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Las trampas del Nuevo Orden Mundial en el conflicto ruso ucraniano

𝐏𝐨𝐫 𝐃𝐫. 𝐉𝐨𝐫𝐠𝐞 𝐁𝐚𝐥𝐥𝐞𝐬𝐭𝐞𝐫𝐨𝐬

Prácticamente esta guerra empezó hace 8 años, en las regiones separatistas prorrusas de Donetsk y Lugansk.

En 2013, después de que el gobierno del presidente Viktor Yanukovich decidiera suspender el acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea y forjar relaciones económicas más estrechas con Rusia, comenzó una serie de manifestaciones de protesta conocidas como Euromaidan, que duraron varios meses y culminaron en la revolución que derrocó a Yanukovich y condujo a la instalación de un nuevo gobierno. Fue una operación patrocinada por el globalista George Soros, como dio a conocer la CNN.

En abril de 2014, el presidente interino de Ucrania, Alexandr Turchínov, anunció el lanzamiento de una “operación antiterrorista” en Donbás. La operación fue de hecho una guerra contra su propio pueblo, con ataques aéreos y el uso de vehículos blindados pesados.

El ejército ucraniano bombardeó las ciudades de Donbás con especial frecuencia en 2014 y 2015. Los que no podían o no querían irse, tuvieron que esconderse en los sótanos, a menudo sin una posibilidad de preparar la comida o recibir tratamiento médico.

Estas personas, que vivieron y trabajaron toda su vida en Donbass, se convirtieron en rehenes del conflicto armado y en víctimas del genocidio de civiles que Kiev lleva a cabo desde hace ocho años.

Se escondían de los bombardeos no sólo en los sótanos, sino también en las iglesias. Los proyectiles ucranianos impactaron no solo contra las casas, sino también contra los hospitales.

No todos podían esconderse en el sótano durante los bombardeos: los débiles, los postrados en cama y los ancianos solitarios se quedaban en sus casas y a menudo murieron.

Desde 2014, la muerte está siempre cerca de las ciudades y pueblos de Donbás. Debido a la falta de electricidad en la ciudad, la morgue no funcionaba y los muertos solían ser enterrados inmediatamente.

Tras ocho años de guerra civil y el incumplimiento por Kiev de los acuerdos de paz de Minsk, Rusia reconoció la independencia de las provincias de Donetsk y Lugansk en el este de Ucrania y el envío de tropas a la zona de la región del Dombás. Esta sería la génesis del conflicto armado entre Rusia y Ucrania.

Los medios de difusión de Estados Unidos y de Europa nos presentan la crisis ucraniana, como consecuencia de la arrogancia expansionista de Vladimir Putin hacia un Estado independiente y democrático sobre el que reclamaría absurdos derechos.

La prensa hegemónica pinta a un “Putin belicista” que estaría masacrando a la población indefensa, valientemente levantada para defender el suelo patrio, las sagradas fronteras de la Nación y las libertades conculcadas de los ciudadanos. La Unión Europea y Estados Unidos, “defensores de la democracia”, no podían dejar de intervenir, a través de la OTAN, para restaurar la autonomía de Ucrania, expulsar al “invasor” y garantizar la paz.

Frente a la “prepotencia del tirano”, los pueblos deberían hacer un frente común, imponiendo sanciones a la Federación Rusa y enviando soldados, armamentos y ayuda económica al “pobre” presidente Zelenski, el “héroe nacional” y “defensor” de su pueblo.

Deberíamos preguntarnos por qué Estados Unidos, o más bien el estado profundo estadounidense que recuperó el poder después del fraude electoral que llevó a Joe Biden a la Casa Blanca, quiere crear tensiones con Rusia e involucrar a sus socios europeos en el conflicto, con todas las consecuencias que podamos imaginar.

Si miramos lo que está pasando en Ucrania, sin dejarnos engañar por las falsificaciones macroscópicas de los principales medios de comunicación, nos damos cuenta de que se ha ignorado por completo el “respeto recíproco de los derechos”; por el contrario, da la impresión de que la administración Biden, la OTAN y la Unión Europea quieren mantener deliberadamente una situación de evidente desequilibrio, precisamente para imposibilitar cualquier intento de solución pacífica de la crisis ucraniana, provocando que la Federación Rusa desate un conflicto.

Pero veamos el trasfondo que hay en esta pelea de estas superpotencias, uno lo ve Rusia versus la OTAN o versus EE.UU., pero ¿qué intereses representan cada uno?

La verdadera razón clave por la que Putin está arriesgando todo por una posible invasión de Ucrania es la estrategia de defensa nacional de Rusia que ve a Ucrania como parte de la OTAN como una amenaza existencial para la pervivencia de Rusia.

