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La construcción de confianza política: el reto del 2015

Por Jesús Susarrey Osuna/

La lógica de la desconfianza se instala y dificulta la relación con el electorado.

La alternancia de partido: ¿una apuesta exitosa?

Si en todo proceso electoral se pretende establecer una relación entre quienes aspiran a gobernar y quienes los eligen o influyen en su elección, la confianza política tendrá un lugar central en el 2015. Diversos estudios y opiniones documentan el déficit de confianza ciudadana en las instituciones de la democracia representativa y sus actores políticos. Incluyen al conjunto de la sociedad política: a los tres poderes y a los tres niveles de gobierno; a los partidos políticos, sus dirigencias y sus líderes destacados así como, actores con influencia provenientes de las esferas económica y social. El descrédito es total.

La confianza política, supone conceder poder a un representante para desempeñar responsabilidades públicas y trasladar a la esfera política los intereses ciudadanos. Se construye en base a una serie de creencias y conocimientos que generan expectativas. Se cree que la oferta política es viable y que será cumplida. En ese sentido, es una apuesta al futuro, sobre todo considerando que la posibilidad de revocación del mandato es prácticamente inexistente y los mecanismos de participación ciudadana son ineficaces para influir en las decisiones públicas. El sistema de contrapesos con la división de poderes que el diseño constitucional prevé, en la práctica ha tenido tibios resultados. El incumplimiento de las expectativas equivale entonces a dinamitar la confianza depositada. Es por ello, que cuando la lógica de la desconfianza se instala, dificulta el establecimiento de una relación exitosa con el electorado para traducirla en votos.

La desconfianza política en Sonora

Con nuevas reglas electorales y un renovado árbitro, la ruta del 2015 en Sonora, inició tensando la relación entre las élites políticas por la designación de los consejeros electorales y la mecánica propuesta para cumplir sus tareas. Todos demandan limpieza y transparencia y acusan a sus adversarios de intentar trastocar su autonomía e imparcialidad. Con la objetividad de siempre, la edición anterior de Primera Plana reseña puntualmente el tema. Sería un mal presagio que los actores desconfíen de la institución responsable de vigilar las reglas del juego.

La desconfianza y la tensión entre militancias y dirigencias

Paralelamente, las militancias partidistas no parecen tener una relación robusta con sus dirigencias y sus liderazgos. Los mecanismos para la elección interna de los candidatos no les brindan la certeza de un proceso democrático en el que se exprese la voluntad mayoritaria. De ahí, la incertidumbre y la inquietud tanto entre los simpatizantes del Senador priista Ernesto Gándara, de la Senadora priista Claudia Pavlovich, del ex alcalde panista Javier Gándara, como del diputado panista Damián Zepeda, y de la ex alcaldesa María Dolores del Río, por citar algunos que lucen hoy con ventaja para abanderar a su partido. La percepción es que las cúpulas políticas decidirán las candidaturas y no las militancias. No parecen negar a los altos mandos partidistas y políticos el derecho y la relevancia de su opinión, inclusive algunos precandidatos apelan a verse favorecidos por ello. La inquietud y la tensión, es por la sospecha que serán decididas a espaldas de las mayorías y en función de intereses de grupos y no del interés partidista. La dinámica no construye confianza. Los referentes históricos operan adicionalmente en contra. Baste recordar el desánimo que se generó entre los simpatizantes de los precandidatos perdedores, la candidatura de Alfonso Elías en el PRI y la del actual gobernador Guillermo Padrés en el PAN.

Si bien es cierto que la democracia interna en los partidos es un pendiente heredado de generaciones políticas anteriores, no se ven intentos decididos en las élites partidistas por avanzar. A los priistas les han señalado su tentación por la restauración autoritaria y el regreso a la etapa del partido hegemónico y vertical. A los panistas, su ilusión de convertirse en partido dominante, con tintes democráticos pero con procedimientos internos manipulables para no confrontarse con su membrecía. A los perredistas, sus intentos por volver a la etapa del caudillo único para cohesionar su militancia. Mientras tanto, las dirigencias y los liderazgos partidistas, se muestran incapaces para clarificar la mecánica interna para la selección de candidatos y reclaman disciplina y apego a los tiempos, apelando a la necesaria unidad partidista. Los aspirantes y sus equipos, presionan para evitar condiciones adversas en el método o, para inducir el que les acomode. Al mismo tiempo, se esfuerzan por documentar su competitividad y gestionan por su cuenta el respaldo de las cúpulas. Lo cierto es que en el ambiente político sonorense, la distensión de la relación entre militancias y dirigencias es un tema esencial para la funcionalidad democrática. Pese a su mala imagen, los partidos políticos son pieza central en nuestra democracia representativa.

La alternancia de partido en Sonora: ¿una apuesta exitosa?

Si convenimos que la confianza política es una construcción social basada en una serie de creencias e información que genera diversas expectativas, los resultados del gobierno actual, inciden de manera significativa. Si en 2009, una mayoría electoral eligió el camino de la alternancia y concedió la titularidad del Poder Ejecutivo al actual gobernador y su partido. El proceso electoral del 2015 revelará por un lado, si su desempeño incrementó o disminuyó la confianza y, por otro, si el resto de las opciones políticas son capaces ahora de construir una relación exitosa con el electorado que los lleve al triunfo.

