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La casa blanca ¿Cuál es la verdad?

Por Martín F. Mendoza/

La absurda lentitud de la respuesta Peñanietista resultó la cereza en el pastel, a una crisis manufacturada con las más aviesas intenciones, no por los enemigos del PRI o del sistema, sino por los verdaderos enemigos de México

¿Cuándo fue que algunos nos quedamos dormidos, seguramente por años, como para no darnos cuenta de que México ya había cambiado a ese grado? ¿Cómo es que no estamos enterados de que la corrupción ya había sido extirpada y borrada del DNA de nuestro sistema político? ¿Será por ello que, a diferencia de tanto ciudadano mexicano que sí ha estado pendiente al devenir de la nación, no nos sorprende en absoluto el tema de la “casa blanca” de Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera?

¡Qué barbaridad! ¡Cómo nos gusta “hacernos”! ¿En qué cabeza en su sano juicio cabe la idea de que los políticos mexicanos más encumbrados comenzando por el presidente de la República no van a incurrir en al menos —al menos—, intercambios de favores con grandes empresas contratistas o proveedoras del gobierno?

Se exige a Enrique Peña Nieto “una explicación” y que además “pida perdón” al sufrido pueblo mexicano. ¡Caray no sabemos si echarnos a reír, a llorar, o a dar rienda suelta a ambas emociones simultáneamente!

¿Qué explicación va a dar EPN cuando no existe más que la verdad?

¿Cuál es la verdad? La verdad es que con todo y lo que se ha avanzado en los últimos 50 años, todavía estamos lejos, lejísimos, a años luz de estar en posición de sorprendernos por un “descubrimiento” como el de la “casa blanca”. Lo construido simple y llanamente no da aún para eso. No hemos sido capaces de llevar a cabo un cambio tan radical como el que tantos mexicanos tan indignados hoy, por lo visto asumían que ya se había operado.

¿Entonces debemos aceptar pasivamente cuanto acto de corrupción vaya saliendo a la superficie? No. De ninguna manera. Pensarlo así sería un despropósito. La crítica, la demanda airada por respuestas, el enojo popular son palancas que contribuyen al cambio (no lo logran por sí mismas) y a las que no se puede renunciar. Sin embargo, lo que sí sería muy importante es que aprendiéramos, aunque sea un poquito, acerca de cómo una verdad —no necesariamente “la verdad”, pues no es lo mismo— nos puede manipular y hacer correr riesgos como país tanto como una mentira. También, que las soluciones a problemas como el de la casita de los Peña no se darán jamás en automático pues involucran no solo cambios legales y políticos de mediano y largo plazo, sino también y sobre todo, transformaciones socio-culturales (de esto último ni oír hablar por el abnegado pueblo de México). Aquí es donde hay que agregar que por otro lado, el clima en el que se “exijan” estas soluciones sí puede contribuir en forma relativamente acelerada a un resquebrajamiento institucional, lo cual está visto que en la más miope de las formas no preocupa mucho a una cantidad suficiente de mexicanos.

Gustamos de hablar de que Peña Nieto “nos robó”, implícitamente expresándole al resto del mundo que no lo sabíamos, que “nos engañó” al presentarse como una blanca paloma y como alguien que no era. Así, ni más ni menos. Ya desde aquí vale la pena cuestionarnos ¿Quién será capaz de una mayor simulación? ¿Nuestros políticos en este caso representados por Peña Nieto, o… nosotros, siempre víctimas? Todo eso, sin embargo, estaría muy bien si no fuese por algunos pequeños detalles que aparecen en la “fotografía completa” de este asunto, y este asunto no solo consiste de los actos deshonestos que pudo, y seguramente cometió el Presidente en su momento, sino también de la misma denuncia, así como del seguimiento a la misma que la prensa, el resto de los actores políticos y sobre todo la ciudadanía le han dado.

Es así que de lo que no gustamos ni somos capaces, es de tomar el contexto, de nuevo, la “fotografía completa” y comenzar a analizarla. ¿Quién lo denuncia? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Desde cuándo se conocía lo que se denuncia?

¿Por qué, dado el valor político y sobre todo periodístico de lo señalado no había sido sacado a la luz antes?

En realidad, eso es demasiado pedir de los mexicanos en la actualidad. El ensimismamiento que nos cargamos y que nos tiene metidos en una cajita muy pequeña no da para eso ni mucho menos. Al fin, si lo dice la Aristegui, es que es cierto.

El 1-2, el “descontón” final que se le pretendió dar a Peña Nieto por razones exclusivamente políticas e ideológicas es tan obvio como el color de la misma casa objeto de los ataques. El acusarlo de encabezar “un crimen de estado” —¡Habráse visto imbecilidad mayor en el uso del lenguaje!— con lo de Ayotzinapa, tenía que ser seguido de la exposición de otra “ofensa capital”. Pronto se formuló la fantasía populista de hacerlo renunciar antes del primero de diciembre y no pocos atarantados creyeron el cuento de unas nuevas elecciones.

La absurda lentitud de la respuesta Peñanietista, el haber “cedido la plaza” en el terreno de las relaciones públicas no solo nacionales, sino más grave aún, internacionales, resultó la cereza en el pastel a una crisis manufacturada con las más aviesas intenciones no por los enemigos del PRI o del sistema, sino por los verdaderos enemigos de México, los que buscan a toda costa el poder que no han podido, a pesar de los pesares, obtener en las urnas. Para ello han echado mano de los resentidos ideológicos que, a pesar de ser tan izquierdosos, siempre están contradictoriamente listos para hacerle el trabajo sucio a los grandes capitales inconformes.

¿En verdad alguien cree que esto ha beneficiado a México? Es más, ¿alguien cree que la corrupción disminuirá de aquí al final del sexenio? La lógica del sistema aún sigue siendo “amarrar” el negocio personal antes que otra cosa, lo demás, si se da bueno y si no también. Es obvio que esto no es entonces una defensa de Peña Nieto o del PRI, es más bien una observación acerca de cómo estamos jugando las cartas que teníamos de la peor de las maneras posibles. La realidad nos cuesta mucho, preferimos entonces la fantasía así acabemos una vez más sin nada.