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Influencers, el nuevo clero digital

Por Alberto Moreno Sin Corbatas

 “Sin nosotros, el mundo se acaba”, proclamó con absoluta seriedad una influencer desde el escenario, bajo el aplauso de sus seguidores y el desconcierto de miles más que vieron el video viral. No era un sketch, no era sátira: lo decía en serio. Y es en ese momento donde decidimos escribir este artículo. Porque no es solo un fenómeno, es un síntoma cultural.

 

¿Quiénes son los nuevos influyentes?

Antes de los seguidores, los likes y las colaboraciones pagadas, existía otro tipo de influencia. La ejercían figuras tangibles, que no necesitaban algoritmos para marcar el rumbo: nuestros padres, maestros, periodistas, sacerdotes, líderes sindicales, intelectuales, artistas, escritores. Personas que tenían algo que decir porque habían vivido, estudiado o construido algo.

Hoy, los llamados influencers digitales han tomado ese lugar. Pero con una diferencia: no siempre influencian por sabiduría, sino por visibilidad.

 

De la opinión pública a la opinión programada

En marketing digital aprendemos que la autoridad se puede construir como una pizza congelada: rápido, barato y lista en microondas. No necesitas haber fundado una empresa, solo necesitas parecer que sabes. Un buen ángulo, un micrófono de solapa, una frase como “te lo digo como amiga” y ¡pum! Eres experta en relaciones, emprendimiento, finanzas, maquillaje y hasta nutrición, aunque desayunes frappé y ansiedad.

El problema no es que existan. El problema es que muchos no saben que lo que siguen es un personaje, no una persona. Se confunde entretenimiento con verdad, tendencia con criterio, viralidad con valor.

 

El influencer como sindicato: el chiste que no es chiste

El autodenominado “sindicato de influencers” no es una parodia. Es un grupo real que ha empezado a levantar la voz, a exigir reconocimiento formal, e incluso a pedir leyes que los protejan como gremio.

Hasta ahí, legítimo.

Lo inquietante es el discurso:

– “¿Cómo sabrá la gente dónde ir a comer sin nuestras reseñas?”

– “¿Cómo sabrán maquillarse sin nuestros tutoriales?”

– “Sin nosotros, el mundo se acaba.”

¡Válgame Dios, cierren las universidades y los libros de recetas! El nuevo Mesías viene con ring light y grita “síganme para más consejos”.

Aclaremos algo: no es amargura, es una denuncia.

Aquí es donde hago una pausa para que nadie se ponga la peluca de víctima.

Amo el entretenimiento. Lo consumo. Lo disfruto. Me río con TikTok, con memes absurdos, con challenge ridículos. ¡Es necesario! Vivimos tiempos duros, y distraerse no es pecado.

Pero una cosa es el entretenimiento, y otra es la construcción de un nuevo sacerdocio digital donde lo sagrado es el algoritmo y lo profano es pensar por ti mismo.

 

Ejemplos (jocosos, pero reales)

— Influencer de viajes que da tips sobre “cómo volar en primera clase”… grabando desde el baño del aeropuerto.

— Coach de vida que enseña a tener paz interior mientras grita en sus historias “¡compren mi curso o se van a quedar pobres!”

— Nutrióloga fitness que vive a base de filtros, pero jura que es por su batido de colágeno con matcha.

— Gurú espiritual que cobra 500 dólares por decirte que el universo te ama, pero no acepta devoluciones si el universo te ignora.

 

El reto público: ¡vengan a debatir!

Aquí va algo claro y directo, como buen periodismo sin corbatas:

Reto a cualquier influencer que se sienta tocado por este texto a venir al programa “Sin Corbatas” a debatir en vivo.

Con respeto, pero con argumentos. Sin scripts, sin ediciones, sin filtros de belleza. Hablemos de verdad:

¿Influyen en algo más que en compras por impulso?

¿Conocen su responsabilidad?

¿Son entretenimiento o autoridad?

¿Se atreverían a decir sus frases virales frente a un médico, maestro, investigador o sobreviviente real?

 

Lo bueno: la democratización (aunque está en veremos)

Hay influencers valiosos, sin duda. Los que enseñan, acompañan, visibilizan realidades ignoradas. Desde neurociencia hasta mecánica, desde educación sexual hasta derechos humanos. Pero son los menos. Y están ahogados en un océano de filtros, giveaways, y frases tipo “si vibras alto, todo se da”.

 

¿Y nosotros?

También tenemos culpa. De consumir sin pensar. De creer que ser viral es sinónimo de verdad. De confundir entretenimiento con conocimiento.

Estamos creando ídolos de plastilina emocional. Y luego nos quejamos porque el contenido es superficial. Señores: si el menú es basura, es porque el restaurante sirve lo que el cliente pide.

 

Una conclusión (sin corbata)

Alguna vez, el filósofo francés Michel Foucault dijo: “El poder circula, y no se posee: se ejerce”.

Hoy, el poder de influir ya no se hereda ni se decreta: se gana con clics.

Pero recordemos esto: una audiencia no hace a alguien sabio, sólo visible.

Y el mundo no se va a acabar si mañana se apaga tu perfil. Pero tal vez sí si dejamos que los likes piensen por nosotros.

Así hablamos de influencers. Sin corbatas, sin filtros y sin miedo.

¿Aceptas el reto?

Nos vemos en el programa.

 

*Periodismo Sin Corbatas