La estancia de los migrantes en Hermosillo
Por Guillermo Saucedo y Marcos Fonseca/
A un costado de la estación de ferrocarril establecieron un campamento provisional; ahí durante las noches el frío parece congelar el sueño americano y a cada sol se descubre la pesadilla del lastimoso trayecto rumbo a la frontera
En una estación de ilusiones está convertido Hermosillo, donde coinciden migrantes de diferentes lugares, con sueños similares, a través de las vías del ferrocarril, que recorre kilómetros con historias fantásticas en cada uno de sus vagones, y que coinciden en el Oriente de la ciudad.
Y es que los migrantes han tomado a la ciudad como lugar de estancia temporal, debido al paso de las vías del tren, en donde día tras día, van y vienen nuevas historias provenientes de distintos lugares.
Palos, cobijas y cartones son los materiales de las pequeñas casas improvisadas que los migrantes utilizan como refugio, ubicadas a un costado de las vías del tren, en las inmediaciones de la estación de Ferrocarriles Mexicanos (Ferromex).
Unos vienen del sur del país, otros de Centroamérica, algunos más de otros municipios de Sonora, pero todos con un mismo fin: mejorar su situación económica encontrando un buen empleo, ya sea en Estados Unidos o en las ciudades fronterizas de México.
Al final de la colonia Las Amapolas, precisamente en la prolongación de la calle Salamanca, se encuentra el campamento, una zona marginada donde los migrantes pasan los días en condiciones miserables.
Para sobrellevar los días, ellos tienden sus cobijas en el suelo o arman casitas para cubrirse del fuerte calor, mientras que los cercos que delimitan las vías del tren, como propiedad de Ferromex, tienen la función de tendederos.
Muchos de ellos dejan de viajar y se establecen en la ciudad, ya que en Hermosillo hay varios comedores comunitarios y albergues que se dedican a la atención de migrantes e indigentes.
Al lugar suelen llegar personas en automóviles ofreciendo trabajo, ya sea para quitar escombro, pintar casas, o bien se los llevan al campo, además se acerca gente a darles comida, por lo que los migrantes deciden quedarse y no llegar al destino de inicio.
Las noches en el campamento son frías y oscuras, el terreno de descanso tiende a ser incómodo por todas las piedritas donde prácticamente los migrantes se recuestan para dormir.
La mayoría de los migrantes se instalan al lado de las vías para escuchar el sonido del paso del tren, por lo que siempre deben estar entre dormidos y despiertos, para poder colgarse de él.
Ellos están dispersos por toda la zona, hay quienes duermen solos, apartados de los demás, y hay quienes pertenecen a un grupo en donde todos duermen juntos.
En medio de la noche, un grupo de aproximadamente seis personas se encarga de crear una fogata, la cual utilizan para poder adquirir calor, hacer café, mismo que venden a cinco pesos el vaso.
Al estar acostados, se puede escuchar el pasar de los carros y tráilers que transitan por la carretera con destino a la salida a Nogales, y sobresale una cruz que recuerda la muerte de uno de ellos a lado de las vías.
El lugar carece de iluminación, pero de repente se perciben las luces destellantes de las patrullas que pasan por la calle Salamanca, apuntando con linternas al lugar en donde se encuentran dormidos.
Arturo, de 34 años y proveniente del sur de Sonora, es uno de los inquilinos del campamento de migrantes, luego de que subiera a los vagones del ferrocarril, con la intención de llegar a Mexicali, así que sólo espera que ese tren pase para retomar su camino.
Él sabe mucho de trenes, conoce a cada uno de ellos, cómo se llaman y hacia dónde van, de tal forma que no dudó en precisar que él espera a “La Loca”, como le conocen al ferrocarril que va a Mexicali.
Eran las ocho de la noche, cuando, al platicar con Arturo, se pudo observar cómo nueve migrantes se colgaron de un tren en movimiento, que iba con rumbo a Nogales, Sonora, inmediatamente antes de que alguien en tierra gritara, a todo pulmón: “Tortas, tortas”.
