
Y en estos tiempos de “sequía” es cuando más añoro la ausencia del hombre que sí hacía llover, con su fe en Dios como único sistema de inducción y bombardeo de las nubes, a fuerza de oraciones, el Padre don Porfirio Cornídez.
Por Redacción
Y Monseñor se daba el gusto hasta de escoger los rumbos donde debería llover, “para que el agua le sirva a los ganaderos, a quienes se les están muriendo las vacas de sed y de hambre —decía desde el pulpito de Catedral— pero que no amuelen a los algodoneros, que quieren cosechar sin mermas por humedad”.
Publicado el 07 de agosto de 1980 en el periódico El Sonorense, en la Columna “Mi Libreta de Apuntes”:
HACE UNOS DIAS escribí unas líneas, en esta columna, sobre el Padre don Porfirio Cornidez, como resultado de una carta enviada por una lectora quien afirma que ha recibido favores portentosos de la Providencia, gracias a la intervención de aquel cura que fue toda una institución en la vida sonorense.
Hoy, atendiendo las peticiones de otros asiduos lectores de MI LIBRETA quienes me piden más datos sobre la vida, la obra y la personalidad, singulares todas, de Monseñor Cornídez. Lo cierto es que fue un hombre excepcional, que tuvo virtudes y acciones heroicas y que la definición que de él hiciera un día el grande e inolvidable Obispo de los sonorenses, don Juan Navarrete y Guerrero, le venía como añillo al dedo… “Es un santo loco, o un loco santo”, dijo don Juan y tuvo razón… Porque Monseñor Cornídez, como le gustaba que lo llamaran y se llamaba él mismo, pues siempre hablaba en tercera persona cuando se refería a la suya, no aceptó nunca limitaciones para su fogoso espíritu ni comulgó con ruedas de molino, ni con protocolos sociales, ni dependió de los juicios humanos para enderezar su existencia hacia la eternidad…
Era ya sacerdote, muy joven, cuando llegó por estas tierras en 1919 el Obispo Navarrete, entonces el prelado más joven del mundo y hoy, sesenta un años después, el decano de los Obispos, quizás, postrado en su humilde cabaña donde espera viajar “de Sonora al Cielo”, como lo prometió…Se platica que cuando don Juan vino a estas tierras, que eran en verdad tierras de misión, un anciano Sacerdote, don Melesio Monge, le dijo que solo un defecto le encontraba al nuevo jefe del catolicismo sonorense, y que era su extremada juventud…Y narran quienes vivieron aquellos hechos que la respuesta de don Juan fue contundente: “No se preocupe, Padre, le prometo que ese defecto…con el tiempo se me quita”.
Pero Monseñor Cornídez ni ese defecto le halló, pues de inmediato se convirtió en leal, apasionado, infatigable, colaborador de su jefe y con él vivió los cincuenta años de su episcopado formidable y constructivo…
De esos años, la mayor parte los pasó en la sierra, en la región de Sahuaripa, de donde fue párroco insustituible y de donde salía a caballo en largas correrías a las alejadas comunidades montañeras llevando no solo el mensaje del Evangelio, sino sus alforjas siempre repletas de alimentos, medicinas, ropa, juguetes, y dinero que obtenía de sus feligreses, pero de cuyos tesoros jamás guardó un comino, pues siempre repartió con munificencia cristiana todo lo que de material llegó a tener…
Imponente en su estatura y corpulencia y también por su vozarrón de trueno y su mirada que traspasaba a quien a los ojos lo veía, ganó bien merecida fama de líder y caudillo y muchos de los progresos sahuaripenses, en casi medio siglo, a sus afanes y a su empuje se debieron…
Era un hombre que se hablaba de tú con Dios y con Él se entendía con la confianza del hijo con el padre, cuando, además del lazo filial, existe entre ellos el de la amistad verdadera…
Imploraba a Dios en sus necesidades, y en las de su Pueblo y cuando no era atendido lo increpaba y le exigía… Llegó a llamarle “el ampáyer” en términos beisboleros y se dice que hacía milagros… Yo, en lo personal, no lo dudo…
