
Todos queremos ser reconocidos por nuestros talentos, pero los grados de talento dados a cada persona son tan diferentes que aunque todos demos nuestro máximo esfuerzo en el trabajo, las diferencias en los resultados son inevitables
Maldito el hombre que confía en el hombre. Dice el profeta Jeremías al pueblo de Israel que había caído en la idolatría de adorar a dioses no verdaderos al grado de construirse un becerro de oro para adorarlo.
Ahora nos puede parecer absurdo adorar una estatua hecha por manos humanas, sin embargo el becerro de oro ha sido cambiado por centros comerciales llenos de mercancías que despiertan el deseo de poseerlas, los bienes materiales no son malos en sí mismos, incluso son necesario y buenos, pero tenemos que cuidar que no agiten nuestro espíritu al grado de apagarlo.
Tampoco pongas tu corazón en los afectos humanos, sin antes entender que somos creaturas imperfectas y que las personas nunca dejan por completo satisfecho el anhelo de amor y de felicidad que todos llevamos dentro.
Alguno puede pensar que esto es un modo muy pesimista de ver las cosas, por el contrario quiero advertir que un corazón que sabe amar, no espera de los demás la perfección sino que acepta y engrandece en lo posible la personalidad de objeto de su amor. Pongamos como ejemplo a una madre, que no desecha a un hijo por sus errores, sino que trata de sacarlo de ellos por todos los medios que le brinde su inteligencia. O los esposos que aun sin quererlo, tienen importantes diferencias, o las personas de las que nos gustaría obtener su amistad y no terminan de confiar en nosotros, o los hermanos que hoy discuten y mañana se perdonan y se abrazan.
Cualquier relación humana está hecha de encuentros y diferencias, pero el corazón debe estar preparado siempre para la comprensión, el perdón, porque de otra manera no es posible sostener ninguna relación sincera con los demás, iremos por la vida descartando constantemente a cada persona que no cumpla la expectativa que esperamos de ella, y nosotros mismos seríamos igualmente descartados. Las personas maduras siempre saben esto.
Tampoco pongas tu corazón en el éxito.
Todos queremos ser reconocidos por nuestros talentos, pero los grados de talento dados a cada persona son tan diferentes que aunque todos demos nuestro máximo esfuerzo en el trabajo, las diferencias en los resultados son inevitables, el mundo necesita la riqueza de las diferencias entre los hombre, unos construyen otros enseñan, otros curan, otros dirigen, algunos son obreros y otros gobernantes. Si el obrero envidia al que cura su desdicha personal sería grande, si el artista envidia al financiero, y el financiero al jardinero, todos seríamos desdichados, hay que vivir contentos con lo que tenemos sin que ello signifique dejar de dar siempre el mejor esfuerzo por hacer bien nuestro trabajo, o no estar comprometidos en causas que ayuden a igualar el nivel de vida con los que menos tienen.
Busca incansablemente la verdad.
Y digo incansablemente, porque mientras transitamos por la vida siempre necesitamos conocimientos nuevos o incluso repasar los ya aprendidos para resolver problemas cotidianos o bien aceptar las situaciones que no es posible cambiar, pero si sobrellevar sin que nos ahoguen en la tristeza o la desesperación.
De muchos males te librarás si buscas las excelencias de la sabiduría, tu corazón se inclinará a la prudencia, la discreción te guardará; te preservará la inteligencia, y te apartaras de los vicios.
Con la sabiduría llegan todo tipo de bienes.
Solo Dios llena de una manera perfecta las expectativas que el tenemos del amor, él es el único que nunca falla, que siempre escucha, no es cambiante, siempre está, siempre perdona, siempre consuela nunca abandona, con él nunca quedamos defraudados.
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz”: San Agustín de Hipona.