La experiencia de Campa Lastra, los retos que enfrenta

Por Imanol Caneyada
Después de pedir permiso a su partido, Acción Nacional, Luis Alberto Campa Lastra asumió esta semana las riendas de la seguridad pública en el municipio de Hermosillo, es decir, se sacó la rifa del tigre, se echó sobre sus hombros la tarea más difícil y peligrosa de la administración municipal.
Luis Alberto Campa pertenece al otrora grupo de jóvenes que se forjaron en el panismo de San Luis Río Colorado comandado por Manuel Espino Barrientos.
Su primera aparición pública se dio en 1994 como regidor panista del segundo gobierno municipal de Acción Nacional en la historia de ese municipio fronterizo, encabezado por Jorge Figueroa González; la primera administración panista fue comandada por Fausto Ochoa Medina entre el 82 y el 85.
Otros regidores de esa bisoña generación que acompañaron durante su administración al doctor Figueroa fueron Florencio Díaz Armenta, Enrique Reina Lizárraga, Mario Guevara, entre otros, todos ellos jovencísimas promesas de la política.
En 1997 Fausto Ocho Medina dirigía el partido blanquiazul en San Luis Río Colorado y se preparaba para imponer como candidato a la alcaldía a Gildardo Payán, con el beneplácito y apoyo de Adalberto Rosas, quien a su vez buscaba la candidatura panista al Gobierno del estado.
Enviado por el entonces presidente nacional del PAN, Felipe Calderón, Manuel Espino Barrientos logró desbaratar las intenciones de Adalberto Rosas y Fausto Ochoa Medina e impuso a Florencio Díaz Armenta como candidato a la alcaldía de San Luis y a Enrique Salgado como el abanderado blanquiazul para la gubernatura.
En el municipio fronterizo nadie dudaba de que Florencio Díaz Armenta obtendría el triunfo, a pesar de las múltiples amenazas de fraude que flotaban en el ambiente, tras las cuales siempre aparecía la figura del gobernador saliente Manlio Fabio Beltrones.
Y así fue.
Florencio Díaz Armenta nombró como director de seguridad pública a Luis Alberto Campa Lastra, de abolengo panista y compañero del cabildo anterior.
A pesar de ser ingeniero de profesión, Campa Lastra asumió el cargo con una energía que sorprendió a propios y extraños. Como regidor había presidido la comisión de seguridad, como máxima autoridad policiaca se hizo pronto famoso por encabezar los operativos de seguridad día y noche en un Crown Victoria equipado con la más alta tecnología de la época. Entendió que no podía encabezar los esfuerzos de la policía municipal de esa frontera caliente atrincherado en una oficina, y se lanzó a las calles con la intención de poner el ejemplo en una corporación que lo veía como un advenedizo, pues no tenía carrera policiaca; la percepción de la ciudadanía era que no le sacaba la vuelta al enorme problema de seguridad que vivía por entonces San Luis Río Colorado.
Era la época en la que el municipio se había convertido en un escenario de guerra entre el entonces poderoso cártel de Sinaloa y el cártel de los Arellano Félix. Los ejecutados y las balaceras en las calles y el esplendor de la narcocultura eran el pan de todos los días, sí, hace 20 años, cuando nadie prestaba atención a ese cáncer que poco a poco haría metástasis en todo el país.
La época en la que mataron al fundador y director de La Prensa, Benjamín Flores, apenas el tercer periodista que asesinaban en el país. La época en que desapareció de las instalaciones de la mismísima PGR media tonelada de cocaína asegurada un día antes. Luego se sabría que funcionarios de la PGR y militares habían estado involucrados en el robo del siglo, como lo llegaron a llamar.
Luis Alberto Campa Lastra se forjó como director de seguridad pública en un escenario muy parecido al que vive hoy en día Hermosillo. Es un tipo duro que ha visto muy de cerca las orejas al lobo.
No entregó malas cuentas en ese periodo, los resultados, teniendo en cuenta la naturaleza del cargo, fueron positivos, lo cual lo llevó a asumir la dirección de seguridad pública el último año de la administración de María Dolores del Río en Hermosillo, y posteriormente a encabezar la coordinación estatal operativa de la Secretaría Ejecutiva de Seguridad Pública durante la gubernatura de Padrés Elías.
Experiencia tiene en coyunturas de zozobra y caos como el que vivimos ahora, para bien y para mal.

El problema es que hereda una corporación totalmente agusanada. Su propia jefa, Célida López, en campaña, denunció la existencia de un autogobierno al seno de la corporación que funciona como una suerte de mafia.
Ya lo había denunciado en 2016 la Comisión Estatal de Derechos Humanos.
Un grupo de policías que controla la corporación con pactos de silencio y que se cubren las espaldas unos a otros, condenando a los agentes valiosos y honestos, que los hay, al miedo y al silencio.
Una organización que tiene bien establecida la cadena de cobros de mordidas, al tiempo que se dedica a cuidar los negocios del crimen organizado, como lo han denunciado en numerosas ocasiones los vecinos de las colonias con mayor presencia de narcomenudeo, quienes atestiguan cómo las patrullas llegan a los tiraderos de droga a cobrar su sobre.
Un día antes de que Célida López rindiera protesta como alcaldesa, apareció en la entrada del fraccionamiento donde vive, La Rioja, una narcomanta en la que le advertían que no permitiera la operación de otro grupo criminal en Hermosillo, si no, la ciudad iba a convertirse en una réplica de Obregón.
La advertencia no fue en vano, Hermosillo vive en los últimos meses un considerable aumento en el delito de homicidio doloso, asociado a la disputa por ganar el control de la plaza.

Una sorda guerra que avanza de sur a norte, producto del debilitamiento y desmembramiento del cártel de Sinaloa a raíz de la caída del Chapo Guzmán, quien durante años logró blindar a Sonora de la amenaza de los Zetas y otros cárteles, pues la consideraba la joya de la corona sinaloense, el acceso por tierra a la frontera, la vía por la que transitaba al menos 70% de la droga rumbo al jugoso mercado estadounidense.
Las policías municipales en México, por ley, no tienen la facultad ni están preparados para enfrentar al crimen organizado, no es su responsabilidad ni está en sus funciones. Sus tareas son únicamente preventivas y de vigilancia del tránsito.
Por lo mismo, en las zonas del país más calientes, las policías municipales se han convertido en eficaces empleadas de las organizaciones criminales.
¿Es el caso de Hermosillo?
Hasta ahora la estrategia oficial ha sido negarlo, incluso en ese 2011en el que estalló el escándalo y se demostró que la corporación estaba totalmente infiltrada por el grupo delictivo de Los Licenciados.
Campa Lastra ha sido puesto en el cargo por su experiencia en escenarios como el que vivimos y porque tiene fama de duro y disciplinado.
El reto que tiene por delante, además de dotar de recursos materiales a la castigadísima corporación, es llevar a cabo la limpieza a fondo que Manuel Ignacio Acosta no pudo hacer, una limpieza que podría implicar, como en otros municipios, la inhabilitación de la corporación entera y la entrada en funciones del ejército y/o la policía federal hasta que se reestablezca el orden al interior del cuerpo.
Es un escenario ante el que sistemáticamente se ha cerrado los ojos mientras la guerra por la plaza aumenta.
Lo que podemos esperar es que Campa Lastra responda a su perfil, a las credenciales que presenta y a su fama de tipo duro y directo, para que hable claro sobre la magnitud del problema que enfrenta esta ciudad, porque más maquillaje y eufemismos ya no aguanta.