Su oratoria era pintoresca y explosiva y decía que cuando estuvo exiliado, después de una de tantas persecuciones sufrida por la Iglesia mexicana, conoció en Pomona, California, a un sacerdote a quien llamaba “El Pico de Oro”, explicaba, “porque hablaba casi tan bonito…como Monseñor Cornídez”…
Tenía pacto con Dios para combatir la sequía y sus oraciones y gritos, eran más eficaces que el yoduro de plata que bombardean los sabios de hoy sobre las nubes…Y se daba el gusto de escoger cuándo y cómo habría de llover…
“No se preocupen los agricultores… decía desde el púlpito de Catedral, ya en sus últimos años, cuando Don Juan se lo trajo de Sahuaripa a Hermosillo, al dividirse la vieja diócesis de Sonora para dar vida a la de Ciudad Obregón, pues, don Porfirio quiso y lo hizo, quedarse al lado de “su amigo y padre”… no se preocupen, pues, ya arreglé que llueva nomás “de aquí para allá”… y marcaba una línea divisoria entre la sierra y la costa… “para que no se frieguen los algodones, pero tampoco se frieguen de sed y de hambre las vaquitas”, decía, con dulce irreverencia, que “Nuestro Señor Jesucristo, era un hombre cabal, bello, pero varonil, con unos ojos de borrego agonizante, como los de Monseñor Cornídez”…Y no se andaba por las ramas para obtener donativos para sus pobres…
Es sabido que aquí en Hermosillo se iba, por las tardes, al expendio de licores que tenía un buen amigo y ex feligrés sahuaripense suyo, don Nicolás Galindo, y cuando los parroquianos iban a comprar su botella, les exigía quedarse con el cambio…”
“Si tienes para el vicio —les explicaba—, con más razón para el hospicio”… Y ese dinero se convertía en pan, ropa, medicamentos para los más necesitados…
En Sahuaripa se recuerdan muchísimas anécdotas suyas y quien visita la bella población serrana pronto encontraba motivos para no olvidar a Monseñor Cornídez…
Regañaba con firmeza y energía a los ricos incapaces de compartir su riqueza y les gritaba “Les aseguro que nada, ni un solo centavo, se van a poder llevar en el ataúd y en cambio, si algo dan para los pobres, no llegarán allá arriba, con el Jefe, con las manos vacías”…
Decía las verdades con claridad muy sonorense y fue amigo de gobernadores y políticos y hasta don Rodolfo Elías Calles, el último gobernador “des fanatizador”, que persiguió a la catolicidad sonorense, hubo de sacar su cartera y darle un donativo, allá en lo alto, un día que se trepó a su avioneta, cuando sobrevolaba, don Rodolfo las zonas inundadas del sur del Estado, y se encontró de repente de compañero de viaje a un viejo cura que le exigía una “indemnización” para los pobres por los meses que lo hizo pasar en el destierro…
Podría llenarse todo un volumen con las historias de este santo loco, o loco santo, quien le predijo al Licenciado Carlos Armando Biebrich, la noche de su recepción profesional como abogado, en la cena del festejo, que llegaría muy alto y muy pronto, pero que caería de lo alto, tan pronto se olvidara de sus orígenes humildes…
Era un cura capaz de narrar en el púlpito que cuando fue a París, de paso a Roma, no fue al Lido ni al Molino Rojo, porque “al fin de cuentas, ni ganas tenía de andar viendo viejas bichis”, pero que supo mantener su sacerdocio y su ministerio en la pobreza y la humildad por más de cincuenta años, con entereza en la defensa de sus convicciones, con pobreza y humildad ejemplares, y con dulzuras sin par para todos sus semejantes… Mucho más podría escribirles sobre el Padre Cornídez, pero el espacio no es elástico…Que conste, pues, en esta breve evocación, mi admiración por un hombre excepcional, pero quien sin duda está en el Cielo…Y desde allá sigue amando a Sonora, a Sahuaripa, y sigue siendo influyente ante su Jefe, como se definía, para bien de sus hermanos sonorenses…
*Crónica publicada en facebook.com/SahuaripaAlDia.
*Retomado de la Columna “Mi libreta de apuntes”, de Enguerando Tapia Quijada, publicada el 28 de Junio de1980 en «El Sonorense».