La Calandria: un viaje redondo por la sierra sonorense

Mis ojos recorrían valles, colinas, y hondonadas, como si en cada encrucijada encontrara un mensaje oculto; los senderos caminados por mis antepasados
Por Enrique “Kiki” Vega Galindo
En el año de 1975, cargando a cuestas más dudas que preguntas dirigí mis pasos a la Terminal de Autotransportes Norte de Sonora, de donde salían los camiones foráneos de pasajeros para la Sierra de Sonora, y la Costa de Hermosillo. Los principales propietarios de estas unidades móviles eran las Familias Ochoa, y Palacios. Para tomar una calandria, diligencia o burra de pasajeros, que me llevara a recorrer los senderos caminados por mis antepasados. En mi mente un rico anecdotario, mitad verdad y mitad leyenda. Salpicado la mas de las veces por cuentos de aparecidos y descabezados. La charla nocturna en el seno familiar tomaba vida al calor de una buena taza de café de talega. Donde salían a relucir los escombros mentales de mis progenitores, familiares y amigos. Quienes removían los recuerdos de mis abuelos para localizar historias y leyendas, que según ellos vieron y que juraban eran ciertas. Viví, pues, rodeado en mi niñez de recuerdos de oídas o presenciadas. O de aquel hecho valiente en que mis abuelos eran los protagonistas principales. Esa charla se centraba en los pueblos mineros de Nacozari de García y Pilares de Nacozari.
Al sentarme en el camión, dentro de mí mente y mi corazón, empecé a sentir como paulatinamente las ruedas de La Calandria empezaban a girar lentamente. El hábil chofer, con serenidad y pausada destreza empezaba aplicar con la palanca el cambio de velocidades. Nos marchamos. El camino a ratos derecho, a veces sinuoso. La correría era entre medio de cerros que se unían como primos. Las incursiones a las quebradas festonadas de enredaderas en flor, las tonalidades de los bellísimos celajes en los crepúsculos a campo abierto, el rojo de los tablachines destacando el verde nítido de los boscajes. Las pasionarias de blancura fulgurante sobre las rocas cenicientas cortadas casi a pico. Luego la planicie, donde los altos cúmaros de tupida fronda los cobija cuando la lluvia se deja venir en las tardes de julio. A medida que me iba acercando a mí destino. Mi silencio era mayor. Mis compañeros de viaje, parecían que entendían la razón de ese silencio. Vivía para mí aquellos momentos.

Mis ojos recorrían valles, colinas, y hondonadas, como si en cada encrucijada encontrara un mensaje oculto. De repente al ir caminando La Calandria, evocando los recuerdos de la niñez y juventud de mi Madre, de sus vacaciones. Se apareció: El Valle de Cumpas. Es amplio. De lejanos horizontes. De azules serranías. Se tienden sobre sus valles los Pueblos de Jecori, Ojo de Agua, Teonadepa, Cumpas y Moctezuma la Aristócrata. Sus ranchos: Los Hoyos, El Saucillo y la Cuesta Mala.
Moctezuma fue la cabecera del Distrito. En aquellos lejanos tiempos había Perfectos que eran las autoridades que gobernaban los Distritos. Eran los tiempos antes de la Revolución. En Moctezuma vivieron las gentes de alta posición económica y social. Poseían hermosas residencias de lujo. Era gente perteneciente al gobierno de Porfirio Díaz.
En Cumpas nació la Revolución Mexicana de 1910. Con hombres que se fueron y nunca volvieron. Los que lo hicieron, regresaron con tres estrellas o un águila sobre la guerrera militar. Coroneles o Generales. ¿Los soldados? Esos nunca volvieron. Sufrieron y murieron, en el campo de batalla. Son originarios y fundadores de estas tierras la Familia Peralta, quienes descienden de un Conquistador Español de nombre Gastón de Peralta. La Familia Antúnez, nativos de Sahuaripa. Cuyo principal personaje fue Don Miguel M. Antúnez, iniciador de la Revolución Mexicana. Fue el brazo derecho de Álvaro Obregón. Murió en Navojoa en 1914 el 25 de Marzo.
