Reformas estructurales: el precio de la democracia
Por Juan Arturo Flores/
No es tanto el hacer o dejar de hacer reformas nuevas, basta con aplicar bien las que ya existen y todo saldría bien, todos saldríamos ganando. No es que estemos en contra de la innovación y los nuevos tiempos —políticamente hablando—, pero no sirve de nada inventar o ajustar las leyes ya existentes, si no tenemos gobernantes comprometidos a aplicarlas, ni ciudadanos dispuestos a acatarlas.
Los mexicanos ya tenemos 30 años viendo hacer reformas —desde el gobierno de Miguel de la Madrid— y nomás no llegan los beneficios a lo grueso de la población. Esto más bien se trata de cultura y de problemas, de idiosincrasia; pareciera que no podemos vivir sin la corrupción ni el respeto a las leyes y aquí se van desde los sectores más humildes hasta las élites más encumbradas que nos gobiernan.
Pero el problema viene cuando el presidente y nuestros gobernantes no pueden aplicar la ley como se debe porque tienen que pagar factura con los personajes encumbrados que lo hicieron llegar hasta el poder y lo más lastimoso es que la mayor de las veces son personas de poder que ni siquiera viven en nuestro país, sino que mandan órdenes desde el extranjero, para mantener a nuestro país en un status de crisis permanente y tenernos controlados.
Con esto viene a relucir otro problema que es la desventaja de creer tanto en la democracia como si fuera nuestra salvadora y única salida a nuestros problemas, porque uno parece estar casado con la idea de que con la alternancia de poder vienen nuevos proyectos y progreso para el país, pero la mayoría de las veces sucede lo contrario. Por ejemplo: cuando el presidente quiere o tiene que hacer tal o cual ley o mandato para mejorar el país, tiene que someterlo a la votación de las dos cámaras, la de diputados y senadores, tardándose meses en aprobarlas y si no funciona la ley no hay responsables a quién culpar por ser las masas como características principales (en este caso el Poder Legislativo) carentes de identidad e irracionales, porque un individuo integrado en una masa adquiere, por el mero hecho del número, un sentimiento de potencia invencible que le permite ceder a instintos primitivos que, por sí solo, habría frenado forzosamente, a parte por ser anónimas no tienen responsabilidad alguna en caso que la ley falle, porque la mayoría de la gente cree que 500 personas piensan mejor que cinco y no es así.
Muchas veces es mejor que una sola persona tenga la capacidad de decisión con su grupo de asesores pero que a la vez asuma toda la responsabilidad de enfrentar los errores y así poder señalar a alguien como culpable y castigarlo, y por consiguiente reemplazarlo.
Por tal motivo no es tan necesario hacer y deshacer leyes con reformas estructurales, sino aplicar bien las ya existentes, con un poder de facto en un grupo reducido de personas identificados con las carencias de nuestro país, dirigentes patriotas y liderazgos reales que lleven al país primeramente a la productividad y después se conviertan en ejemplo para futuros líderes y así seguir la cadena de objetivos alcanzados sin ver al país como un botín y contar con soberanía real para no ceder a presiones extranjeras y así caminar hacia un buen rumbo; todo esto está muy lejos de lograrlo pero no imposible.