Nos referimos no sólo al veredicto de las urnas. Al tradicional voto plebiscitario, al voto de castigo o al de refrendo. Ejercer la opción de cambiar de partido político en el gobierno, es inherente a toda democracia representativa. Ese fue justamente el fundamento para la alternancia política en Sonora. Apuntamos también a las consecuencias de esa decisión en el nivel de satisfacción ciudadana con las instituciones y los actores políticos. La expectativa que generó la propuesta del panismo giró en torno al cambio a una mejor manera de gobernar, una mejora en el bienestar colectivo, en la generación y distribución de riqueza y, en general, hacia una mejor manera de procesar los asuntos públicos. “Un nuevo Sonora”,  dice la comunicación oficial. No parece haber un consenso de que las cosas han mejorado.

Se registran opiniones encontradas. Hay quienes señalan mayor corrupción gubernamental, autoritarismo e incapacidad política y administrativa. Otros, como el propio gobernador Guillermo Padrés en su quinto informe, señalan las bondades de un nuevo modelo de gobierno y el cumplimiento de lo prometido. Los cuestionamientos son numerosos y el consenso es deficitario en algunos temas como el acueducto Independencia. La sospecha de corrupción y falta de transparencia en el manejo de los asuntos públicos se extiende y los señalamientos de incompetencia  también. Lo cierto, es que un número significativo de sonorenses no perciben ese “nuevo Sonora” y difícilmente se puede negar que impacta negativamente en la credibilidad y confianza. La alternancia política fue el recurso democrático al que se recurrió para garantizar el manejo adecuado de la administración pública estatal. Si las expectativas no se cumplen, la lectura será que la apuesta al futuro no fue exitosa  y la confianza política depositada en el Ejecutivo estatal y las instituciones públicas, sólo una creencia defraudada. Si el priismo logra construir confianza, el tema se agotará en una nueva alternancia de partido. Si el panismo logra el refrendo, se reinicia el ciclo. Lo lamentable será la incapacidad de ambos para relacionarse adecuadamente con la sociedad, ya que una tercera opción es un escenario lejano. El gobierno del “menos malo”, es democracia de baja intensidad.

El desánimo y el escepticismo ciudadano son alimentados igualmente por los resultados del gobierno federal. La inseguridad, la falta de crecimiento económico y de mejoría en el bienestar, son los temas más recurrentes. La indudable pericia política con la que la presidencia de Enrique Peña Nieto impulsó y procesó las reformas legislativas, no tiene precedentes, pero ha sido insuficiente para responder a las expectativas que generó la alternancia de partido en el gobierno federal.

La desconfianza en los contrapesos a los poderes públicos.

La lógica de la desconfianza contempla otras dimensiones. La tarea de calificar el desempeño gubernamental y defender la preponderancia del interés colectivo por sobre el interés individual o de grupos, con su voto, la ciudadanía la depositó en sus representantes en el Poder Legislativo. El ideal republicano de los contrapesos a los poderes públicos, de eso trata. Supone mecanismos y procedimientos eficaces para la rendición de cuentas y la minimización de la tentación patrimonialista y de excesos del poder. El esquema presupone igualmente que el Poder Judicial será un garante del Estado de derecho. En nuestro estado no lucen muy efectivos para el propósito liberal. Habría que documentarlo, pero no es necesario profundizar. Un segmento numeroso de la ciudadanía, quizás sin saber del rigor teórico de su apreciación, responsabiliza de los malos resultados al conjunto de los poderes públicos y de los actores políticos. De la valoración de la alternancia de partido en los ejecutivos estatal y federal, depende en gran medida la confianza en el resto de los poderes públicos.

Desde luego que el desencanto se ha nutrido más de la percepción de impericia y falta de probidad en el manejo de los asuntos públicos, que del fracaso de los planes de gobierno y la frustración por el incumplimiento de las promesas de campaña; más por la lejanía del interés colectivo, que por el carácter cupular de las decisiones y la eficacia de las políticas públicas. Cierto que la pluralidad política y los disensos son signos de la democracia moderna, pero la desconfianza no es en las reglas básicas del juego político, es porque se percibe que los actores políticos las transgreden. No es por los instrumentos para la gobernanza, es por la sospecha de opacidad e incapacidad de los funcionarios públicos. No es por el modelo de gobierno, es por la falta de transparencia en los procesos. Es la sensación de impunidad más que la presencia del ilícito.

Si Max Weber definió a la “pasión”, la “mesura” y, “el sentido de responsabilidad” como cualidades esenciales del político de vocación, ahí de encontraran algunas pistas para construir una relación de confianza exitosa entre quienes aspiran a gobernar y quienes desean ser representados. El filósofo alemán añadió que “la carencia de finalidades objetiva y falta de responsabilidad”, son los defectos políticos fundamentales. La extrapolación no es complicada. Esperemos que las élites políticas encuentren la fórmula. La desconfianza exhibe la incapacidad de la clase política para brindar las respuestas adecuadas, pero va mucho más allá de la popularidad política y de la expectativa electoral. Esperemos que la apuesta a futuro en el 2015 sea exitosa, de otra manera una nueva oportunidad se tendrá en el 2021.