Me sentí triste al ver aquel pueblo histórico. Con un gran historial cívico en la vida de nuestro Estado. Nada bonito. Perdido entre el polvo. En un páramo de abandono y desolación. Calles amplias, solitarias. Tapias cubiertas de enredaderas perenes. De vez en cuando una casa bonita bien cuidada. La mayoría, humildes. El Viejo Cementerio. La Iglesia con su campana milagrosa. Una Escuela y una Plaza. La Vieja Comisaria. El Camino de Cumpas a Teonadepa. El Barrio de La Colonia. El Río Moctezuma. La Hacienda de Jamaica. El Molino Harinero de Don Rafael Vázquez. Jecori, fondeado de naranjos. El Molino La Platería del francés Don Alfonso Martinet. Y allí estaba mi protagonista principal: Nacozari de García.
Desaparecido por las malignas del embrujo de la envidia. Tierra de Los Opatas. Abajo a ocho kilómetros del Río Moctezuma se fundó el: Real de Minas de Nacozari. Placeritos. El español trajo a estas tierras, el caballo, las armas de fuego, el ganado mayor y menor, el trigo, la ropa, el piloncillo, el café, entre tantas cosas. Pero trajo la codicia. El villorrio parecía un jovenzuelo tísico. Su flaca figura se extendía a unos cuantos cientos de metros. Pero inundada sus aguas de pepitas de oro. Estas tierras de placer no tardaron en verse invadidas de casas de adobe. Se instaló un presidio, y un patrullaje de los soldados de la Caballería Real. Primero acabaron con Los Optas, después con Los Jocomes, Los Janos y Los Apaches.
En 1897, la historia de la región cambio para siempre el rumbo de la historia universal. Se habían descubierto los más ricos yacimientos del manto cuprífero de Los Pilares. Entonces el Pueblo empezó a engordar. Encontraron los gambusinos en la tierra de las cuencas lacustres, oro a flor de tierra, riquísimas vetas de plata nativa. Grandes cantidades de cobre en greña. Llegó la temporada de mujeres, canto y vino. Florecieron los comercios. Nuevas casas. Oficinas para la Compañía Minera. La Casa de Fuerza, El Hospital, La Tienda de Raya. Se instaló un Hotel. Frente a éste una Escuela y la Estación Ferroviaria. A la comarca llegan procedentes de todos rumbos caravanas de carretas jaladas por mulas. Repletas de mercancías. Nacozari es el centro. Pilares la fuente. Ambos crecen al unisonó. En ambos lugares la piedra es la madre de las construcciones. Primero La Iglesia y después La Escuela. La vida social viene después. El Porvenir es el punto intermedio. Su vida se centra en las Locomotoras y las góndolas. Aquí vivió Jesús García Corona “El Héroe de Nacozari”. Los Pilares, está abandonado. El éxodo de sus habitantes. Dejó en la soledad al entrañable lugar. Sus vástagos lo van a visitar. Como La Golondrina, emigre por otro rumbo.
En lo alto de mi ruta marqué el camino que me llevaría a un pueblo histórico: Arizpe, en el Río de Sonora. Este pueblo fue el que mayores aportaciones de artículos de primera necesidad consistentes en granos y semillas, daban a los ricos minerales de Los Pilares y Nacozari de García. Hogaño siguen siendo grandes productores de legumbres y granos, que con la ganadería, son fuente de vida en esta región. Todo es bello en Arizpe. La Iglesia. El Palacio Municipal. Su Moderna Escuela Secundaria. Las antiguas y severas fachadas de las casas que nos hablan de pasados años de esplendor. Arizpe era la Capital del Estado. En su viejo cementerio reposan aquellos hombres que dieron fama y tradición histórica a Sonora: Pedro García Conde, Ignacio Pesqueira, y Jesús García Morales. En la Iglesia reposan los restos de aquel gran Capitán sonorense que fue Juan Bautista de Anza.
