosey and Hawkes, para publicar su música de alma latina con la calidad necesaria y formando parte de un acervo de prestigio.
Una compositora evidentemente política, feminista, pro-derechos humanos, pero su música le ha llevado a recibir críticas de falta de respeto a los valores indígenas, ya que consideran que sus arreglos son “demasiado ostentosos” distantes de la música autóctona. Para los puristas es demasiado nice, pero ella necesita una sinfónica para escuchar cómo suena lo que compone, y eso no era nada fácil.
Pero ella sigue componiendo así creo “Zam” una idea marina, que representa el oleaje y que debutó con la Sinfónica de la UNAM en el mes de julio pasado. “Quiero que los instrumentos sean como las olas”, les pidió a los ejecutantes que intentaron complacer a su maestra.
La Sinfónica de Minería, es otro baluarte para la creación y difusión de Gabriela Ortiz.
Carlos Miguel Prieto, la apoya en sus presentaciones y en incluirla dentro de sus programas. Una orquesta privada, de la UNAM y sus egresados, de un patronato que se mantiene por sí misma, en que su director, un ingeniero busca que el nivel universal, se fije en sus posibilidades de creación. En eso, Carlos Miguel y Gabriela son similares, porque intentan conquistar el mundo con el arte, llevar adelante una orquesta que tuvo presupuesto oficial, pero que depende de sus programas y calidad para llevar gente a la sala de conciertos, e incluso ser criticados de no “cobrar barato” porque existe el concepto que el arte debe ser regalado, o subsidiado por un gobierno populista, o simplemente porque creen que Carlos Chávez o Silvestre Revueltas y Moncayo, no comían, ni necesitaban implementos, ni comodidad para dedicarse a producir arte nacionalista… mejor escuchen a la Banda MS gratis en el Zócalo, aunque pagada con nuestros impuestos.
Gabriela Ortiz, seguirá siendo moneda de contradicción, materia de crítica y golpes de talento, ojalá que el Creador del Universo, le conceda el tiempo necesario tanto para trascender, como para que su música logre el empaque consagratorio, de menos ha convencido más a los afuera de México que a los de adentro.
En eso ella figura en crónicas de los diarios de los Estados Unidos y de Europa, en que es noticia como Carlos Miguel. Incluso es publicada por el New York Times, que la difunde a nivel mundial. Su alcance es planetario, pero su tiempo, su salud, su entrega, son humanos. Paradoja de grandeza de esta música mexicana, sucesora como lo es de Chávez, de Moncayo, de Silvestre Revueltas, cuyos sonidos mayas e indianos, no fueron entendidos ni en los momentos políticos de socialismo cardenista, pero terminaron siendo símbolos del nacionalismo mexicano, consagrados como emblemas.
Gabriela Ortiz, no es tan emblemática, en ese contexto. Pero crear es arriesgar, e igual que Carlos Miguel, está dispuesto a retos nuevos. Dice Carlos Miguel: “La música es un cross-over. Es decir un vehículo nuevo, incluso la Novena de Bethoven, tiene notas de instrumentos africanos, y de nuevos ritmos desconocidos en Europa. Ciertamente no se les puede quitar lo que les gusta, pero es un momento de ensayar lo nuevo” dice Carlos Miguel.
Gabriela Ortiz por su lado, ha dejado de ser una rareza. Es una triunfadora, aunque no comprendamos la dimensión de ello. Pasó un sexenio populista, que ni supo ver en esos nuevos creadores, como en el mismo Arturo Márquez, la identidad musical de una nueva propuesta que hubiera vestido a la 4T, pese a su grandeza nominal, no tiene grandeza en el campo del arte. En eso la 4T dejó chato al arte, al cine, a la literatura, y solamente sus empeños en polemizar sobreviven como la idea que los europeos no vinieron a civilizar, lo cual finalmente resulta absurdo, porque el sincretismo e intercambio cultural, formal, social, religioso, idiomático, y jurídico y económico, hacen que las civilizaciones interactúen entre sí mismas, sin poder evitar tendencias dominantes, aceptaciones aparentes o en última instancia, ideas que permean una nueva sociedad.
Pero cuando pretenden ser inquisidor, se acaba la creatividad. Cuando nace la disciplina, la sujeción a un discurso, todo se empobrece.
De menos, el formato de Gabriela es ya universal, y sus valores y aportes, podrán ser debatidos, rechazados o admirados, pero seguidos por directores como Dudamel, son ya una referencia excepcional, como lo es leer de ella en el New York Times, que igual que con Isaac Hernández, o con el Tenor Ramón Vargas, y ahora con estos músicos mexicanos colocados en una intersección de fronteras, de culturas, de tiempos y de arte, llevan lo mejor de México a nuevas dimensiones, comprender esto, equivale a dejar muchos dogmas en el camino, anular muchas falsedades y desmentir muchas afirmaciones de propaganda destinada a los conversos perversos o ingenuos.
“Teenek” algo debe tener. “Zam” o “Altar de Piedra” pero hay que recordar que la madurez se manifiesta en diferentes alcances de las obras, asimilarlas, seguirlas, en un reto porque son lo nuevo.
¿Cuántos se atreven a tocarla, a interpretarla, a seguirla, a llevarla a los escenarios nacionales? Ese es el mérito de la Maestra Gabriela Ortiz, una genio que sabe sufrir, como ha sabido llorar y padecer, a la par triunfar más lejos de México, pero para México aunque no sea ídolo oficial, porque la Banda le llega más al caudillo… lo sinfónico está más lejos de su comprensión pero no hace que hablen bien de ti en el NYT y eso ya lo tiene Gabriela.
Aunque con visiones propias del arte. Piensa en Opera, en conciertos, y considera que su tiempo es limitado para todo lo que quiere contar. Sabe que necesita dos cosas para ello, tiempo, y estar saludable.