Hermosillo, crónica del miedo

En los últimos seis años el robo común con violencia ha aumentado 67% en la capital del estado, según datos oficiales; pero un estimado de ocho de cada diez delitos no se denuncia
Por Imanol Caneyada
El diccionario de la Academia de la Lengua Española define la palabra miedo de la siguiente forma:
- m. Angustia por un riesgo o daño real o imaginario.
- m. Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.
En el terreno psicológico, los expertos afirman que el miedo es una emoción que se hace presente para advertirnos acerca de algún peligro del mundo exterior. Ante una posible amenaza, los sentidos captan el foco de peligro que luego es interpretado por el cerebro y dirigido al sistema límbico, región responsable de controlar las emociones de lucha, huida y preservación.
Culminado este proceso se activa la amígdala que se encarga de desencadenar todo el sistema del miedo y provoca que el organismo comience a padecer alguno de los siguientes síntomas: aumento de la presión arterial, detención de funciones no esenciales, incremento de adrenalina, apertura de ojos, dilatación de pupilas, entre otros.
En estos tiempos que corren, ¿vivimos los hermosillenses en este estado alterado a causa de la inseguridad pública?
Si nos atenemos a los programas de radio en los que diariamente escuchamos incontables reportes de ciudadanos que han sido víctimas o testigos de alguna clase de delito, y rastreamos las redes sociales, la respuesta es sí.
Si volteamos con el vecino o con nuestros familiares, el miedo, la desconfianza, el estado de alerta parecen haberse convertido en una forma cotidiana de existencia.
En los barrios de clase media y clase alta, los portones eléctricos, las bardas, las alambradas con púas, los guardias de seguridad, los controles de acceso a las privadas y a las escuelas forman ya parte del paisaje citadino.
Un paisaje que ha sido modificado por el miedo.
En la memoria colectiva del hermosillense, sobre todo en la de los adultos y los adultos mayores, existe un vago recuerdo de una ciudad amigable, de puertas abiertas, segura, transitable a cualquier hora.
Una ciudad que con el paso de los años parece ya un mito, un lugar común que con resignación entendemos que fue y nunca será.
Mientras tanto, los hermosillenses atestiguan aterrados cómo especialmente el robo común con violencia en cualquiera de sus modalidades aumenta, se modifica; pero sobre todo, como lo denunció recientemente el presidente de la CANACOPE de Hermosillo, Martín Eduardo Zalazar, la violencia con que actúan los asaltantes se ha exacerbado.
La modalidad de que los delincuentes entren a las casas cuando sus habitantes están en ellas, impensable hace unos años, ha disparado todas las alarmas.

El asesinato el pasado 28 de enero del dueño del Minisuper Linos, don Fauto, de 52 años, querido y respetado por todo el barrio, en manos de un par de asaltantes, nos hizo comprender que a cualquier hora, en cualquier lugar, cualquier día, podemos morir de un balazo o de un machetazo.
Miedo, angustia, terror, desconfianza, paranoia. El hermosillense, en su casa o en la calle, con los años, ha dejado de ser ese ciudadano tranquilo y confiado.
Impotente, clama a la autoridad para que actúe.
Ante el silencio de esta, el siguiente paso es invocar la ley de la jungla.
Las cifras del miedo y la ausencia de ideas
El mes pasado, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) dio a conocer la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana para 2017, la cual arrojó que 75.5% de los hermosillenses se siente inseguro, al tiempo que únicamente 20% de los habitantes de esta ciudad considera que el Gobierno es efectivo en el combate a la delincuencia.

En su momento, ante la ola de inseguridad que vivimos los hermosillenses, el alcalde con licencia Manuel Ignacio Acosta (quien está en busca de una senaduría), dijo que se trataba de un problema de percepción ciudadana a causa de las redes sociales, las cuales son fácilmente manipulables por sus enemigos políticos.
Este discurso también lo ha adoptado en alguna ocasión el secretario de Seguridad Pública de Sonora, Adolfo García Morales.
En un acto de cinismo, las autoridades, tanto estatales como municipales, para demostrar esta teoría de la percepción, ofrecen datos de pequeñas fluctuaciones a la baja en la incidencia delictiva que varían de un mes a otro, omitiendo las comparaciones y el grueso de los datos.
Cierto es que el registro puntual de la incidencia delictiva en México es reciente y no se cuenta con un comparativo que abarque muchos años.
En el caso de la incidencia delictiva por municipio, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública tiene un registro de 2011 a 2017: seis años.
Exclusivamente en el rubro de robo común con violencia (a casa habitación, negocio, vehículo y otros), en el caso de Hermosillo, en este periodo ha habido un aumento de alrededor de 67%.
En 2011, se registraron 1,561 denuncias en la capital del estado; en 2017 la cifra fue de 2,655.
Pero está la otra cifra, mucho mayor, aterradora, la de delitos que no se denuncian, la cifra negra, que organizaciones como Observatorio Nacional Delictivo o Semáforo Ciudadano sitúan entre 80 y 90 por ciento.
Es decir, que ocho o nueve de cada diez delitos no se denuncian en México, por lo tanto, en 2017, por los 2,655 robos con violencia que se denunciaron en Hermosillo, hubo alrededor de 13 mil robos con violencia que NO se denunciaron ante el Ministerio Público de esta ciudad.
Esto nos arroja un estimado de 41 robos con violencia al día, casi dos por hora.
Estas son las cifras del miedo.
Antes estas cifras, la respuesta de la autoridad, en términos generales, ha sido la de evadir responsabilidades, poner pretextos, además, claro, de culpar a la percepción.
Un argumento que ha utilizado el alcalde de Hermosillo con licencia es que la policía municipal los detiene y los jueces los liberan, a causa del nuevo sistema acusatorio penal.
Otro argumento es la falta de capacitación de los cuerpos policiacos en el nuevo sistema acusatorio penal.
Un tercero es, por supuesto, el de la corrupción al interior de estos mismos cuerpos policiacos que conlleva a la impunidad de los delincuentes.
Vamos rumbo a las elecciones de 2018 y, de momento, los precandidatos a la alcaldía de todos los partidos han señalado como una prioridad la inseguridad pública, no obstante, ninguno, hasta ahora, ha presentado un plan de gobierno para combatirla.
De forma cíclica, las propuestas, al menos de los dos partidos que se han alternado en la presidencia municipal, PRI y PAN, han sido la de dignificar a los miembros de los cuerpos policiacos, mejorar sus salarios, capacitarlos y equiparlos más y mejor.
El resultado está a la vista de todos.
En este año electoral, el miedo de los hermosillenses exige, mínimo, nuevas propuestas, creíbles y aplicables, que garanticen la primera obligación de cualquier gobierno, proporcionar seguridad a sus ciudadanos.