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PRI: de liderazgos y sus crisis

Entró en crisis por falta de una verdadera autocrítica y la petrificación de los mecanismos de selección de candidatos y dirigentes, así como su debida actualización de la oferta política dirigida a la sociedad y a sus militantes

Por Bulmaro Pacheco

De gobernar a 20 estados en el 2012, el PRI se quedará solo con 12 en 2018 al perder Yucatán y Jalisco recientemente; de 52 senadores con los que inició el sexenio en el 2012 ahora solo contará con 20, contando las alianzas; y de 207 diputados federales logrados en 2012, la bancada del PRI en alianza solo contará con 57.

En 19 Congresos locales Morena ganó la mayoría. El PRI y el PAN se reparten los 13 restantes.

Al final de las impugnaciones en los tribunales sabremos la magnitud del cambio de gobierno por partido político en los municipios de México, donde a la fecha los partidos dominantes son el PRI con 1,400, el PAN con 315 y el PRD con 199.

Estas son las cuentas de inicio, y representan la nueva realidad y el balance político de un sexenio que llevó al PRI a sus peores números en la historia reciente. ¿Qué pasó?

Las nuevas realidades políticas que habrá de enfrentar el PRI a partir de los resultados electorales del pasado 1 de julio, obligan una reflexión seria y objetiva acerca de su actual crisis. No es la primera vez en que el PRI enfrenta una crisis política de grandes dimensiones. De hecho sería esta la sexta crisis estructural importante del partido en los últimos 78 años… y no ha sido para menos.

En 1940, grupos políticos importantes dentro del Partido de la Revolución Mexicana (PRM), inconformes con la postulación de Manuel Ávila Camacho, se dieron a la tarea de fortalecer una candidatura alterna en la persona de Juan Andrew Almazán e impulsar al PRUM, que movió votos en contra y dividió al partido.

En 1952, otro grupo importante de militantes del PRI apoyaron la candidatura del general Miguel Henríquez Guzmán –de la Federación de Partidos del Pueblo de México– contra Adolfo Ruiz Cortines, impulsado por el presidente Miguel Alemán. El PRI se dividió y se agudizaron las tensiones políticas entre el grupo revolucionario.

Tomando el pulso de sus reformadores, el PRI impulsó la reforma constitucional que otorgó el derecho al voto a la mujer y la creación de los diputados de partido.

En 1988 Cuauhtémoc Cárdenas encabezó la lucha interna en el PRI por la apertura de la elección de candidato presidencial. Al no lograrlo, la ruptura provocó la escisión más importante de la historia reciente. Como candidato presidencial, Cárdenas le abrió al PRI un boquete de 6 millones de votos al integrarse en el llamado Frente Democrático Nacional, que en 1989 daría lugar al Partido de la Revolución Democrática (PRD).

En 1989 el PRI pierde la primera gubernatura estatal en su historia: Baja California, con Ernesto Ruffo (PAN). Una entidad donde un año antes Cárdenas había ganado la elección presidencial.

Con la crisis de 1988 y la pérdida del primer gobierno estatal, el sistema –impulsado por el PRI y las oposiciones– se reforma y da lugar a la creación de instituciones como el IFE, la CNDH y el Tribunal Electoral, buscando abonar la credibilidad en los procesos electorales.

Es la etapa conocida como “las concertacesiones”, cuando en ausencia de tribunales e instancias electorales para procesar el conflicto post electoral, se empezaron a negociar triunfos. Así se hizo en Guanajuato en 1991, Michoacán en 1992, y las cosas empezaron a desgranarse con las frecuentes derrotas en gubernaturas.

En 1994 el PRI vuelve a entrar a otra crisis, por el asesinato de su candidato presidencial Luis Donaldo Colosio.

Entre 1994 y 1995 México vive la peor crisis política y económica de finales del siglo: Los asesinatos políticos, la crisis de Chiapas con el EZLN, el “error de diciembre” y las tensiones políticas con el expresidente Carlos Salinas.

El sistema vuelve a impulsar reformas políticas y las tensiones disminuyen al ganar la oposición más gubernaturas.

A la elección del 2000 el PRI llega ya sin mayorías legislativas en el Congreso de la Unión y con 12 estados gobernados por la oposición. La alternancia se acelera también en el nivel municipal donde la oposición ya gobernaba el 35 % de los ayuntamientos.

La otra crisis del PRI se presenta cuando en el 2000 pierde por primera vez la Presidencia de la República. Ahí sí la mayoría de sus críticos le vaticinaron la defunción. “Se acaba el partido de Estado u oficial”, dijeron algunos, porque se acababa —según ellos— su fuente de financiamiento y apoyo al perder la Presidencia.

