DestacadaPrincipales

María Cristina León de Aldrete: la sonorense que escribió la historia, mientras los demás nomás la leían

Por Claudia Pérez Atamoros

A la maestra María Cristina León de Aldrete no le gusta que le digan “pionera”. Ella prefiere que la nombren como lo que es: periodista. Con todas sus letras y con el peso que implica haber sido mujer, norteña, joven y tenaz en una redacción de hombres con egos de plomo. En tiempos donde no existía la “perspectiva de género”, ni mucho menos se hablaba de “violencia mediática”, ella ya estaba dando la nota… y dando batalla.

Nació en Cananea hace 92 años, pero su pluma se forjó en Hermosillo en donde se coló en los periódicos a los 16 años. No por moda, no por “content creator”, sino por necesidad. Iba para química, pero terminó volviéndose alquimista de palabras en un laboratorio de linotipos, redacciones, cuartillas a máquina y tazas de café que ya eran de leyenda.

Empezó en sociales —donde solían poner a las mujeres, como si las bodas y los canapés fueran la única zona segura para nosotras— pero no tardó en ocupar titulares y jefaturas, hasta convertirse en la primera mujer jefa de información en Sonora. Desde ahí, se dedicó a abrir brecha a codazos y con estilo: con disciplina, con voz firme, y con absoluto oficio. 

Durante poco más de 70 años se publicó en el periódico La Opinión su primera columna. Don Carlos Argüelles la llamó Primicia, y el 2 de febrero de 1961 cambió de nombre por el de Carnet, y por 22 años se leyó en El Imparcial. Con ese mismo nombre apareció también en El Sonorense y en El Independiente, y hasta 2003 se publicó en Tiempo, el semanario de Alejandro Oláis Olivas.

Cristina no es de las que cuentan su historia para que la aplaudan. La cuenta porque entiende que la memoria también es una forma de resistencia. Por eso escribió cinco libros, que no son autobiografías a secas, sino radiografías de lo que fue el oficio de reportear en un país sin Internet y sin protocolos de protección a periodistas: Rueda de la fortuna, Reencuentro, Tercera llamada, Cuarto poder y No hay quinto malo… títulos que parecen de novela, pero son piezas de archivo, memoria de redacción, confesionario, escuela y espejo.

La suya es una voz que no se calla ni se disfraza. Dice lo que piensa: que extraña el civismo, que los medios andan extraviados, que las nuevas generaciones tienen prisa, pero poco fondo, que el oficio se ha convertido en espectáculo y que la verdad anda cada vez más sola.

Y cuánta razón hay en sus palabras. 

En una Sonora donde ejercer el periodismo es deporte extremo —con amenazas, censura y violencia sistemática— su figura es brújula y legado. Nos recuerda que sí se puede ejercer la profesión sin venderse, sin vendernos, sin callar. Nos enseña que ser mujer periodista no es florero, ni cuota, ni color rosa en el logo: es tener colmillo, garra, olfato y corazón. Es vivir para contarla y, a veces, para sobrevivirla. Que el periodismo tiene el poder de contar la historia, de plasmarla a toda costa. Es un oficio que se asemeja mucho, mucho a una carrera de obstáculos y ella, nuestra pionera, lo supo y lo sabe. Destacó en un entorno puro de testosterona, saltó más alto y fuerte. Tendió puentes e hizo escuela al andar.

Su vida como “periodiquera” le ha dado grandes satisfacciones, confesó al maestro Ruíz Quirrín en alguna entrevista. Gracias por desenyerbar el terreno, aplanarlo y darnos cátedra de oficio. Por escribirlo. Y por no dejarnos olvidarlo.

Así que sí, maestra Cristina: usted disculpe si le decimos pionera. Pero es que lo es. Aunque le incomode. Aunque no le guste. Aunque la palabra suene a estatua y usted esté más viva que nunca, más vigente que todos esos opinadores de Twitter con nombre rimbombante y cero rigor.

Al toro por los cuernos. Gracias por abrir camino. Por escribirlo. Y por no dejarnos olvidarlo.

*Esta columna fue publicada originalmente en www.opinion51.com

X: @perezata