La marcha que rompió el silencio

Cuando la gente decide marchar, no lo hace por moda ni por ocurrencia. Lo hace porque ya no encuentra respuestas en las instituciones
Por Rubén Iñiguez
El sábado el país vivió algo que hacía mucho no se veía: una movilización que nació de los jóvenes, pero que terminó abrazando a familias enteras; trabajadores, estudiantes y ciudadanos de todas las edades. No importó la ciudad ni el tamaño del contingente. Lo importante fue que, en muchas partes de México, la gente decidió salir a las calles para decir “ya basta”.
La llamada Generación Z fue quien encendió la chispa, pero la marcha no fue solo suya. A su lado caminaban madres, padres, abuelos y hasta niños que, aunque quizá no entienden del todo la dimensión de lo que ocurre, sienten que algo no está bien. Esa mezcla de voces dejó claro que esta no es una lucha exclusiva de jóvenes: es un reclamo de todos.
El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, golpeó a mucha gente. Fue un recordatorio doloroso de la realidad que se vive en el país, donde la violencia sigue arrebatando vidas y rompiendo comunidades. Esa herida reciente fue uno de los motivos que llevaron a miles a salir con rabia, tristeza y, sobre todo, con una enorme necesidad de justicia.
Defender el derecho a manifestarse es defender la democracia. Marchar no es una amenaza; es un acto de amor por el país. Ver a la gente caminar pacíficamente, con pancartas hechas a mano, con mensajes que salieron del corazón, es una imagen poderosa. Una imagen que deberíamos escuchar, no minimizar.
Por supuesto, hubo momentos tensos en algunos lugares. Siempre hay quienes buscan desvirtuar una protesta o aprovecharla para confrontar. Pero sería injusto reducir una jornada tan grande y tan sentida a los actos de unos pocos. La esencia del movimiento fue pacífica, ordenada y profundamente ciudadana.
Tampoco faltaron las voces oficiales que intentaron restarle mérito a la movilización. Que si está manipulada, que si responde a intereses ajenos, que si no es auténtica. Es un recurso viejo: cuando la gente incomoda, se le acusa.
Pero la verdad es que nadie necesita financiamiento para salir a exigir vivir sin miedo. Ese impulso nace del dolor, de la indignación, y también de la esperanza.
Lo que realmente vimos este sábado fue el despertar de una generación que muchos creían apática. Jóvenes que crecieron entre celulares, iPad y videojuegos, pero que ahora usan esas mismas herramientas para organizarse, convocar y poner temas sobre la mesa. Son distintos, sí, pero no por eso menos comprometidos. Tienen su propio lenguaje, su propio estilo y, sobre todo, una claridad que sorprende.
Hoy, más que nunca, las autoridades deberían escuchar. Porque cuando la gente decide marchar, no lo hace por moda ni por ocurrencia. Lo hace porque ya no encuentra respuestas en las instituciones. Porque quiere un país distinto. Y porque sabe que, si no alza la voz, nada va a cambiar. Ojalá este sábado no quede solo en una foto viral, sino en el inicio de algo más profundo: un México donde la ciudadanía vuelva a sentirse parte del rumbo.
*La Voz de Jalisco












