Las mariposas amarillas de San Bernardo
Por Franco Becerra/
Nos quedamos con un agradable sabor de boca por la fértil tierra que riega generosamente el caudaloso Río Mayo, región donde se mezclan dos etnias, la mayo y la guarijío
Los rayos del sol se habían estacionado sobre el caserío en el momento único del día en el que las sombras se esconden.
El termómetro reverberaba en un ambiente semi-tropical, donde el verano es un primer actor desplazándose a lo largo del escenario.
Estábamos en la sierra de Álamos, Sonora.
Aquel día Mexiquillo era un baño turco con las calderas a punto de estallar.
Y ahí, a un lado de la cancha de la comunidad… un circo.
Un circo sin nombre. Un circo triste. Un circo pobre.
El circo se encontraba en la soledad lejana donde las chicharras se quejan del estío y los vecinos se guarecen del calor en sus casas.

Frente a la cancha de la comunidad, se encontraba un autobús que rodó en mejores rutas y que en mala hora estaba ahí, echado, como un buey herido, con las llantas ponchadas y las ventanas rotas cruzadas por trapos.
Un ruidoso coolersin agua lanzaba lengüetazos de aire a dos cirqueros cuyas voces brotaban del estómago del buey.
A su lado un pick up de color incierto unido a una casa rodante, seguramente rescatada de un yunque en el que dos niños descalzos, uno de siete y ella de diez, brincaban una y otra vez sobre una deshilachada alfombra amarilla.

Por una inesperada relación de ideas al ver sus ropas raídas, plagadas por las manchas de la pobreza, recordé al niño montañés que estelarizó el “Duelo de banjos” en el largometraje Deliverance,presentado en América Latina con el ridículo título de “Amarga Pesadilla”. (Como si hubiera pesadillas dulces).
La lona de la carpa estaba en el suelo: la noche anterior había llovido copiosamente por lo que la función de estreno se canceló.
En el centro del reducido foro se encontraban dos pares de pinos malabares despostillados, testigos de las largas temporadas corriendo la leguaen rancherías desde Culiacán a Tijuana.
Bajo una lona cubriéndose de la inclemencia un joven nos comentó amablemente a Ignacio Lagarda y a mí, que la compañía la integraban ocho elementos —familiares todos— que hacían de todo: desde levantar la carpa y armar las gradas; desde cobrar la entrada y vender golosinas, hasta realizar algunos actos circenses; él era —nos informó— el payaso.
Observé que otro de ellos nos veía con desconfianza, respondiendo con un cortante sí, con un no, o simplemente alzando los hombros. Comprendimos que era el recelo ante quien se desconoce. Podríamos haber sido —porque no— inspectores de alguna dependencia.
“Tenemos tres animales en nuestro espectáculo —nos dijo orgulloso el payaso—. Por allá andan sueltos”. Eran una llama de lana café que se alejó del frío de Los Andes para ser exhibida en el norte de México; y ella lo que hacía —en su descargo— era acercarse amistosamente a todos mostrando una dilatada dentadura, que era la señal, o una de dos: o que estaba contenta, o que estaba desnutrida. O ambas.
Había un caballito Ponyque retozaba dando reparos ante la alegría de dos niños de la localidad.
El tercer animalito cirquero era una vaca blanca, enanita, que mostraba con descaro su costillar completo. “¿Y esa?”, le pregunté. “Pues no sabemos que sea, pero nosotros la presentamos en la función como la vaca africana… y nos creen”. “¿Y qué hace?”, arremetió Nacho. “Pues… nada, no hace nada”, fue la parca respuesta.
Nos comentaron en San Bernardo que el circo traía a un “cholugo” (que algunos conocen como “chulo” y otros como “solitario”) curioso animalito de larga cola que me recuerda a los monos.
Pues el caso es que el mentado “cholugo” mordió a dos niños del pueblo y en la siguiente función de plano ya no lo presentaron.
Nacho asegura que se lo cenaron los cirqueros.
“Qué extraño”, comentamos entre nosotros: los tres animales del circo andan sueltos en el pueblo todo el día frente a los ojos de toda la comunidad, y en la noche los presentan en la función por la que cobran 15 pesos.
Raro es aquello, muy raro.
Nos despedimos del joven payaso, quien solo alcanzó a elevar la vista al cielo, rascarse la nuca y decir esperanzado: “Espero que hoy no llueva”.
A lo lejos divisamos Los Pilares, tres singulares formaciones rocosas que dan nombre a la presa que en la región construye la empresa Canoras dirigida por el experimentado Ing. Alejandro Moreno Lauterio.
Llegamos a San Bernardo por una carretera recién pavimentada, para encontrarnos con la casa de los Lagarda, clan que formara donRoberto Lagarda Cabreray su esposa Elisa Lagarda Muñoz,donde disfrutamos de una deliciosa carne con chile que nos ofreció Renato Flores Lagarda y su esposa.
Por la noche cenamos con nuestro admirado Prof. Enrique Ibarra Álvarez, ex presidente de Álamos, quien en compañía de su esposa y magnífica cocinera Herlinda González y su hija, la dinámica maestra del Cobach Araceli Ibarra G., fueron nuestros amables anfitriones en la refinada ciudad colonial.
Debo señalar en justicia que durante su gestión el Prof. Ibarra fue un entusiasta impulsor del Festival Alfonso Ortiz Tirado,reconocido por la propia familiadel artista, así como por su creadora, la señora Ana Silvia Laborín Abascal.
La lluvia y el viento llegaban alegres refrescando el ambiente, mientrasNacho, Connie, Mayela y yo escuchábamos aSilvio Rodríguez, con un tema muy a tono: rabo de nube.
Nos quedamos con un agradable sabor de boca por la fértil tierra que riega generosamente el caudaloso Río Mayo, región donde se mezclan dos etnias, la mayo y la guarijío; cuna de hombres de bien como los siete hermanos Lagarda Lagarda; lugar de origen de personajes cabales como el Dr. Arturo León Lerma, el Lic. Jorge Sáenz Félix y el siempre bien recordado Leonel Arguelles Méndez.

