¿Por qué se extraña la buena política?

Con tantos nubarrones, verdades a medias y tanta campaña en contra de la política, las tormentas que se han generado, no le han permitido ver a las nuevas generaciones que la política no es tan mala como la pintan
Por Bulmaro Pacheco
En México y una buena parte del mundo, la política ha sido atacada despiadadamente. Se le acusa de todo y se le cargan todos los males de la sociedad. Tiene tiempo ya una prolongada campaña muy bien orquestada y despiadada en argumentos y prejuicios contra la política; y no se diga contra los políticos. Por unos la han llevado todos —o casi— todos. La corrupción y la impunidad que dominan una parte considerable de la vida nacional en parte la han inflamado.
Lo mismo han surgido los voluntariosos que en sus campañas enarbolan la bandera de que los políticos y la política tienen la culpa de todo, y por eso deben ser desplazados por los ciudadanos limpios e inmaculados, como si a la hora de buscar el voto o el apoyo de los votantes, estos no hicieran política o cuando menos no buscasen un cargo de representación política. “No soy militante, soy ciudadano”, suelen decir hipócritamente quienes ven a la política como una enfermedad venérea o contagiosa.
También los que a cada rato insisten en que el modelo político está agotado, que ya no da más y que se le debe sustituir. El problema es que los mismos que sostienen esa tesis no dicen con qué, cómo ni por dónde los argumentos para encontrar mecanismos alternos para garantizar la estabilidad, la paz y la conciliación; requisitos indispensables para la gobernanza. El nuevo modelo, pues. ¿Dónde? ¿Cómo?
Lo mismo sucede cuando se enjuicia a los partidos políticos. A estos se les acusa de todo y se les hacen las peores críticas sobre su funcionamiento, financiamiento y operación, pero a la hora de proponer su desaparición nadie se atreve a recomendar el cómo, o por quién habrán de sustituirse, o qué figuras habrían de crearse para reemplazarlos en un régimen democrático donde los partidos por muchos años fueron los que se reservaron como facultad exclusiva la postulación de los candidatos, para lograr el acceso a los poderes.
Ya resuelto constitucionalmente el dilema —de la facultad exclusiva de los partidos— para postular candidatos, ahora a muchos quienes han optado por la vía independiente para buscar una candidatura se les quiere desacreditar, sea porque antes fueron militantes de algún partido político o porque también ocuparon algún cargo de elección popular, defendiendo siglas y proclamas partidistas antes de buscar la vía independiente. ¿O es una figura solo para los puros o inmaculados?
Con todo y las enormes trabas que han debido enfrentar aquellos ciudadanos que han aspirado a lograr una candidatura independiente, la figura al parecer llegó para quedarse y tendrá una de sus mayores pruebas en la próxima elección de julio.
Es cierto, la carrera política se ha desacreditado en parte por la enorme corrupción exhibida en los últimos años por los ex gobernadores de los estados de todos los partidos. También porque a la actividad política la han invadido aventureros que solo buscan fama y fortuna a través de la política, sin proyecto social, sin convicciones y sin un mayor compromiso con la gente. Se ha ido perdiendo gradualmente el profesionalismo del político y se le ha cambalacheado por la aventurada frivolidad y el inmediatismo. Los aventureros suelen ostentarse primero como la reencarnación de los grandes héroes civiles a través de sus cíclicas “fundaciones” y cuando no logran lo que querían, abandonan la política, sus ideas y se olvidan de su “vocación” social. Ejemplos abundan.
De ahí el desprestigio de una parte de la política y de aquellos que solo ven a la política como un negocio del corto plazo. Esa es la tragedia que actualmente contamina a la actividad política. “La moral pública a la que Hayek concede tanta importancia dice Vargas Llosa, se ha resquebrajado también por doquier debido al apetito de lucro que prima sobre todos los valores, y que lleva a muchas empresas y a particulares a jugar sucio violentando las reglas que regulan la libertad de competencia”… “es el desplome de los valores morales, sustentados en la religión o laicos que en el pasado daban fuerza a la legalidad y que hoy día son tan débiles y minoritarios que en vez de atajarla, estimulan la transgresión de las leyes en razón de la codicia.”.
“Extraño a la política de antes, cuando el político se cuidaba y cumplía sus compromisos, cuando había ideas y proyectos y cuando la carrera política se nutría de méritos y habilidades”, recuerda con nostalgia uno de los liderazgos más acreditados.
Esa política que hizo avanzar a México, y libró al país de la inestabilidad. La política que reformó su sistema para adecuarlo a los tiempos, y la que contribuyó a resolverle a México muchos de los desafíos que por años amenazaban su viabilidad. La creación de partidos, la ampliación de la representación política, la fortaleza de sus ayuntamientos y la reforma de la Suprema Corte.
La política que defendió la soberanía nacional, que supo ser solidaria con América Latina (Cuba) y que nunca se sometió a los Estados Unidos para definir sus principales líneas de política exterior.
La política que hizo avanzar el sistema educativo nacional hasta casi erradicar el analfabetismo y cumplir con la obligatoriedad de la educación básica, ampliando el sistema de preescolar, la primaria y la secundaria.
La política que hizo avanzar la educación superior mediante la creación de las grandes instituciones como la UNAM, el IPN, el Tecnológico Nacional, la UAM y la mayoría de las universidades estatales.
La política que detuvo la expansión de enfermedades endémicas y logró la erradicación de muchas que para la población eran muerte segura.
La política que en México resolvió de fondo el problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, algo que ni España ni Argentina —por decir algunos— han logrado y que allá, por tener religión de Estado son constante motivo de tensiones políticas.
La política que puso freno a la reelección presidencial y de los gobernadores disminuyendo las crisis sexenales.
La política que desde 1977 ha evitado la desaparición de Poderes en los estados mediante reformas constitucionales, que frenaron los excesos de un presidencialismo exacerbado.
La política que acabó con los conflictos post electorales, que después de cada elección significaban toma de carreteras, violencia física y desacuerdos constantes entre los actores políticos con la creación del IFE, el INE y los organismos estatales.
La política que con mucho esfuerzo institucionalizó los partidos políticos y frenó la expansión de la guerrilla urbana y rural, que entre 1960-1970 provocaran tanta violencia y muerte.
La política que replanteó la estrategia en el campo, pero que al salirse de control, no ha logrado revertir la concentración de la propiedad rural.
Con todo, la gente extraña la buena política y por buenas razones:
Primero, porque la buena política ha servido para resolver problemas históricos y prácticos por la vía del diálogo, el derecho, la conciliación y la gestión de asuntos buscando los equilibrios sociales.
Segundo, porque la buena política significa progreso ahí donde hay gobernantes eficaces, y la sociedad se mantiene vigilante.
Con tantos nubarrones, verdades a medias y tanta campaña en contra de la política, las tormentas que se han generado, no le han permitido ver a las nuevas generaciones que la política no es tan mala como la pintan, y que la crisis actual de la política, también alcanza a otros actores de la vida social, que en la oscuridad y en el anonimato le cargan la mano a la política para salvarse. Tiempo al tiempo. No hay de otra.