No fue así. Tanto Vicente Fox como Felipe Calderón quisieron acabar con el PRI “colonizando” la administración pública federal con panistas de cepa y con un conjunto de oportunistas y aventureros políticos que inflaron el padrón del PAN, creyendo que se quedarían en el poder por varios sexenios más.

En el 2006 el PRI vive de nuevo una crisis al enfrentarse la mayoría de los gobernadores del PRI con Roberto Madrazo, quien como dirigente nacional terminó por imponerse como candidato presidencial (primera vez en la historia que un dirigente nacional en turno amarra la candidatura presidencial). Este proceso tuvo sus costos: Madrazo llevó al PRI por primera vez al tercer lugar de la votación nacional con solo el 22 % de los sufragios, y el PRI siguió dividido.

Sin embargo, con todo y eso el PRI coadyuvó a la ceremonia de protesta presidencial de Felipe Calderón (bloqueada por las izquierdas) en el Congreso de la Unión, quien por cierto nunca agradeció el gesto y, al contrario, se dedicó a perseguir priistas en todos los frentes, desde gobernadores hasta funcionarios intermedios, acusándolos de una y mil cosas –como a Humberto Moreira, de quien seguido sus cercanos se jactaban que lo habían tumbado como dirigente del CEN del PRI–.

Al recobrar el poder presidencial en 2012, el PRI desaprovechó para reformarse.

El PRI recobró el poder presidencial en 2012 y desaprovechó el regreso al poder para reformarse. Promovió las reformas estructurales que la economía demandaba, pero no impulsó su propia reforma como partido. Impulsó reformas políticas, sociales y de derechos humanos importantes, pero no el cambio hacia su interior.

No éramos pocos los que esperábamos que, aprovechando la experiencia de haber estado doce años en la oposición, el PRI optara por la cuarta etapa de sus transformaciones históricas (PNR-PRM-PRI). Etapas –no lo olvidemos– en las que hasta cambió de nombre y actualizó sus documentos para enfrentar las coyunturas políticas mundiales y nacionales, asegurándole su viabilidad política para impulsar importantes transformaciones reales en la vida política de México, como el sistema de partidos, la creación de instituciones, el incremento de la representación política, y una acción constante para garantizar la estabilidad a través de pactos, consensos y equilibrios políticos.

Todo eso entró en crisis por falta de una verdadera autocrítica y la petrificación de los mecanismos de selección de candidatos y dirigentes, así como su debida actualización de la oferta política dirigida a la sociedad y a sus militantes.

Algunos de los nuevos partidos que ahora actúan en el escenario nacional surgieron de su seno: Los escindidos de 1988 fundaron el PRD, después el Partido del Trabajo impulsado por el Gobierno, el Verde Ecologista, Movimiento Ciudadano y Nueva Alianza, entre otros.

El PRI debe resolver varios pendientes: Debe abrirse a la selección de sus dirigentes y candidatos. Ya no se puede seguir negando candidaturas a aspirantes a cargos de elección popular bajo el pretexto de que “no conocen los documentos básicos” o “que no han pagado sus cuotas”. Ese argumento ya se agotó y fue rebasado también.

Debe actualizar su propuesta social más allá del mensaje de las tecnologías modernas, ocasionando –en materia de comunicación– que sus aspirantes se concentren más en ellas que en el contacto con la gente. Con los estilos de antes, Morena le arrebató al PRI su capacidad de movilización y contacto con las masas.

Tampoco se puede continuar con la política de hombres fuertes que –a nombre de sus relaciones o de los apoyos en recursos, o de negocios al amparo del poder– monopolizan las candidaturas en regiones y municipios, fomentando con ello una política de exclusión que ha provocado las fracturas, ha debilitado enormidades al partido y ha fortalecido a sus oposiciones… ¿O no fue claro el mensaje del 1 de julio? Larga y acuciosa tarea la de la reforma estructural del PRI —convertido ahora en la tercera fuerza política nacional con sus casi 8 millones de votos—. ¿Qué viene? Las principales propuestas deberán salir de sus militantes auténticos, quienes ahora son los primeros que demandan la reconstrucción del partido para reformarlo de fondo sacándolo de la inercia y adaptándolo a los nuevos tiempos. ¿Se podrá? Pienso que sí. No es esta su primera crisis. Será interesante no solo para el sistema de partidos, también para México.

 

bulmarop@gmail.com