En la región de Álamosdescubrí frutas de sabores exóticos como las naranjitas enanas, los mangos “corrientes”, los papachis y las uvalamas.
Conocí pueblos de nombres cantarinos como Sahuarivo, Mayocahui, Nahuibampo y Topiyeca; espacio donde el cenzontle da conciertos con sus cuatrocientas voces; lugar donde se entierran con furia los baiburines y revolotean entre el verdor las mariposas amarillas, pañuelos con alas que claman a coro por su Mauricio Babilonia.
Álamos y su sierra nos ofrece lugares espectaculares de un encanto sin igual que es un placer visitar.
Qué sus comunidades necesitan el apoyo para su desarrollo, es cierto; que es una asignatura pendiente para las autoridades estatales y federales, también lo es. Qué es un área de oportunidad para empresarios visionarios, eso, no está a discusión.
La comunidad de norteamericanos avecinados en Álamos que tanto han hecho por la comunidad, habría que integrarlos aún más, pues todos ellos, con sus capitales, con sus relaciones, su cultura y su entusiasmo, han comprobado en los hechos, que también aman a la región.
El potencial turístico, histórico, cultural y etnológico de Álamos y su zona serrana, es una veta de oro a cielo abierto que está ahí, en la espera de ser promocionado intensamente en México y en el extranjero.
Por esos extraordinarios parajes de la serranía de Álamos, si usted se para en una loma y lanza una piedra con fuerza, podría descalabrar a un chihuahuense.
Ahora bien, puede que solo lo asuste, pero para el caso es lo mismo: usted será conducido ante las autoridades.
En lugar de tirar piedras, habrá que lanzar ramilletes de flores.
Me despido con un mensaje corto: una flor del pensamiento que brota de lo más profundo de mi convicción: ¡Qué hermoso es Sonora, hasta en sus contrastes!