Arturo y casi 80 personas más se movilizaron y formaron una fila, generando la sensación de algarabía ante la llegada de la Suburban blanca, donde viajaba una pareja de ancianos que les reparte comida, para lo que se estaciona a un costado de la gasolinera.
Era tanta la desesperación de estas personas para poder obtener la tan preciada torta que muchos quisieron adelantarse de la fila, pero al ser descubierto por sus compañeros de viaje, les gritaban: “¡A la cola, a la cola!”.
Luego de que varios comensales se formaran nuevamente para repetir su ración, el hombre, de cabello canoso y rostro tranquilo, subió a su vehículo y dio por terminada su misión, que seguramente había comenzado horas antes en los preparativos de los alimentos.
Un joven de 17 años, llamado Josué, proveniente de Honduras, narró que la situación económica en aquel país es demasiado crítica, tanto como para no volver jamás, por lo que él tiene ya tres años viajando.
Su cara delata varias noches en vela y la palidez extrema que le provocan el hambre y siete años de consumo de resistol, marihuana, cocaína y cristal, según él mismo narró, aunque ya hace dos años logró rehabilitarse por sí mismo.
Ahora, en el campamento de migrantes de Hermosillo, ha sido testigo de varios sucesos dignos de ser tomados en cuenta por las autoridades.
“En la madrugada del sábado pasado, una persona asesinó a dos migrantes que se encontraban en las vías del tren. Primero le disparó a la persona a la que le estaba despojando de sus pertenencias, después la misma bala rebotó y atravesó a otro migrante que se encontraba dormido”, narró.
Todos se dieron cuenta de la acción, pero nadie supo quién fue el asesino, prosiguió, además, ellos solo miran y escuchan lo que pasa, pero no dicen nada, pues su final puede ser el mismo que el de las víctimas de esa noche.
Mientras Josué recordaba los sucesos, un guardia de seguridad, quien externó que fue contratado para vigilar la gasolinera, debido al asesinato de esas dos personas, pues no quieren a ningún migrante cerca de las instalaciones, por la seguridad de los trabajadores y clientes.
En eso se acercó una señora que padecía de sus facultades mentales, junto con un señor anciano, y le decía al guardia que un hombre la estaba molestando, pero el vigilante le pasó la responsabilidad al hombre que iba con ella.
“Yo estoy muy viejo para pelear”, externó el anciano, por lo que el guardia sugirió que se acercaran a una patrulla que permanecía con la torreta encendida, a un costado de la tienda de la gasolinera, pero también los patrulleros ignoraron el llamado de auxilio de la mujer.
En el lugar hay personas que están establecidas desde hace ya un año, que tienen negocios clandestinos, los cuales consisten en la venta de drogas. También al lugar asisten mujeres y homosexuales que prestan sus servicios a cambio de dicho producto, delató Josué.
La vida en el campamento de migrantes es muy dura, por lo que muchos de ellos salen a buscar trabajo, por mientras reinician su viaje hacia su destino original.
Efraín Barrera, de 25 años, llegó procedente de Ciudad Obregón, Sonora, y cuando tenía una semana en Hermosillo, buscó trabajo como bolero, oficio que ejerce en el centro de la ciudad.
“Así voy a evitar estar perdido en la calle, robando, asaltando y haciendo otras cosas indebidas para la sociedad”, reflexionó el joven apodado “El Flaco”, quien salió de su casa desde hace dos años, tiempo que ha durado viajando, sufriendo lo difícil de esa decisión.
“Uno está sufriendo en la situación en la que se encuentra, y es claro que se quiere estar en su casa, pero la situación tan crítica me obliga a estar viajando, es la mera necesidad de la vida y la gente no ve eso”, lamentó.
El centro de la ciudad y las vías del ferrocarril no están vetadas para los migrantes, comentó Efraín, pero la Policía no les permite entrar a las colonias a pedir en las casas.
Efraín contó que una vez estuvo a punto de caerse del tren en movimiento, pues él estaba dormido y al despertar se le olvidó que estaba arriba del vagón, pero un compañero de viaje lo ayudó a reintegrarse.
