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Honestidad y eficacia prioridad en la agenda política

Por Jesús Susarrey/

¿Error estratégico de Javier Gándara o acierto de Claudia Pavlovich?

Los viejos cuentos del partido dominante y de la “elección de estado” muestran su obsolescencia e inutilidad para imponer proyectos y toman por sorpresa a las élites políticas sonorenses. Si antes de la alternancia del 2009, el PRI como partido en el poder tenía la opción de manipular con relativo éxito algunos de los dispositivos democráticos y controlar opiniones, grupos e intereses para garantizar su permanencia en el poder, lejos se ve el PAN de lograrlo por esa vía y en ocasiones   parece que los estrategas de su candidato no han encontrado la fórmula para descifrar el nuevo paradigma. Tampoco sus opositores aparentan comprenderlo del todo.

El sano pluralismo político que entraña la coexistencia de diversos intereses, visiones y opiniones de cómo deben ser las cosas en la esfera pública, es ya habitual en Sonora y exhibe las inconsistencias del gobierno en turno y de todos los proyectos alternativos. Sumado a la certeza de que con todo y sus dificultades, con el voto es ahora posible cambiar o ratificar al partido en el poder, el apoyo electoral obedece a una dinámica que exige algo más que el control corporativo, el clientelismo político y la promesa paternalista. La exposición pública de la ineficacia gubernamental, de la incongruencia de todas las fuerzas políticas y de la presunta improbidad de algunos, alimenta el escepticismo ciudadano y condiciona las adhesiones.

Del pluralismo al escrutinio público de candidatos.

No es desde luego que nuestros procedimientos democráticos se hayan consolidado, ese es otro tema, simplemente que la forma de hacer política y las acciones que despliegan candidatos y actores políticos son menos eficaces que antaño para construir liderazgos, concitar apoyos y capturar el voto de manera suficiente. Aún arrogándose indebidas prácticas electorales, ninguna de las opciones puede garantizar su victoria. La relativa libertad de expresión y la posibilidad de escudriñar en trayectorias políticas y expedientes personales que la nueva tecnología y el pluralismo permiten, incentiva también la descalificación del adversario y la promoción del voto de castigo.

La democracia electoral es finalmente terreno de la incertidumbre y sólo el conteo de los votos determina el resultado. Quien aspira al poder debe tener ahora la capacidad para convocarlo y establecer esa necesaria relación de confianza con el elector, buscar más allá del voto duro y del acuerdo cupular. Debe sujetarse inexorablemente al escrutinio ciudadano, a la denuncia pública, a la crítica y, por supuesto, a la arenga de sus adversarios. Esa habilidad para sortear dificultades, para dirimir el conflicto, antes propio de unos cuantos es hoy exigencia para todos. Dice bien el siempre polémico escritor y ex canciller Jorge Castañeda que “en política todo error, su daño no brota de la equivocación en sí misma, se origina en el uso que de ella hacen los enemigos”.

El escenario muestra enormes retos, sobre todo para el PAN. El respaldo a su candidato Javier Gándara es electoralmente significativo, se le reconocen virtudes cívicas y capacidad en el desempeño. Ha desplegado una estrategia de mercadotecnia centrada en la participación ciudadana con “el Sonora que todos queremos”; en los atributos personales y en el reiterado énfasis en las propuestas. Acertada y suficiente según el cálculo de sus asesores, pero el panorama debería motivarlos a la reflexión.

La candidata Claudia Pavlovich desde el arranque posicionó su proclama de un “gobierno honesto y eficaz” y la exigencia de probidad y pericia en el gobierno estatal. En un entorno de desconfianza y escepticismo ciudadano el tema no tardó en colocarse en la agenda política. El candidato Javier Gándara se sustrajo de la discusión en momentos en que a nivel nacional se delibera públicamente sobre la manera de evitar la improbidad gubernamental y en los que en Sonora más que elegir gobernador, el proceso electoral parece un plebiscito a la actual administración que arrastra sospechas de desaseos e impericia. Hay quienes afirman con razón que en política no hay espacios vacíos. Renunciar a ellos es en la práctica autorizar a otro su ocupación.

Si en la pluralidad política la oposición privilegia la propuesta que contrasta y el análisis crítico del quehacer público, en Sonora quizá más por pragmatismo electoral que por convicción pero en conjunto se sumó al reclamo. La honestidad y la eficacia es hoy exigencia de todas las corrientes políticas opositoras como se evidenció en al pasado debate. Si el capital político y la imagen del candidato panista es suficiente para contrarrestarlo es una interrogante a la que sus asesores sabrán responder con mayor objetividad, pero los datos conocidos sobre las tendencias electorales no auguran respuestas del todo gratas.

Las filtraciones y denuncias sobre escandalosos abusos del poder imputados a los candidatos punteros complica el escenario. No nos referimos a su veracidad o falsedad sólo a su procesamiento. El pluralismo junto con la tolerancia y la responsabilidad política, forman la triada que en democracia termina por exhibir despropósitos y reparte sus consecuencias. La dinámica requiere sin embargo de la réplica puntual, de la exigencia de la prueba a quien incrimina y de la actuación expedita de la autoridad sancionadora. Extrañamente poco de ello se ha presentado y el escepticismo de la sociedad civil acentúa la desconfianza en toda la sociedad política.

El aparente error estratégico del equipo de campaña del candidato Javier Gándara desde luego que no lo condena a la derrota, ni el acierto en el enfoque de la candidata Claudia Pavlovich le garantiza el triunfo. Ambos registran simpatías y adhesiones muy consolidadas y los resultados de las tres últimas contiendas a Gobernador arrojan una alta competencia y diferencias menores al 5%, que coincide con las mediciones recientes. En tanto los contendientes no muevan sus variables poco hay que decir. El respaldo de actores nacionales a su causa quizá sea relevante para algunos e irrelevante para otros, pero su rechazo una incomprensible señal de intolerancia. El nuevo paradigma exige consideración para todas las expresiones políticas.