La configuración geopolítica actual, demuestra la presión que Estados Unidos y sus aliados cercanos de la OTAN ejercen sobre Rusia. Han pasado varias décadas desde la desaparición de la URSS y los Estados Unidos y la OTAN han tratado de empujar a Rusia de regreso a su territorio continental con la continua ampliación de la OTAN y el continuo cerco de Eurasia (frente europeo contra Rusia y frente del Indo).

𝐏𝐚𝐜í𝐟𝐢𝐜𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚 𝐂𝐡𝐢𝐧𝐚

En cuanto se disolvió la URSS, tres países neutrales —Austria, Finlandia y Suecia— se convirtieron en miembros de la Unión Europea. La Unión Europea y la OTAN son una sola entidad —la UE es el ala civil y la OTAN es la militar— y las dos tienen su sede en Bruselas.

Según el Tratado sobre la Unión Europea, modificado por el Tratado de Lisboa (artículo 42, párrafo 7), la OTAN asume la defensa de la Unión Europea, independientemente de que todos los miembros de la UE sean o no miembros del

bloque atlántico. De hecho, aquellos países “neutrales” dejaron de serlo al convertirse en miembros de la Unión Europea

𝐀𝐦𝐩𝐥𝐢𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐎𝐓𝐀𝐍

En 1993, el Consejo Europeo reunido en Copenhague anunció que los países del centro y del este de Europa podrían incorporarse a la Unión Europea. A partir de entonces, los ex miembros del bloque soviético emprendieron el proceso de incorporación a la OTAN, sin más obstáculo que las tradicionales observaciones provenientes de Rusia.

Pero en los años 1990, Rusia era sólo la sombra de sí misma. Sus riquezas fueron sometidas al saqueo de 90 individuos que se dieron en llamar los «oligarcas». El nivel de vida de los rusos se derrumbó y su esperanza de vida disminuyó en 20 años. En ese contexto, nadie prestaba atención a lo que decía Moscú.

En 1997, la cumbre de la OTAN reunida en Madrid exhortó los ex miembros del bloque soviético a unirse al Tratado del Atlántico Norte. En 1990, la extensión de la OTAN sobre el territorio de la ex RDA se había pactado con Moscú. Pero cuando la República Checa, Hungría y Polonia se convirtieron en miembros de la OTAN (en 1999), Estados Unidos estaba violando la palabra que había dado a Moscú.

Estados Unidos volvió a romper su promesa en 2004, cuando Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia también se convirtieron en miembros de la OTAN. Estados Unidos tampoco respetó su palabra en 2009, así que Albania y Croacia también pasaron a ser miembros de la OTAN. Lo mismo sucedió en 2017, con la incorporación de Montenegro, y en 2020, con Macedonia del Norte.

Ahora resulta que Ucrania y Georgia también podrían convertirse próximamente en miembros de la OTAN mientras que Suecia y Finlandia podrían renunciar a la “neutralidad” –que ya es sólo teórica– para integrarse abiertamente a las filas de la alianza atlántica.

Lo que era inaceptable en 1990 sigue siendo inaceptable hoy en día. Es inconcebible que la OTAN emplace misiles a sólo minutos de vuelo de Moscú. Es la misma situación que ya se vio en 1962. Estados Unidos desplegó misiles a las puertas de la URSS, en Turquía.

Vinieron duras sanciones económicas de la administración Biden de Estados Unidos, cuando Putin reconociera la independencia de las dos repúblicas separatistas de Ucrania: Donetsk y Luhansk, además de las provincias prorrusas de Donetsk y Lugansk, Moscú ya admitió en 2008 la independencia de Abjasia y Osetia del Sur y se anexionó unilateralmente Crimea en 2014.

Aquí radica la gravedad del problema. Esta es la trampa tendida tanto a Rusia como a Ucrania, utilizando a ambos para permitir que la élite globalista lleve a cabo su plan criminal.

La guerra fría impidió que el mundialismo se desarrollara, pero es en este periodo cuando empiezan a afianzar sus posiciones las organizaciones y redes que van a impulsar la agenda globalista actual.

El Club de Roma, Population Council, la Fundación Ford, la Fundación Avalon y Fundación Old Dominion, magnates como los Rockefeller y los Rothschild… después vendrían el Club Bilderberg, el Foro de Davos, los Bill Gates, Soros y demás entramados mundialistas que han conseguido trasladar su idea de un nuevo orden mundial, donde el desarrollo ya no esté encabezado por el Estado-Nación, a la Agenda del Milenio o la Agenda 2030, y persiguen la gobernanza mundial a través del consenso capitalismo-socialdemocracia.