“Uno nunca sabe cuándo va a llegar el otro para robarte o golpearte, siempre hay que estar alerta, incluso de los mismos compañeros de viaje”, externó “El Flaco”, sin perder de vista su caja para bolear.
Contrario a lo que hace Efraín, muchos migrantes no trabajan y sólo esperan a que les lleven comida o van a un comedor que se encuentra en el ejido La Victoria.
En la colonia San Luis, cercana a la estación de ferrocarril, hay una asociación llamada “Corazón Contento”, que desde hace dos años, al ver la condición de los migrantes, empezó a atender sus necesidades.
Juan José Chan, encargado del servicio de migrantes de la asociación civil Corazón Contento, dice que su trabajo consiste básicamente de proveer de alimento a las personas que necesitan, además de compartirles palabras que sea de bendición para sus vidas.
Alrededor de 100 migrantes se dan cita cada jueves en la Iglesia Tierra Fértil, para ser atendidos por el equipo de trabajo de Corazón Contento.
Óscar Valdés, quien proviene de Guamúchil, Sinaloa, agradece, en el nombre de sus amigos y compañeros de viaje, por las atenciones dadas de manera altruista por parte del equipo de trabajo.
Óscar viaja rumbo a Baja California, con miras de cambiar su situación económica, y así poder mandar dinero a su familia de Guamúchil.
Juan Valencia, de Durango, se dirigía a los Estados Unidos para encontrar un empleo, pero al llegar a Hermosillo, decidió quedarse aquí, ya que le ofrecieron trabajo en una taquería.
Wilfredo viene de Chihuahua, y dice que se encuentra huyendo de su vida pasada, ya que en su juventud murió su padre y ese acontecimiento le afectó mucho, por lo que prácticamente creció en la calle, en donde llegó a caer en la adicción de las drogas y andar en pandillas.
“Empecé a robar para conseguir la droga, vender mis cosas, anduve sin tenis, pero me harté de esa vida, me vine para acá para no saber más de las malas compañías, quiero trabajar”, externó.
En el lugar no faltan los migrantes extranjeros, como Alejandro Barrios, originario de Honduras, lamentó vía Facebook desde Denver, Colorado, cómo la falta de empleo en su país hizo que él tomara la decisión de dejar a su esposa e hijos y probar suerte en los Estados Unidos.
Fue el 21 de noviembre del año 2012 cuando Alejandro salió de Honduras para llegar a Denver, Colorado el 7 de enero del año 2013, y afirma que no tuvo un plan de viaje.
Cuenta que al llegar a Hermosillo, no sabía dónde se encontraba, pero lo único que tenía en mente era encontrar una iglesia cristiana para dar agradecimientos a Dios por mantenerlo a salvo.
“Al llegar a Hermosillo, no sabía en donde estaba, recuerdo que yo le pedí una torta a una señora y luego me fui a sentar en la banqueta sin saber que estaba en una iglesia”, relató.
Fue así cuando su anhelo de ir a una iglesia se cumplió en vísperas de Navidad. Alejandro pasó la noche justo donde se encuentra el comedor comunitario “Corazón Contento”.
Alejandro tuvo suerte de no ser uno de los 1,210 extranjeros sin documentos que fueron asegurados en el 2013 por el Instituto Nacional de Migración (INM) en Sonora, de acuerdo con el sitio web politicamigratoria.gob.mx, donde también se destaca que de enero a agosto de 2014, fueron contabilizados 1,215.
Sin duda, vivir bajo esas condiciones no es fácil, ya que implica cambiar una cama por una banqueta, cambiar unas cobijas limpias por cobijas sucias y en ocasiones hasta por cartones, cambiar a su familia para encontrarse con personas en la misma situación que ellos.
La vida entre los vagones es una experiencia única, en donde los valientes se atreven a viajar en busca de un nuevo horizonte, en busca de un mejor panorama para sus vidas, el viaje es largo y cansado, Hermosillo, es el lugar de descanso.