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Las dimensiones en la captura del “Chapo” Guzmán

Por Martín F. Mendoza/

Este golpe al crimen organizado, invita a un alud de cuestionamientos referentes a los tiempos, formas, antecedentes, contradicciones, la actuación de mucha gente, no solo hoy, sino también muy especialmente de 2001 a la fecha

Salta de nuevo el tema ―y casi no pasa semana sin que algún suceso noticioso lo remueva― de la forma en que la información sobre lo que va ocurriendo en términos políticos, sociales y económicos en México es procesada. No nos referimos hoy tanto a la actuación de los medios de comunicación sino a la de la sociedad, cuya capacidad de expresión ―no necesariamente de análisis y de síntesis― ha sido potenciada por la tecnología. Esto último no deja de sonar como algo bueno, es decir el que cuando menos todos podamos desde un punto de vista legal y político decir lo que pensamos, y el que cada vez seamos más los que tengamos los medios para divulgarlo, luce como algo muy positivo para una nación, pero ¿Lo es tanto en realidad?

Es así que, si bien la captura de un importantísimo delincuente internacional puede y debe ―de hecho― traer un sinfín de opiniones fundamentadas y preguntas o cuestionamientos al respecto (sobre los cuales tanto las autoridades en México como en Estados Unidos estarían obligadas a aportar o a tratar de aportar respuestas), también es un hecho que el suceso viene aparejado con una enorme variedad de dislates y simplezas que forman “corrientes de opinión” pero que no ayudan a una mejor comprensión social del mismo. Al contrario.

No nos referimos a los despropósitos pronunciados por ejemplo por un Vicente Fox o por un “Peje”, a cual más de fatuos y deshonestos, ni al sendero de las medias verdades que transitan los gobiernos mexicano y estadounidense, ambos maestros en el arte de fingir demencia. No son tampoco las en ocasiones aberrantes y contradictorias posturas de periodistas y “analistas” profesionales, para algunas de las cuales solo encontramos explicación en compromisos bilaterales con los políticos, tratos que no son siempre de corte ideológico, sino en ocasiones solo deshonestas “untadas de mano”.

En realidad lo más importante es la “opinión pública”, hoy más pública que nunca, la cual por momentos pareciera funcionar actualmente en una dinámica que pudiera definirse como: “a mayor cantidad de insumos informativos, menor articulación y sustento en las opiniones expresadas”, “a mayor cantidad de canales para comunicarnos menos es lo que tenemos que decirnos”.

No sabemos qué hacer con la libertad menos cuando nos ha tocado vivirla junto con el golpe tecnológico comunicacional. Como sociedad somos el equivalente a un chamaco malcriado con juguetes nuevos, un muchacho respondón, que maldice, insulta, amaga, tira ‘manazos’, pero en realidad no sabe defenderse. Un adolescente al que se le puede engañar, confundir, acusar de lo que no hizo, incluso arrebatarle su almuerzo, y que en lugar de responder con razones y acciones concretas y pertinentes a los problemas que enfrenta, prefiere el desplante vacío, el grito destemplado y por supuesto, la huida atropellada.

En semanas anteriores, una portada de revista que pudo haber desatado un debate o más bien una serie de debates al respecto del balance de la administración del presidente Peña Nieto después de su primer año, se convirtió a través de las dichosas redes sociales, en tontas corrientes de insulto, de fantasiosas acusaciones, de teorías de la conspiración, de enfoque en lo lateral no en lo central, de falta de sustancia. Algunos buenos chistes a expensas de Peña Nieto es lo más rescatable de la “condena nacional” tanto al presidente, como a Time, y a Michael Crowley, el periodista que escribió el artículo en la edición internacional de la aclamada revista, ello por haber decidido su portada sin habernos “consultado” a los mexicanos.

Volviendo a los últimos días, este golpe al crimen organizado, ciertamente invita a un alud de cuestionamientos referentes a los tiempos, las formas, los antecedentes, las contradicciones, la actuación de mucha gente, no solo hoy, sino también muy especialmente de 2001 a la fecha. ¿Qué tenemos por parte de la opinión pública, sobre todo ―insisto una vez más― de aquellos segmentos poblacionales más favorecidos en términos educacionales, profesionales, etc.?

Tenemos comparaciones entre Joaquín Guzmán Loera y Enrique Peña Nieto, ataques al villano favorito, Televisa por la cobertura del asunto, elucubraciones sobre la relación entre la reciente visita de Obama y la captura del “Chapo”, afirmaciones de que el detenido no es quien se supone que es, entre otras.

No es que enfocarse en esos puntos no pudiera ser legítimo en cierto momento, podemos comparar a Guzmán Loera con Peña Nieto todo lo que se quiera por ejemplo, pero es necesario construir una narrativa con sentido.

Tampoco podemos atender la bobada de los políticos que después de verse señalados debido a sus frecuentemente tontas porquerías, piden “pruebas”, como si el sistema para ello no fuera controlado y manipulado precisamente al antojo de los gobernantes y sus protegidos asociados. No es de pruebas de lo que requerimos, es de un mínimo de articulación, de sustentación de nuestras ideas, temores, motivaciones, alegrías, aspiraciones. Pero sobre todo de dimensionar lo que está ocurriendo frente a nosotros y de la misma forma calibrar la dimensión de nuestras reacciones y respuestas. Dicho de una forma más simple: necesitamos pensar un poquito.

No nos podemos permitir que nuestras neurosis individuales sigan imponiéndose en nuestro razonamiento social, formando así ríos de sinsentido, de estupidez. Ese es el mejor escenario posible para nuestros gobernantes: verse insultados en lugar de realmente cuestionados. ¿Se las podríamos poner más fácil? Eso es de causar mucho más temor que cualquier real o supuesta organización criminal, e incluso que cualquier mal gobierno.