La Calandria rodó por Baviacora, Aconchi, Huépac Banamichi. Lugares de un indefinible color a tradición y de leyenda. Donde se escribieron varios ilustres paisajes de la historia sonorense. La gente de Bacoachi es hospitalaria y simpática. Allí me agasajaron con una rica comida. En Huépac, ocupamos solo el tiempo necesario para comer, desuntemedecernos y saltar. Después emprendí un pequeño paseo, bajo la sombra de los naranjos para conocer su Viejo Molino Harinero, que está pegado al Río. Pasamos lentamente por San Felipe, pero no llegamos porque el Río estaba crecido. Nos fuimos directamente a La Estancia y Baviácora, que nos ofreció un paisaje encantador. A lejos vimos Mazocahui. No nos detuvimos. De allí nos enfilamos con rumbo a Ures. La Atenas de Sonora. Ciudad Capital de la Ciencias y las Artes. Pueblo nostálgico que en aquellos años lo vi dormido en la tristeza y el olvido. De Ures salieron muchos Maestros a cumplir su apostolado en la enseñanza. Misioneros de la cultura. Llevaron por todo el Estado de Sonora la antorcha encendida de la luz. Nombres como: José Lafontaine. Enrique Quijada. Poeta de fama internacional. Don Enrique Castelar, miembro de la Academia Española. Ures. El Ágora Ateniense. Pueblo de la virtud de su palabra viviente y persuasiva. Su Parque Alameda. Donde la romántica juventud, agazapada en abrazo y beso, escondidos entre la rosaleda y el tupido de sus frondosos árboles, escuchaba el casco de los caballos jalar las berlinas, al traspasar la bellísima reja de hierro de su Entrada Principal.
La Calandria, al sentir la tesura de los duraznos maduros, mirando el Templo de San Miguel Arcángel, empiezan a girar sus ruedas en una alegría infinita. Una indescriptible sensación de serena paz, de gratitud y alabanza, porque ante el rugir de su motor, al bajar la empinada cuesta, allí estaba enclavado en medio del valle, El Pueblo De Guadalupe. Una banda de ruiseñores nos recibió. Aquí descansan los restos del ilustre General Republicano Don Emilio Lamberg, muerto por las tropas de las fuerzas imperialistas un día 4 de septiembre de 1866. Que delicia sentarnos a la sombra de una enramada rústica para disfrutar de unas grandes tortillas de harina, con un plato rebosante de carne con chile rojo, papas y frijoles, acompañados de una taza de café de talega.
El camino en plena llanura, llevó La Calandria, hasta El Gavilán. Donde comimos tortillas de harina en forma de burritos rellenos de carne machaca. Compré una docena de naranjas de ombligo. Al atardecer, pareciera ser que La Calandria no quisiera avanzar. De repente al tomar la prolongada curva vimos el inmenso lago azul de la Presa Abelardo L. Rodríguez. Divisamos las viejas chimeneas que brotan del fondo del agua. Es increíble pensé. Hasta debajo del agua hicimos fábricas. Allá imponente mire el Cerro de la Campana. A quien Don Facundo Bernal, escribiera un épico poema. Que dice así: “Cerro de la Campana; gigante centinela, devorador de siglos, dame tu inspiración, para cantarte un himno de eternas vibraciones, de pie sobre tu cumbre, entre los aquilones, y ofrendarte en este himno todo mi corazón. / Cerro de la Campana de alma vibrante y fuerte, símbolo de las tribus estoicas de Sonot, turbulento y bravío se desborda a tu espalda un río que te besa, y bosques de esmeralda simulan a lo lejos los naranjos en flor. / Cuando se entolda el cielo y ruge la tormenta y las nubes revientan en torrente fugaz, desafías la ira de la naturaleza, penachos de relámpagos coronan tu cabeza y los truenos ensayan un redoble triunfal”.
*El Autor es: Sociólogo, Historiador, escritor e Investigador.
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