Basta con echar un vistazo a los principales impulsores del mundialismo para darse cuenta de que su extracción proviene principalmente del capitalismo, el mundo financiero anglosajón o judío y la cultura protestante.

Esta oligarquía muestra sus tentáculos en la ONU, la OTAN, el Foro Económico Mundial, la Unión Europea y en instituciones «filantrópicas» como la Open Society de George Soros y la Fundación Bill y Melinda Gates.

La globalización parecía un proceso predominantemente económico y tecnológico, pero tras el 11-S adquiere una sólida perspectiva política cuando el viejo mundialismo capitalista y el postmarxismo se dan cuenta de que pueden encontrarse en torno a las ideas progresistas de los años sesenta con los temas de paz, género y ecología, sin referencia directa a Marx ni a Lenin y con un nuevo concepto de capitalismo inclusivo.

Incluso el Vaticano se ha sumado a este proceso de globalización, el Papa jesuita, Jorge Bergoglio ya tomó partido por Ucrania al alinearse con los globalistas y pidió al patriarca Cirilo, el equivalente del Sumo Pontífice para la Iglesia ortodoxa rusa, que no se convirtiera en «monaguillo de Putin», por el apoyo que ha brindado a la invasión del Kremlin al país vecino.

Ya que, desde el advenimiento del Papa Jesuita, Francisco Bergoglio, parece que el apoyo a la Agenda 2030 del Vaticano ha vencido cualquier reticencia. Algunos se refieren a las teorías que apuntan a que tras estos sucesos se esconde una conspiración, que algunos denominan “primavera católica”, y que forzó la renuncia de Ratzinger debido a las finanzas vaticanas y la acción de la Administración Obama junto a una élite eclesial oculta y fuertemente infiltrada por la masonería.

El arzobispo Viganò sí apuntala esta teoría al sostener que existe una “religión universal deseada por la ideología globalista, cuyo líder espiritual es Bergoglio” y que está auspiciada por poderes secretos… “La sumisión de Bergoglio a la agenda globalista es evidente, así como su apoyo activo a la elección de Joe Biden” para impulsar el gran reinicio que se auspicia desde el Foro de Davos y otras instancias, denunciaba Viganò.

En su primera encíclica “Laudato si” el Papa Francisco asumió todos y cada uno de los postulados de la ONU sobre cambio climático, una de las ideas fuerza sobre la que gravita el gran reinicio de la agenda mundialista.

En el Sínodo de la Amazonia, celebrado en 2019, la Iglesia Católica da alas al culto a la madre-tierra del indigenismo y adopta un discurso que recuerda al empleado por el movimiento new-age, ya que habla de la “casa común” en términos cuasi-panteístas, además critica el antropocentrismo en un tono que recuerda al movimiento de ecología profunda.

Tampoco somos capaces de diferenciar el discurso que emplea el Sínodo para analizar la explotación de la Amazonía del empelado por los partidos verdes/marxistas, las conclusiones son idénticas, reina el extractivismo predatorio como el mal mayor.

También en 2019, en la Conferencia Internacional “Las religiones y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): Escuchar el clamor de la tierra y de los pobres”, la Santa Sede, por boca del cardenal Peter K. A. Turkson, coincidía con el Foro de Davos y la ONU al resaltar “la urgencia de la implementación de los 17 objetivos determinados por más de 190 naciones, y de canalizar la fuerza moral de la religión en la actuación de los objetivos de los ODS.

Más polémica encontramos también en la siguiente encíclica de Francisco, Fratelli tutti, que según sus críticos usa un lenguaje que continuamente evoca reminiscencias masónicas, cuando reiteradamente se alude a la dimensión universal del amor fraterno o se hace expresa invocación del lema de los revolucionarios franceses, libertad, igualdad y fraternidad.

El arzobispo Carlo Maria Viganò ha llegado a denunciar, como ya hemos dicho, que Francisco es una especie de antiPapa, que está detrás de un “proyecto masón-globalista” que ha infiltrado el

Si a esto unimos otros reveladores comportamientos, como la alianza del Vaticano con el Consejo para el Capitalismo Inclusivo, impulsado por la familia Rothschild y que agrupa a más de 30 grandes multinacionales, todas ellas también relacionadas con el Foro de Davos, nos queda clara la posición del actual Papa respecto de la Agenda 2030.

Si tras el Vaticano II la Iglesia católica, en su afán por acomodarse a los nuevos tiempos, pierde la perspectiva intemporal, provocando una crisis que no se superó hasta bien entrado el pontificado de Juan Pablo II, con Francisco se acomete una alianza con poderes globalistas que sin duda acabará volviéndose en contra de la propia Iglesia y acentuará aún más el comprometido proceso de secularización que arrastra la religión católica.